Manitas blancas

Impulsado por el fuego sagrado que arde en cada amanecer de febrero, apuré los pasos y enfilé mi marcha hacia allá, hacia el encuentro con Bolívar, quien habla desde los silencios para recordarnos que la revolución es el motor que enciende las ganas para sentir la libertad que respira, la libertad que camina firme, dejando huellas eternas en la conciencia de los pueblos.

Eran casi las nueve de la mañana de este 4 de febrero y cuando apenas faltaban dos cuadras para llegar a la plaza Bolívar de San Cristóbal, me encontré con mi amigo Eduardo Brissett, a quien no veía desde hace unos cuantos artículos. Él también iba a ese encuentro para escuchar las voces del Libertador, que a cada segundo se convierten en discursos bicentenarios, donde las palabras parecen metrallas de ideas que retumban en nuestro cerebro.

De inmediato, con un saludo impregnado de literatura, me dijo: estos son los tiempos de pensar, de andar atentos con las circunstancias y las oportunidades. Entre palabras fuimos avanzando hasta llegar a la plaza y saludar a Bolívar; digo saludar, porque ambos miramos la figura eterna del padre de la patria, quien con una mano agarra firme las riendas del caballo rebelde y en la otra empuña la espada de acero que parte en dos el viento seco de la dominación. Como vemos, son dos manos pintadas de libertad, de fuerza indómita que aprietan el estandarte que nos harán definitivamente libre.

Así, pensando en el tiempo, digo que somos los hijos de la espada de Bolívar y que para hablar de él, hay que hacerlo con el lenguaje de la revolución. Así, somos cristianos porque creemos y somos seguidores de Cristo. Somos bolivarianos porque llevamos en nuestra conciencia el pensamiento de Bolívar. También somos chavistas porque amamos este país y respaldamos el proyecto político-ideológico de Hugo Chávez. Ahora bien, preguntemos a las manitas blancas, esa pequeña jauría de lobos perdidos en su propio bosque de la confusión, de quién son seguidores y cuáles son sus líderes; porque no basta sólo con pintarse las manos de blanco y lanzar la patada, sino que tienen que definirse. Si de verdad la inteligencia no le da para tanto, entonces digan si piensan con las manos o piensan con los pies.

Después de incendiar, saquear y atentar contra la tranquilidad de nuestro pueblo, de nada vale que se enjabonen las manos, porque siempre se le verán las manitas blancas. Así huelan a perfume de la “extrema derecha”, de todas maneras será un olor escuálido, casi parecido al “pacho-lin”. Ese olor forzado que no los deja pensar, quizás por ello es que desde su violencia hablan que cese la violencia; desde su discurso manivacío dicen que no hay libertad de expresión, cuando hablan desde todos los medios y atacan abiertamente el gobierno.

Así son las manitas blancas, me dijo el poeta Eduardo Brisset. Y remata diciendo que son como una especie de movimiento huérfano que camina por la universidad sin padre ni madre, pero con muchos tíos que les manipulan la conciencia para finalmente llevarlos por los caminos de la violencia irracional. Precisamente, son esos tíos los que suministran toda la logística para que actúen son saña contra las personas y la sociedad.

Politólogo

eduardojm51@yahoo.es


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Eduardo Marapacuto*


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