Creo poseer la virtud celestial -por favor, y que no se me considere un “carenalga” por esto- de ser un cómodo ser; o un ser cómodo, como prefiera decirse. Pero cómodo al fin porque incluso facilito a todo el mundo -y tómese como una fina cortesía de mi parte- el no tener que descalificarme, dado que yo mismo de entrada siempre lo hago, lo cual obliga a mi eventual detractor, entonces, a tener que ir al tuétano del asunto en controversia, sin descarrío, y todo para el caso de que tuviere la nobleza, él, de rebajarse a mirarme. Eso sí, cuando me veo obligado a describir a alguien, trato de hacerlo sin falsear (en absoluto) lo que esa persona es, aparenta ser, o juega ser, incluido su envoltorio, y más allá de lo tegumentario, por supuesto. Y es por eso que Emeterio tiene que ser decente; y reconozco que lo es, y en demasía, porque si no, y con esos atributos físicos que lo hacen tan distinto, sería entonces como un “monstruo de la laguna negra” (¿se acuerdan?) aún destilando agua, perdido deambulando y cojeando con los brazos extendidos hacia delante por la Libertador a altas horas de la madrugada. ¿No sería una escena inédita de terror? Y, si alguien decidiera rebatirme, le rogaría que iniciara su discurso diciendo, por ejemplo: “Y como afirma el estúpido y desdibujado viejo cagalitroso ese… Sí… sin nombrarme, porque ya todo el mundo sabría de quién se trata. Y, si eso no lo sacia, le rogaría que avanzara entonces con otras “rayas” más hasta que lo consiga, hasta que le provoque exclamar, desde muy adentro: ¡Oh, yea!.. Y ya, acabaría de conseguirlo. ¡Albricias! Y tranquilícese, pues, y deje la vaina, que se enferma.
Pues sí, también confieso tener mis extrañas adicciones: ¡leo a Emeterio!, ¿y qué? A un Emeterio con sus aparentes y vaselinosas simplezas… A alguien que nunca dice una grosería; lo que resulta muy explicable: salió él hace mucho tiempo del pueblo, para entrar entonces en la denominada lumpen-burguesía antigrosera, donde para nada desluce. Pasó de ser lumpen-proletario a lumpen- burgués, ¡y vaya de qué lujo, el condenado! No como el Teodoro ese, que es más ordinario que una pantaleta e` caqui y que seguro debe comer caraotas negras con espaguetis en plato de peltre floreado con guarapo e`café y french fries.
Y he visto por allí, que [Emeterio] se dignó mirar hacia un joven profesor universitario nuestro, que escribe enjundiosos, bien amarrados y críticos artículos (que leo en Aporrea con atención, y hasta donde puedo, porque a veces me tranco) con un articulito suyo en El Universal que intituló, con brevedad y orgullo rebosante, es muy probable: “Javier Biardeau”, lo que me hace sospechar que lo hiciera, primero, porque supone que Javier es croata y propenso a talanquearse con un enérgico brinco, at anytime; segundo, por el nombre tan de caché que ostenta, y tercero porque escribe en El Nacional, debajo de Zapata, lo que Emeterio considera un enorme privilegio. ¡Y vaya concepto que, de privilegio, tiene Emeterio! (Y no piensen que estoy hablando del Emeterio de la guaracha de la Billo`s Caracas Boys, no, sino del que hoy gratis se atraganta de tanta maizina).
Pero también ha como terciado en la polémica, otro camarada con nombre que sugiere mucho caché, y que, ojalá Emeterio lo mire también y le dedique uno de sus articulitos: Manuel Sutherland, es su nombre (marxista de análisis, y quizás no de fe).
Por tanto, estoy dedicado a antologizar sus artículos respectivos y a tomar algunas notas sobre ellos, y, puede que hasta me decida escribir algo a través de mis imbecilidades en presunta prosa, que, algunos medios alternativos –incluso corriendo un gravísimo riesgo de desprestigio- me publican con tanta apertura bondadosa.
Pero paréceme que la polémica, sería útil, por tratarse de personas harto puñaleadas, incluido Emeterio, quien, habiendo sido economista marxista-culoepuya y filósofo tamborero, es firme candidato hoy –si acaso no ha sídolo ya- a ser reclutado por la CIA a un muy módico precio.
¡Gloria, pues, a Emeterio!
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