Comparar a Hugo Chávez con Chapita es como comparar peras con destornilladores. El generalísimo y doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina, Padre de la Patria y Benefactor de la Patria Nueva, Chapita para los íntimos, fue un dictador despiadado impuesto por los Estados Unidos luego de una invasión ocurrida entre 1916 y 1924 a República Dominicana. Luego se dedicó a gobernar por el terror, sin disidencia posible, masacres, torturas, asesinatos incluso fuera del país.
Pero al final de su dictadora comenzaron sus desgracias, cuando el Imperialismo encontró más rentable la llamada Doctrina Betancourt, de protectorados seudodemocráticos, como el que se instauró en Venezuela a partir de 1958 a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez. Uno a uno fueron cayendo los dictadores militares, sustituidos por civiles arrastrados ante el Imperio y feroces con sus pueblos. Pronto le tocaría el turno a Chapita, asesinado por sus propios secuaces en 1961. Era su día de suerte, pues de 60 disparos solo le pegaron siete.
Los que mantuvieron en Venezuela un estado de terror durante 40 años, peor que el de Pérez Jiménez, con asesinatos y torturas, los inventores de la desaparición forzada, perfeccionada luego por las dictaduras del Cono Sur, ahora alegan en cine-foros que Chávez es igual que Chapita.
Vaya por delante que La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, es una excelente novela. No he visto la película, por lo que no hablaré de ella. Pero así como Vargas Llosa es un excelente novelista, es un pésimo político y, si cabe, peor ideólogo. Profesa la doctrina más bufa y simplona, amén de perversa, llamada neoliberalismo y lo hace con más que odio, frenesí, diría José Ovalles, pues ha tenido la osadía de declarar a Margaret Thatcher la persona más eminente del siglo XX. Es decir, la que relegó a la indigencia a buena parte de la población inglesa. Pero sus novelas son buenas, incluyendo La fiesta del Chivo, lo que no tiene nada de extraño, pues la literatura tiene su propia legalidad estética. Por eso Honoré de Balzac, hombre de ideas políticas conservadoras, era, según Friedrich Engels, un revolucionario en sus novelas.
No fue que Trujillo se enfrentase al Imperialismo sino que el Imperialismo se enfrentó con él cuando ya no le fue útil, les pasó a Manuel Noriega, a Sadam Huseín, al Cha de Irán y a Pedro Carmona. Igual fue con la Iglesia a la que enfrentó porque lo enfrentó.
Pero la oposición cuenta con la ignorancia que ha inducido en esa parte del proletariado con ínfulas burguesas que llaman clase media. No toda, pues también en ella hay en nuestra historia densos sectores revolucionarios, incluso de vanguardia. Pero entre colegios privados, centros comerciales, empresa privada y medios de comunicación privados, cierto sector de la clase media se ha mantenido en una indigencia intelectual tenebrosa.
Es a esos ignorantes a quienes se dirigen estos cine-foros de La fiesta del Chivo.