La oscuridad del cognitivismo y la fragilidad de Juan Guaidó

Para el cognitivismo, extender la mirada sobre la persona, el género, resulta muy chata o corta. La mente, debemos concebirla desde una perspectiva y, bajo esta visión la concebimos como un ordenador, donde debemos introducir información adecuada para que todo funcione. Cuando llegamos al conductismo, todo se convierte en experimental. Esto, lo observamos en los animales, pero, cuando saltamos al ámbito humano, lamentablemente sirve muy poco.

A través de un amigo, hoy fallecido por carencia de fluidos para los enfermos renales en mi país, Venezuela y que confrontaba las computadoras en el Liceo Valencia donde laboraba, tenía todos los tomos de Segismund Freud, más mis libros sobre el psicoanálisis, lo profundice para entender la complejidad humana.

En mi caso, con el paso de los años, cosa que me sorprende al echar la vista atrás, cada vez me he ido escorando más hacia estudios de filosofía y periodismo político y científico. Desde hace años me interesa mucho la filosofía antigua, en especial las escuelas helenísticas, sobre todo Epicuro, también los estoicos. Encuentro ahí una permanente reflexión sobre la ética. Y, pese a los siglos que nos separan, sus reflexiones me parecen cercanas a nuestro mundo y útiles para mi trabajo. Me he ido haciendo de esta manera, la psicología y neuropsicología es en realidad una sota, caballo y rey. No hay mucho que estudiar allí, sí no se aborda el mundo espiritual para entender estos mundos tangibles, basta, echar la vida atrás, el conocimiento se aprende, no hay más secretos. Todo lo aprendido es una lógica militar, emocional y actos preparados para dedicarlos toda la vida. El psicoanálisis es clínico, teorías que aportan el quehacer diario.

Me he ido haciendo de esta manera. Sobre todo, para hacer periodismo y procurar hacer falke news, algo que nunca me ha gustado porque representamos un mundo real.

Cicerón representa al mundo antiguo. Es el gran compilador del saber antiguo y el autor de Conversaciones en Túsculo, una de las primeras obras de psicopatología, cuyo objeto de estudio son las pasiones y su tratamiento. Por esas dos razones hablo de Cicerón, no tanto por la originalidad de su pensamiento, a veces muy escasa. Como sabemos, Cicerón es uno de los personajes más conocidos del mundo antiguo y sobre todo uno de quienes más se escribe. De ahí que siga siendo tan polémico y controvertido. Mientras Theodor Mommsen lo califica de ególatra, en la reciente biografía de Anthony Everitt sobre Cicerón se le reconocen esos méritos de compilar y ordenar la tradición clásica. Aunque Cicerón no sea justo con Epicuro, pues le repugna toda esa cosa del placer y del cuerpo, coincide con él y con todos aquellos pensadores en la tendencia a moderar las pasiones, a dominarlas, y en el hecho de considerar que el sujeto es responsable, que lo que hace o no hace debe atribuírsele a él mismo y no a la ofuscación pasional.

Es el denominador común del mundo antiguo respecto a la ética, al ethos. Por encima de todo está la responsabilidad: el sujeto es el que se mete en líos y el que puede salir de ellos. Fijémonos, que alguien tan materialista como Epicuro, alguien que se hace eco de la física atomística de la Leucipo y Demócrito, alguien que da la espalda a los dioses con tanta elegancia, mantiene sin embargo abierta la puerta a la responsabilidad subjetiva mediante lo que llama «el azar». Epicuro introduce la posibilidad del azar en el movimiento de los átomos, con lo cual salva la libertad, la decisión, de cada sujeto, pues cada uno de nosotros siempre está en condiciones de elegir. No está todo determinado, siempre cabe la posibilidad de la elección. Después de este breve apunte nos trasladamos casi veinte siglos después. Comprobamos que, ya en el mundo de la ciencia, Philippe Pinel sigue conservando algo de aquella perspectiva ética. Lo comprobamos al leer su monografía sobre la manía, donde sostiene que incluso en los ataques de manía, de furia maníaca, cuando el sujeto está más loco y descontrolado, Pinel sigue considerando que, así y todo, el sujeto es responsable. Freud piensa lo mismo. Y Freud no ha leído a Cicerón apenas —lo menciona en alguna ocasión en La Interpretación de los sueños— y a Pinel tampoco. Freud es un genio y en el caso de los grandes genios, de las grandes mentes, en realidad no se trata tanto de lo que han leído más bien que ellos son capaces de desbrozar las problemáticas eternas del ser humano.

Entonces, Cicerón, el representante del mundo antiguo, Pinel, a caballo entre la antigüedad y la ciencia, y Freud, van a dar en lo mismo, coinciden en que la responsabilidad subjetiva es irrenunciable. ¿En qué más coinciden? En que el lenguaje es útil para la terapéutica, para reblandecer las pasiones y apaciguar los conflictos. Los tres están de acuerdo con eso. ¿En qué no están de acuerdo? A nadie hasta Freud se le había ocurrido pensar que el lenguaje es la materia del alma, y que los síntomas están hechos conforme a las leyes del lenguaje. Esta perspectiva es absolutamente nueva en la historia de la cultura.

Nunca se había pensado así, y Freud lo escucha de esa manera ya desde sus primeros trabajos a caballo entre la neurología y la psicopatología. Aunque Freud da un salto cualitativo al introducir esta perspectiva, sigue no obstante conservando el punto de vista de la ética, la responsabilidad, la decisión. Y en eso se da la mano con Epicuro, con Platón, con Cicerón, con Séneca, etc. La historia de la psicología clínica, del psicoanálisis y de la psiquiatría tiene que comenzar naturalmente hablando de Epicuro, Platón, Aristóteles, Epicteto, Cicerón, etc. En realidad, estos pensadores eran los que trataban los problemas anímicos que sufrían los sujetos. Como sabemos, Foucault, a medida que va madurando se dedicó más al estudio del mundo antiguo, y con respecto a lo que trató de mostrar dijo en La hermenéutica del sujeto que las escuelas de los filósofos antiguos eran dispensarios de salud mental. El sufriente, el doliente, acudía allí para que el maestro filósofo le aliviara las penas del alma. Es lo que hacemos nosotros ahora con una teoría mejorada.

Desde el siglo XVII-XVIII un veneno que se llama la ciencia se adueñó paulatinamente de la forma de pensar y representar el mundo, primero en las personas de más elevada formación y más tarde entre la gente de la calle. Aunque todos tenemos una mentalidad científica, lo que hay que saber es que la ciencia sirve para lo que sirve. Su poderío se limita al ámbito de las ciencias naturales, pero ni siquiera en todas las especialidades médicas se puede hablar stricto sensu de ciencia. Y en el caso de la psiquiatría o la psicología, hay que echarse a temblar cuando suenan los ecos de la ciencia. Así y todo, el discurso científico tiene tal poderío que eclipsó la figura de Dios hasta el punto que lo jubiló. Con anterioridad parecía imposible explicar nada sin echar mano de Dios. Pero la ciencia es un discurso tan potente desde el punto de vista heurístico, interpretativo y explicativo que de pronto los referentes del hombre se contrabalancean cuando aparece ese discurso capaz de explicar algunas cosas, especialmente cosmológicas, pero que ambiciona explicarlo todo. Cuando la psiquiatría da sus primeros pasos —inicialmente con Pinel, con Esquirol— mantiene aún el referente filosófico, humano y ético. Pero poco después todo esto se oscurece mediante la obnubilación que trae consigo el ideal de la nueva ciencia, en el cual la psiquiatría se postula para ser una rama más de la medicina. En este proceso intervienen al menos dos factores: por un lado, la inercia del discurso científico y sus logros en otros ámbitos, y, por otro, cierta vanidad de los propios alienistas que, de esa forma, se incorporan con pleno derecho al mundo médico y científico. Con la incorporación de la visión científica a la patología mental, es decir, al territorio de las heridas del alma, se elimina todo un saber antiguo. Durante más de veinte siglos el concepto fundamental para entender la patología mental fue la melancolía. Tan pronto la psiquiatría se pone en marcha, lo primero que proponen, en este caso Esquirol, es eliminar el término ‘melancolía’ (y con él la tradición clásica) y dejársela a los filósofos y a los poetas, pues «nosotros, los médicos, estamos obligados a usar los términos con mayor precisión». Con la melancolía, aunque no sólo con ella, se observa un rechazo de la gran tradición cultural y humanística. La psiquiatría y la psicología se construyen de este modo, afianzándose sobre una serie de pilares muy endebles, cuya fortaleza se busca en observar, pesar, medir y comprobar. Pero, claro, lo que se puede observar, pesar, medir y comprobar a veces no sirve para nada. En mi opinión el desarrollo de la psicología y de la psiquiatría científica se ha hecho para justificar que no hay que hablar con los locos. Si pensamos que la locura es una enfermedad o que un delirante es alguien que ha perdido la razón, entonces llegaremos a la conclusión de que los locos lo único que dicen son bobadas, por tanto, hay que tratarlos como enfermos, adormecerlos con pastillas, apartarlos, intentar curarlos y punto. Pero hablar con ellos, no.

Este es el momento en el que estamos. Pero creo que el péndulo cambiará y volverá de nuevo a imponerse la antigua tradición de la que vengo hablando. La pobreza teórica de la psiquiatría y de la psicología clínica actual es de tal magnitud que compromete seriamente su utilidad. En cambio, mientras son escasamente útiles para muchos pacientes, resultan utilísimas para el gran capitalismo, a quien lo que le va es lo contante y sonante, el dinero de los medicamentos al precio incluso de la salud. Probablemente venga otro cambio y otra inflexión, un giro hacia el otro lado. La psiquiatría se ha hecho científica para justificar que no hay que hablar con los locos, que los locos son enfermos y no hay más que hacer. ¡Es impresionante porque es un discurso que excluye su propio objeto!

Soy psicólogo escolar, especializado en filosofía jurídica y semántica del lenguaje jurídico, por la Facultad de Derecho en su departamento de Investigación jurídica, esto último, lo hice para ver mejor la sociedad, sobre todo, cuando salía todas las mañanas del Diario Hora Cero y Tribuna de Puerto Cabello, mi ciudad natal en calidad de redactor y hoy, no existe ninguna diferencia. Cuando era joven tenía mucho entusiasmo y lo conservo aún; enseñar a los jóvenes contribuye a ello. Quizá con el tiempo se pierde un poquito de entusiasmo, pero se gana en saber hacer, cosa que se agradece porque al principio uno es más impetuoso y comete ciertos errores. Con el paso de los años se aprende a estar y se aprende, como los deportistas de alta competición, a gastar menos energías y no hacer demasiados esfuerzos cuando no conviene. Lo mismo sucede con nosotros. En realidad, yo estudié una carrera muy técnica: matemáticas, estadística, neurofisiología, en la Cruz Roja como socorrista, nada de eso tiene que ver con la clínica ni con la condición humana, prácticamente nada. Aunque tengo una formación científica de base, aquellos estudios, en realidad, me parecían ciencia ficción cuando se pretendían extrapolar a la subjetividad. Estudié en una facultad de educación experimental y aprendí mucho acerca de la metodología de la ciencia y de los diseños propiamente científicos, pero de personas aprendí muy poco.

De no ser por el entusiasmo es difícil de soportar. Tienes que tener deseo, tener buena compañía y estar bien orientado. Las personas somos mucho más complicadas que aquellos animales de laboratorio, entre otras cosas porque a aquellos animales las perrerías se las hacíamos nosotros, mientras que en la especie humana somos nosotros mismos los que mordemos el veneno de algo que tanto más nos hace gozar, tanto peor nos sienta; de algo que no se deja, así como así. Este tipo de veneno no tiene ninguna consideración en otras perspectivas psicológicas

Para mí, Juan Guaidó es un animal de laboratorio norteamericano junto a Henrique Capriles Randosky, Claudio Fermín y Antonio Ledezma están cautivos bajo el ala de Zapatero, sometidos por Nicolás Maduro Moros y Leopldo López como su esposa Lilian Tintori, son artificies del Socialismo pernicioso del Psuv y el pacto Mendoza y Nicolás luce muy bien, son los mismos. Izquierda y derecha.

Populistas todos, desean llegar a la Moncloa, España, para destabilizar a Europa, a dos demócratas en el congreso norteamericano para afianzar el mulsumanismo en EE. UU y cuatro judíos de izquierda que desean confrontar a Jhesua y al gobierno israelí con sus ideas comunistas, no importando los muertos a granel que pueden producir a mansalva.

Donde estoy, los habitantes siempre revoletean los árboles y, tienen un color verde viscoso y, sus ojos brillan. Acá, debemos estar alertas, siempre habrá un rugido de guerra y sus armas de fuego emitían un rayo infrarrojo que ardían en la piel y, luego supuraban. En este refugio, puedo observar un cementerio de naves que cumplieron con sus vidas y, todos constituían un solo llanto.

Son muy amigables y tenían fe en regresar a sus respectivos planetas. El gobernador de uno de los planetas fue seleccionado por otro, poco tiempo, antes de morir de una fea enfermedad y se transformó en murciélago y tuvo un hijo que es gobernante de una porción de ese planeta. Era pequeño y negro como un carbón, pero, se baño en el mar y blanqueció.

Sin perder tiempo, siempre me alejo para descansar en la nave que esta en mantenimiento, siempre tengo a mi lado alguien para dialogar y conversar. Dialogar es un lenguaje universal y conversar es palpar experiencias del día. Desde acá, se observa la obscuridad del planeta Tierra, los demonios se han distribuido para atacar a Jhesua.

Viajar en el tiempo, es un mundo estrecho, porque, nadie entiende lo que has visto, menos si explicas que hombres valientes desean explorar el cosmos, precisamente, ese es mi trabajo, preparar un personal que se dirige a trabajar a otro planeta. Cada quien tiene un guía, el mío, es el maestro Rhampis, el extraterrestre que utiliza su ingenio para traspasar la gravedad para dirigirme por el túnel negro hacia el espacio. He estado varios años, merodeando el espacio, no deseo regresar a la tierra, porque a algunos vecinos la basura para criar sus ratones y alimentarse y, cualquier portezuela de una casa es anfitriona para recibirlos.

Los árboles son grandes y azules con pájaros de una diversidad en plumajes, muy extraños, nunca vistos.. Desde la cima, donde estoy, veo los destellos de otros planetas que orbitan con la tierra. El paisaje que ofrece las estrellas es hermoso y debemos ser valientes, nos sentimos tristes y perdidos en la oscuridad de mi nación. A lo lejos, veo una estrella lejana, deseo irme a vivir allá por siempre, pero, la ignorancia es grande entre el pueblo.

En plena campaña electoral en Venezuela, las anécdotas sobre malas prácticas periodísticas nos llevan a pensar que ciertos periodistas no están haciendo su trabajo o simplemente están empeñados en hacer ‘guerra sucia’. No sabemos si hay una directiva del medio de comunicación de hacer daño, o si simplemente nadie tiene el control de los contenidos en este ‘hambre’ por ganar clics. Pero no es lo mismo ‘chapar’ el viral de un fantasma en una tienda que compartir un video -que descontextualizado- pretende incendiar a una persona, en este caso a un candidato presidencial, que resulto ser presidente, lo hacen viral.

Hay mucha gente confundida, incluidos algunos especialistas, con respecto a estas cuestiones. Se dice, por ejemplo, que fulano oye voces, que tiene alucinaciones. Con frecuencia se confunde lo que es propiamente una alucinación verbal, es decir, la alucinación psicótica por excelencia, de otro tipo de fenómenos semejantes en apariencia, pero muy distintos en esencia, como por ejemplo las ilusiones o las alucinosis. En este escenario de oscuridad, a mí me parece más sensato y respetuoso hablar de locura que de enfermedad mental. La gente en realidad piensa que la locura es una especie de enfermedad o de maldición que le cae a uno encima.

A alguien que tiene una enfermedad mental, una esquizofrenia o una paranoia, por ejemplo, se le supone que tiene un problema del cerebro o un problema genético. Pues bien, eso no es más que una creencia. En realidad, no hay nada concreto con respecto a la causa orgánica de la esquizofrenia ni de la depresión. Llevamos dos siglos atribuyendo al organismo enfermo los malestares anímicos y por el momento seguimos en el terreno de la especulación. Si alguna vez se descubre realmente alguna causa orgánica en alguna de estas enfermedades, en ese caso dejarán de ser enfermedades psiquiátricas y pasarán al dominio de la medicina, del médico de familia, con lo que la especialidad se irá reduciendo tanto más cuanto que consiga sus objetivos. Pero bueno, todo el mundo tan feliz.

El delirio de la locura es una defensa, un intento de reequilibrio del sujeto. Cuando alguien alucina, delira y hace cosas raras, en realidad está echando mano de determinado tipo de protecciones que crean una adicción terrible. El delirio es muy adictivo porque quien delira sabe muy bien que existe algo mucho peor. El sujeto no quiere soltar eso, no quiere soltar la convicción que es el pecio al que agarrarse en medio del océano, aunque sepa que agarrado a él acabará solo en medio del mar. Sabe que antes que el delirio hay una angustia terrible, un vacío y una perplejidad oceánica que es mucho peor. ¿Qué es la locura? Pues es una experiencia dramática muy solitaria e intensa, a la que no hay que idealizar. La locura es una dimensión que entraña determinado tipo de experiencias muy concretas, por ejemplo, la convicción o la certeza

Nosotros podemos tener opiniones, creencias, hablamos, podemos estar de acuerdo o no estar de acuerdo, pero la rotundidad, la densidad de la locura se manifiesta en aquello que se llama la convicción o la certeza. Nietzsche, que acabó sus días bastante chiflado, lo decía con una precisión pasmosa: «No es la duda lo que vuelve locos a los hombres sino la certeza». Aparte de la certeza, un loco es alguien para quien todo gira a su alrededor, alguien que siente que las cosas están referidas a él; es el solitario por excelencia, pues lo que dice no engancha con el resto; su discurso está cerrado sobre sí mismo. En los manicomios, para ponerte un ejemplo, los neologismos que inventan los locos no sirven para crear un argot distinto, al contrario, cada uno tiene sus neologismos, sus propias palabras. Creo que la soledad, la intensidad de la locura, la certeza, el prejuicio, la autoreferencia son maneras de acercarse a un tipo de experiencia dramática que no cabe idealizar pero que tampoco cabe segregar. Es complicado hablar de la locura. A veces se habla de ella como si fuera una pérdida de la realidad, cosa que es una bobada porque hay gente que está loca y dice cosas más reales que cualquiera de nosotros.

Nosotros en la tierra, tenemos en un país llamado Venezuela, varios agentes dela locura, el gran problema es que desean ser presidentes y, no tienen un plan de patria, una planificación, traicionaron el bienestar del pueblo y se llenan de riquezas materiales, todos saben quienes son, suman diez, Diosdado, Juan Guaidó, Henrique Capriles, Julio Borges, María Corina, Claudio Fermín, Antonio Ledezma, Javier Bertucci y Henri Falcón junto a dos presidentes, uno proclamado por el CNE y el pueblo, Nicolás Maduro y el autoproclamado por EEUU y el Grupo de Lima, Juan Guaidó que se desinflo por carencia de coraje y fuerza política, se embolsilló cuarenta millones de dólares que le dio Trump y su tren ejecutivo para alimentar a sus fuerzas de ataque, igual lo hicieron Juan Goicochea, Leopoldo y Capriles, engañaron a Hillary Clinton y Barak Obama. Ahora, Trump es burlado.



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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