Insurrectos queman chaguaramos

A pesar de la violencia irracional de los grupos estudiantiles de derecha, creo que no hay razones para preocuparse. Con la quema de chaguaramos no se tumba gobierno ni se pone en riesgo la estabilidad del Estado ni mucho menos el proceso revolucionario. De allí que no debemos caer en el juego del enfrentamiento directo, sino que sean las instituciones que actúen para impedir que la baba contamine la verdadera lucha política.

Hay que aprovechar el tiempo para leer, escribir y seguir avanzando hacia la consolidación del proyecto revolucionario, más todavía si se toma en cuenta y se parte del hecho que el pueblo es impulsado por un movimiento dialéctico que genera dinámicas que a su vez van reacomodando y reconstruyendo el cuerpo social y político. Son esos impulsos los que generan los cambios y los que despiertan la conciencia de los sectores explotados, oprimidos y excluidos.

Entonces, los análisis deben servir como punto de referencia para promover la reflexión sobre las reales transformaciones del Estado y la sociedad. Nada de detenernos a contemplar el humo de los chaguaramos incendiados. Mientras esa minoría se impregna de las cenizas de la mediocridad, hay un pueblo que se alimenta de ideas y de un pensamiento revolucionario.

Vivimos en un tiempo decisivo, donde los nuevos referentes desmontan la falsa historia de los medios de comunicación opositores que tergiversan la actual realidad nacional. Ha llegado la hora para asumir nuestra propia realidad y reafirmar el compromiso de sujetos protagónicos de la transformación. Debemos recordar que gracias a la pésima gestión política del puntofijismo, el país marchaba por el carril de la historia regresiva. Hasta 1998, fuimos gobernados por una oligarquía partidista-patronal-religiosa-transnacional, guiada por verdaderos sentimientos innobles marcados por el egoísmo, la mentira y la manipulación. Además, esa misma oligarquía era avara y mercenaria, que se encerró en el manto de sus propios intereses y beneficios, los cuales fueron perdiendo y ahora quieren recuperarlos, así sea a través de la violencia, para luego entregarle el alma y la soberanía de la patria a la oligarquía transnacional, que en realidad son sus verdaderos amos.

Atrás y relegado en el olvido debe quedar ese odio racial, político y social que fue impulsado por los sectores oligárquicos contra el pueblo. Esa oligarquía apátrida tiene que aceptar que perdieron el derecho a dirigir los destinos del país, que perdieron su dominio hegemónico, que se acabó la relación paternalista que le habían impuesto a las clases populares. Por último, deben aceptar que la gran mayoría de venezolanos ya no se rige por sus reglas de sometimiento.

El sí revolucionario es sólo una muestra del despertar de la conciencia ideológica del pueblo, que ahora anda centrado en la acción revolucionaria. Así los vemos día a día, con más fuerza, organizándose, planificando y adueñándose de los espacios negados por la oligarquía. Este es el tiempo revolucionario que vivimos, donde se plantea el reto de asumir compromisos y no estar mirando el humo negro de los chaguaramos incendiados por los insurrectos.

*Politólogo

Email: eduardojm51@yahoo.es


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Eduardo Marapacuto*


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