Chiquilicuatro es bolsa, pero peor. Como la oposición, que ha sobrepasado todo disparate imaginable. Verdad, dice la filosofía, es la distancia mínima entre el dicho y el hecho. Lógica es el recto recorrido de esa distancia. Pero ni verdad ni lógica están en la agenda de la oposición.
Sí está la liturgia del disparate. Comparo el Decreto de Carmona con El Quijote: siempre les encuentro algo nuevo. Cronológicamente es el primero de los tres más grandes disparates que conozco. Cambió el nombre de la República Bolivariana de Venezuela, sin enmienda constitucional ni referendo.
La Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas cambiaba las leyes en su cabeza para ganarlas todas. Para eso era reina. Carmona se autojuramentó —como Ramos Allup, cual Borges— y se apalabró a cumplir la Constitución de 1999 que estaba violando en el acto de autojuramentarse. Juro cumplir la Constitución que estoy violando al jurarla. Al diablo el principio lógico de no contradicción. Y sin dialéctica. A medida que Daniel Romero disolvía los poderes públicos la audiencia coreaba ¡democracia, democracia! Quedaron roncos. Gritar disparates daña la garganta.
El otro disparate montañoso es la Ley de Amnistía. No validaron más delitos porque no hay. Violas, matas, incendias preescolares, corrompes menores, pones guayas, bombas y basta con que digas que era para tumbar el gobierno y zuas te perdonan. Ni las satrapías persas. Hasta las tiranías más desfachatadas establecen límites, al menos formales, al menos hipócritas. La Santa Inquisición era más pudorosa. Esta gente no. Uno lee la lista de desmanes amnistiados y siente vértigo, náuseas, mal de altura, mal de páramo, no sé, algo bien malo se siente. Yo lo sentí.
La tercera sima del disparate es el abandono del cargo por Maduro. Una Asamblea Nacional que ha faltado al cuórum 37 veces estipula que Nicolas abandonó el cargo. No mencionan a Capriles porque nunca abandonó el cargo de gobernador de Miranda porque nunca lo asumió. Podrías acusar a Maduro de lo que te dé la gana, de inepto, de autobusero, de bigotudo, pero ¿de abandono de cargo? Pero si es público, notorio y comunicacional que está día y noche ejerciendo el cargo, que uno se pregunta a qué hora descansa.
Insisto: el bruto soy yo.