La diseñadora nacida en Venezuela, Carolina Herrera, terminó un discurso en Madrid, el día 2 de diciembre, con un ¡Viva Venezuela libre!. Cuatro días después, El Mundo publicaba una entrevista a Leopoldo López desde el lugar en el que cumple condena por los delitos de incendio intencionado, instigación pública, daños a la propiedad pública y asociación para delinquir.
Mientras Leopoldo concede entrevistas a la prensa internacional como si tal cosa, en el programa Salvados de Jordi Évole, el ministro de Interior español, Jorge Fernández Díaz, defendía al director de la prisión de Logroño por negar a la prensa la posibilidad de entrevistar a Arnaldo Otegi.
Otegi y los otros condenados ya han cumplido 3/4 de la condena (5 años), por lo que legalmente podrían salir de la cárcel en libertad condicional, extremo al que se han opuesto las autoridades políticas españolas del Partido Popular.
Los resultados electorales del 6 de diciembre en Venezuela nos confirman que hace muchos años que Venezuela es un país libre. Que los presos políticos y la falta de libertad estaban más cerca de Carolina Herrera, aquella noche en Madrid, de lo que ella pudiese creer, a no ser que Carolina Herrera entienda el concepto de «libertad» como algo prêt-á-porter, «listo para llevar», algo bonito, externo, que queda bien pero sin contenido.
Carolina Herrera puso en pie al público que aplaudía a rabiar y me acordé de aquel 11 de abril de 2011, cuando Carmona leía su decreto y, a medida que lo iba haciendo, los aplausos en el salón de Miraflores, en nombre de la «libertad», pesaban como una lápida sobre el pueblo venezolano que estaba fuera, huérfano, y sin nadie que le aplaudiese.