Hay varias frases que sirven para abordar este asunto. La primera sería aquella del “orden comienza por casa”; también la de luz que emitas hacia afuera debe corresponderse con la del hogar. Hasta estirando un poco la imaginación, valdría apelar a aquellas de los perros deben correr tras las venados y los caballos delante de las carretas. En estos dos últimos casos no debe esperarse lo contrario, sería un deseo imposible.
Pero es casi un mandato, tan sabio como aquellas sentencias, que uno deba hacer contraloría social.
Hay una ley vigente, “nuevecita”, recién salida de la Asamblea Nacional, cuya aprobación sirvió para que opositores guarimbearan hasta el cansancio y jurasen ¡por ésta!, que jamás la acatarían. Y como en ella se establece que la bandera nacional tendrá ocho estrellas, en reconocimiento a la provincia de Guayana, se negaron a aceptarla y empezaron por enarbolar a diestra y siniestra, como nunca antes, la anterior de siete. Hasta en Guayana misma.
Eso si, cambiaron de conducta. Debemos reconocerlo, no son inmutables. Antes, no digamos que se oponían a enarbolar el símbolo patrio en sus casas, edificios, oficinas o negocios en los días señalados por la ley, sino que simplemente aquella disposición les importaba un pito. Ni siquiera bandera tenían. Pero, desde que se le aumentó a la misma el número de estrellas, cada uno de ellos adquirió por docenas, pero de siete estrellas, “para contradecir al zambo”. El cambio fue tanto que dispusieron ponerla en cualquier parte, sin exceptuar día alguno y a cualquier hora. Hay damas, muy escuálidas, que con decoro y “patriotismo”, la usan para cubrir sus intimidades. Como en el cuento del gringo y la ladilla, la ponen al revés y al derecho, de arriba para abajo y otras inusitadas formas.
Como por arte de magia, lo que no era un gran negocio, hacer banderas, se volvió de lo más lucrativo.
Es sano y justo reconocerles que aquellos que marchaban con la bandera gringa como si la suya fuese, por odio, “chocancia” o simple confusión, se cambiaron para la de amarillo, azul y rojo de las siete estrellas, en arco con la convexidad hacia arriba. ¡Vaya que positivo! Algo es algo, se puede decir en este caso.
A estos obcecados uno les entiende. Su política es simple y casi hasta infantil. Hay que llevarle la contraria a Chávez. O como aquel simplismo “di tu primero lo que quieras, no me importa, que yo te llevaré la contraria”. Es esa una primitiva y nada inteligente forma de hacer la política.
Lo que resulta difícil digerir o comprender es a autoridades que están en la obligación de respetar los símbolos patrios, acatar las leyes y hacer que aquellos se respeten y éstas se acaten, sean las primeras en ofrecer malos ejemplos.
Este 23 de Enero estuve en Caripe. Llevé una de mis nietas a ese bello monumento que es la “Cueva del Guácharo”. Al pasar frente al cuartel de la Guardia Nacional no creí lo que al parecer percibí.
Cien metros más adelante, asediado por la duda, opté por volver atrás a remirar el símbolo allí enarbolado. En efecto, como creí verlo al principio, esa bandera TIENE SIETE ESTRELLAS.
La nueva ley que dispone lleve ocho estrellas entró en vigencia en el 2006. Ella ordena a los entes oficiales y cuerpos armados del Estado la acaten de manera inmediata. Esa inmediatez lleva cuatro años.
En Caripe, quienes desde esa fecha hasta ahora han comandado la Guardia Nacional, no han cumplido con ese mandato. ¿Habrá alguna razón para eso? ¿Alguna vez habrán visto hacia lo alto del poste de la bandera?
¿Es posible qué sea un simple acto de dejadez? Eso es grave. ¿Dejadez de quién o quiénes? ¿A ese comando no le supervisan?
Dejemos el asunto hasta aquí con esas preguntas, porque si uno se pone a halar el sedal, puede que en la otra punta haya un tesoro o un tiburón apretado de dientes afilados.
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