Siempre he creído todo lo que me dicen. La gente de oposición alega que este régimen está compuesto por gente chabacana, sin modales, balurda, pues. Algunos sostienen que hay que desinfectar de chusma el Teatro Teresa Carreño y repudian que Lautréamont dijese que todos deben escribir poesía. Llaman Mico a MI COmandante o Lord, por «lo ordinario».
Entiendo su indignación ante copas de agua con vino blanco, «porque ahí tú ves el nivel», decía Roland Carreño al comienzo de esta «pesadilla» en que se ha impuesto el mauvais goût. Cosas horribles, como ese «mismo lumpen de siempre» [...] «con un bollo de pan y una carterita de ron», según el inmortal editorial de El Nacional (14/10/02). Comprendo la tortura del sensible obligado a deglutir tosquedades mientras crea sus antífonas, pinturas y poemas inmortales.
Debe ser un suplicio soportar el chavismo luego de oír una conferencia de caballero de modales tan finos y esbeltos como los de Enrique Mendoza. O la lógica rigurosa de Sergio Omar Calderón, con los oportunos corolarios de Vicente Brito. Oír las impecables ideas de Enrique Capriles, los ademanes palaciegos de William Ojeda. Imagino el mohín de los intelectuales de oposición acostumbrados a aclamar a ese espejo de erudición y buenos modales que es Carlos Ortega, como hicieron el Día de los Santos Inocentes de 2002 en el Eurobuilding.
Me figuro su consternación estética, aclimatados a las delicadas palabras de Alfredo Peña. O de Teodoro Petkoff, arquitecto del buen decir, invariablemente comedido, que casi ni se siente. ¿Cómo comentar la levedad de la dama que se hace llamar La Bicha?
Todo esto no podía sino culminar en la postulación de «Er Conde del Guácharo» que los arropa a todos juntos en sutileza. No hallo cómo testificar sus tenues pinceladas humorísticas, su ilustre vocabulario, reservados a nuestra élite aristocrática de oposición, única capaz de tan atildada degustación. Vislumbro a nuestros aedos entonando endecasílabos en loor de este nuevo Bernard Shaw, de este redivivo Montesquieu, de este novísimo paradigma de humor sugerente. Nunca me ha incomodado la chocarrería del Conde ni de nadie, pero me da más risa el fariseísmo estético de cierta élite.