A casi dos años y medio de la publicación del texto “Reforma, Estado y Revolución” que constituye el fruto de mis estudios de postgrado, se plantea con el sentido de la urgencia y la necesidad impostergable, la reforma constitucional. Las particulares circunstancias de la revolución venezolana y su agitado trajinar de nueve años con ocho meses, determinan la irrevocable decisión de colocar sobre los carriles de la reforma el alma del proceso político bolivariano. Si de verdad se habla de presente y futuro revolucionario, entonces es necesario poner en marcha el tren y en un andar rasante partirle en tres la médula espinal al estado capitalista que todavía rige nuestras relaciones sociales y de producción.
Sabemos que la construcción del socialismo no es fácil -y nunca lo ha sido-, de allí que vale la pena revisar cada vagón de la carta magna, para retocarlo, reformarlo y ponerlo a tono con el proyecto socialista. Ya hemos pasado por el chantaje de las cúpulas políticas y económicas, de los pecados de la llamada Conferencia Episcopal, del golpe de Estado, del paro petrolero, de la apestosa y dañina guarimba, de los llantos de RCTV y de las flemas de la dirigencia estudiantil opositora. Hemos pasado por el tiempo de las etapas, de las agendas alternativas, los planes a mediano plazo, los objetivos estratégicos, los motores y combustibles. Ahora se necesita la reforma para que el tren inicie su ascenso hacia la cima del nuevo socialismo, que como una montaña brotó con fuerza en medio de las democracias latinoamericanas. Sin nostalgia, hay que seguir avanzando hacia la próxima estación ferroviaria.
Basta ya de seguir deteniendo la marcha y consumiéndonos en ese andén de trenes. Las revoluciones no se detienen ante las contracciones de la montaña, al contrario ante cada crujir se afinca más en el carril para avanzar más rápido. Precisamente, la reforma constitucional se constituye en una fuerza centrífuga, que va abriendo caminos hacia la montaña revolucionaria. Ese es el reto, ese es el objetivo de colocar en lo alto, la bandera de la revolución. Ver ondear este símbolo de ocho estrellas trasnocha a los grupos opositores. Lo demostraron el día que el caballo dio la vuelta y junto con la nueva estrella se impregnaron en los colores de la patria para darle más brillo y más significado.
Ala parecer el odio no se detiene en los grupos opositores. En sendos ataques de locura descarrilaron el tren, luego querían incendiar y volver cenizas el centro de la economía del país. No pudieron y todo se les devolvió, de allí tal vez el miedo. En realidad, ellos no te temen a la reforma sino más bien a la revolución. Han hecho de todo para matarla y no han podido. Y a partir de esta reforma menos que podrán. El tren sigue montaña arriba y en cada estación recoge pasajeros que de inmediato se unen al coro de “patria socialismo o muerte”, frases que están enunciadas tácitamente en el texto “Reforma, Estado y Revolución”.
eduardojm51@yahoo.es