A principios del año pasado tú te desconcertabas al ver que tal o cual chino, ah, también denominado asiático, recibía un camión de harina de maíz y, al efecto se armaba un alboroto porque nuestra gente, desesperada, pugnaba por comprar aunque fuese un paquetico.
Lo mismo sucedía con el papel de uno limpiarse el culo, con el jabón azul y etcétera productos indispensables para la higiene.
Y pare usted de contar el in crescendo de las insatisfechas necesidades del pueblo venezolano; al unísono, el tal Lorent miraba el calendario y frotaba sus manos, faltaba muy poco para tumbar a Maduro y, al afecto, restaurar la guanábana; pero sucedió que el pueblo no pisó el peine y, con estoicismo ejemplar, dispuso por delante su confianza en el gobierno revolucionario y se caló la cola, aunque con disgusto, esperanzado a consciencia, no al albur, de que el gobierno revolucionario haría todo lo que hubiere que hacer para derrotar la guerra económica y en eso se está todavía pero, en marcha.
Mas, volviendo al hueso del asunto, valga denunciar que la estrategia del tal Lorent consistía a la sazón en no distribuir productos a todos los chinos de la zona sino a sólo uno de ellos, alternadamente, para que el alboroto se hiciese notar y el pueblo se arrechara contra el gobierno revolucionario.
Esta vez, notoriamente, la cerveza no dejó de fluir, tal como sí ocurrió en el 2002, y es que la ultraderecha fascista acusó el desbarajuste de entonces y en vez de guerra total, como otrora, ahora ha ido por partes, tal como Jack el Destripador.
En cambio, la gasolina sigue siendo regalada mientras que una botellita de cerveza cuesta un ojo de la cara; por ese camino no llegaremos al objetivo porque es equivocado.
Al respecto de sus crímenes, entre otros manejar los resortes de la escasez, Lorent Mendoza no está convicto ni confeso pero ojalá al menos, a quienes competa, ponerlo convicto sería alguito.
