Era desesperante. La única palabra era la de los empresarios saborizados, acaparadores de automóviles y sus sicarios mediáticos, como los que se expresan en sus televisoras, sus radios, sus periódicos, sus cines, sus centros comerciales, su todo. Míralos.
En la mayoría de los países todavía tienen copado todo el espacio público y es monstruoso cómo en ellos se desborda el Pensamiento Único de la ultraderecha, sin matices, sin tregua. Toda la programación es una solitaria y maciza línea ideológica: el primado totalitario del capital sobre el trabajo, la ridiculización de toda persona que no sea de notorio origen europeo, bella, joven, exitosa, vestida “adecuadamente”, etc.
Solo la ultraderecha determinaba las normas inflexibles del lenguaje, de la facha, de la alimentación, de la estética, de la ética, de la religión, de la política. Era la dictadura más férrea posible porque apenas si había la posibilidad marginal y a veces clandestina de un pensamiento alternativo, diverso, inconforme. Los pobres eran invisibles y si se veían eran presentados como feos, sucios y malos, como decía Ettore Scola en su inmortal película Bruti, sporchi e cattivi. Cualquier pensamiento que no glorificase el capital y sus multinacionales era execrado cuando no ridiculizado o, peor, silenciado. Cualquiera que persistiese en desafiar su hegemonía solía ser anulado como terrorista, el equivalente moderno del hereje, y como consecuencia perseguible, asesinable, torturable y encerrable indefinidamente en cárceles secretas y/o guantanameras, sin debido proceso, sin habeas corpus, sin defensa, sin cargos. Y si alguna justicia había, era justicia de excepción, como en la Inquisición, cuando la acusación equivalía a la condena.
Imagina el foro de Cedice sin derecho a réplica. Vargas Llosa y los representantes de Maddof y Stanford Bank hubiesen declamado sus neoliberalismo sin que nadie los hubiese refutado y ni siquiera puesto en duda aunque solo fuese como ejercicio intelectual. Sus exposiciones hubiesen sido decretadas como revelaciones divinas y si acaso tendríamos aquí y allá la posibilidad de contrariarlas, y eso ilegalmente, que es lo más probable, ¿verdad, Kafka?
Así era cuando solo hablaban ellos.