Manifiesto Epano
-A 11 años de haber nacido-
Haber nacido, como organización política venezolana en la selva colombiana, para responder o cumplir con el deber de luchar contra los que propiciaron y ejecutaron el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 en Venezuela, resultó ser una satisfacción de la solidaridad revolucionaria aunque se nos pueda contar más desaciertos que aciertos. Nacimos pocos y aún pocos somos los militantes del EPA, pero algo hemos aprendido haciendo camino al andar. No sabemos si en nuestros diálogos, en nuestras conversaciones, en nuestras discusiones, en nuestros análisis, en nuestras meditaciones, en nuestras contemplaciones y en nuestras reflexiones hay mucho o poco de gnósticos, aunque siempre nos guía el clamor de conocer lo mejor posible el mundo en que vivimos y el que nos rodea. Eso de gnósticos, en verdad, no lo sabemos a ciencia cierta. Sería necesario que esté un filósofo o un sicólogo entre nosotros y nos estudie, palabra por palabra o concepto por concepto, para que haga esa valoración. Pero debe ser un buen filósofo o un buen sicólogo, para que no se nos caiga a mentiras o no se nos confunda la mente con términos huecos. Nosotros no andamos nunca detrás de la divinidad, persiguiéndola para que nos abra sus brazos y nos abrace ni tampoco para que nos alimente la conciencia. Sabemos que el flaco Jaime Bateman Cayón, a quien mucho admiramos, creía no sabemos si mucho o poco en el gnosticismo y creyó que eso en varias oportunidades le salvó la vida pero jamás dejó de creer que era mortal como cualquier ser viviente en este mundo como tampoco dejó de luchar por la emancipación de todos los explotados y oprimidos en la tierra, reconociendo que el motor de la historia ha sido la lucha de clases.
Nosotros no le buscamos sucedáneos al marxismo. Este es el que nos ha dado nuestra concepción de mundo que pregonamos y por la cual luchamos. Pero para nosotros el marxismo no es una panacea, no es una recopilación de recetas ni pensamientos, ni de frases que se repelan entre sí mismas como tampoco es un antibiótico para curar todas las infecciones. No, es el fruto de una histórica práctica de lucha de clases y lo mejor del legado teórico de la economía inglesa, la filosofía alemana y el socialismo utópico francés. Sin embargo, nosotros asumimos cualquier idea, venga de donde venga, que nos sirva para enriquecer el conocimiento en beneficio de la lucha contra el capitalismo y por el socialismo. Por eso asumimos la enseñanza aristotélica de tratar siempre de decir la verdad pero, al mismo tiempo, no descuidando desnudar la mentira de sus falsos atributos. Creemos que la materia es primera que el espíritu, que el ser social conforma la conciencia social, que la práctica es primero que el verbo. Por eso no creeremos nunca que toda materia es maligna y todo espíritu es benigno como sí lo creen los gnósticos.
Nosotros somos muy respetuosos de las creencias religiosas pero ante aquellos que nos quieren vender la pintura de la perfección de Dios, nosotros les respondemos que él fue el primer imperfecto al intentar hacer al hombre y a la mujer perfectos y no lo logró. Nosotros no somos materialistas en el sentido vulgar que muchos le imprimen a ese término. Somos materialistas en el sentido que creemos en lo dialéctico y en lo histórico de la naturaleza, del género humano y del pensamiento. No creemos en la reencarnación ni en la resurrección del cuerpo. Nosotros sí creemos en el amor, en los afectos, en los cariños, en las amistades pero, igualmente, creemos en el odio. No ese odio individual que ciega a la gente y le hace respirar exclusivamente por sus heridas. No, creemos en el odio de clase porque éste juntado al amor de clase genera, crea fuerza y da un vigoroso impulso a la lucha por el sueño que uno desea se haga realidad. Para nosotros el Demiurgo es el imperialismo que encontró un mundo descompuesto y ya degenerado y en vez de componerlo y regenerarlo lo que hizo fue agravarlo y llevarlo al límite de las perversiones en perjuicio de la inmensa mayoría y en beneficio de la ínfima minoría. Por eso tratamos siempre de tener fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano, como lo decía Confucio.
No es que tampoco nosotros tenemos un dominio muy elevado y científico del marxismo. Cada quien lo expresa de la forma que lo interpreta. Nunca vamos a encontrarnos para dialogar o discutir con un plan estricto de esos que no permiten que nadie se salga de las líneas trazadas. Jamás nos burlamos de quien, con sus propias palabras, no sea el mejor explicando la teoría en la que cree. Nos hemos dado cuenta que lo que mayor enriquece el conocimiento son esos elementos que salen a flote y no estaban predestinados para la discusión, la conversación, el diálogo, porque ellos nos obligan a imprimirle mucha seriedad y objetividad a lo que cada quien expone, despierta mucho el ansía del estudio, de la investigación y de la reflexión. Y eso requiere de argumentos que no sean divinos, absolutos, abstractos e inmutables. Por eso, cada uno de nosotros, jamás se propone ser maestro exclusivamente de los demás ni tampoco ser un alumno que sólo va a aprender sin nada enseñar. Decimos, pues, que cada uno de nosotros es un maestro y alumno al mismo tiempo sin medir el tamaño y la cantidad de sus conocimientos, porque mucho podemos aprender de otros (como colectivo) y poco enseñar (como individualidades). Eso nos ha facilitado ganar espacio y tiempo en la conquista de conocimientos.
No pocas veces nos hemos equivocado en la metodología pero consideramos que en el ideal abrazado (el marxismo) hemos acertado cien por ciento. Pero por abrazar el marxismo como nuestra doctrina no le entramos a eso de renegar de las demás doctrinas y calificarlas de senilidad, que en ninguna circunstancia aportan y, por lo tanto, deben ser desechadas sin que nos ocupemos de estudiarlas. No le metemos a eso del nihilismo como tampoco navegamos en el surrealismo, porque nosotros creemos en lo racional y en lo científico. Claro, hay quienes creen que en el otro extremo del planeta cada uno de nosotros tiene su antípoda. No nos hemos puesto a pensar en eso, porque no nos resulta alentador para nada, salvo que se entendiese por antípoda alguien que piense y actúe lo mismo o muy parecido que nosotros.
Para nosotros, el marxismo permite sacudirnos de esos vestigios que estimulan la conquista de riqueza para ser explotadores y opresores de otros. Hemos asumido una alegría que nos abre compuertas para la creación, nos altiva la esperanza en el porvenir más dignificado de la humanidad y nos hace ver lo sublime de una libertad capaz de deslumbrar la solidaridad por encima de todas las fronteras que le trazan a los seres humanos para dividirlos, hacerlos mirar y tratarse como diferentes, convencerlos que sus intereses o fines son opuestos y que la única razón de la vida es aceptar agnósticamente que el capitalismo es el único modo de producción digno para toda la humanidad. Entre leer una crónica que atiborra el cerebro de mentiras y medias verdades preferimos un largo poema que nos deleite con hermosas frases de amor o nos describa la selva sin herirle sus raíces.
Nosotros, por no ser perfectos, no estamos exentos de cometer errores y, especialmente, en los análisis y en las conclusiones políticas. La belleza, esa que es totalmente abstracta y no concreta, se la dejamos exclusivamente a los concursos donde se elige a la mujer –supuestamente- más bella del universo. Pero aun así, sabemos que ese concurso o evento se fundamenta muchísimo más en razones económicas que en ética y estética. Démonos cuenta que muy rara vez gana una mujer de raza negra a sabiendas que para los habitantes del continente africano la raza más hermosa –seguramente- es la negra como para el asiático la amarilla o como para el europeo la blanca. Creemos que sobre esa materia escribió, hace muchos años, el camarada Plejánov en su obra “El arte y la vida social” o en “La concepción materialista de la historia”.
A nosotros nos gustan la poesía, el cine, el teatro, los parques, la playa, que todos metan sus manos en el sancocho, visitar museos, tertuliar en las plazas o de vez en cuando en los bares o en el café, nos encanta ver a los niños jugar y discutir entre ellos no criticando lo malo sino exigiendo lo bueno, nos apasiona la música y bailar pero nunca planificamos en esas actividades el dolor para los demás. Para nada nos agrada jugar con la pólvora y jamás nos enamoraremos de las armas de la guerra. Nos gusta tanto la paz con justicia social que quisiéramos creer en un Dios que, desde el Cielo, haga el milagro de ponerle fin a todas las injusticias y desigualdades sociales existentes en la Tierra. Así sí viviríamos los mitos, los dogmas y las utopías sin preocuparnos de las manifestaciones filosóficas y sociológicas que propagan concepciones de mundo y de vida diferentes.
Nosotros no tenemos por hábito andar haciendo críticas para culpar a otros de nuestros errores o de las fallas en nuestra forma de pensar. Creemos con el camarada Trotsky que la ideología es un elemento de mucha importancia, pero no es decisivo en la política y, por consiguiente, en relación con ésta le toca esperar su turno al bate. Para nosotros, en la lucha de clases, el proletariado no anda con sus manos vacías ni acéfalo de teoría. El sabe que la única forma de acabar con el capitalismo es haciendo su revolución y su conciencia se nutre y se enriquece con el marxismo y con la propia experiencia de su práctica social. Mucho le han enseñado las derrotas. Muchos ideólogos, de derecha como del centro y hasta de la izquierda, se han confabulado, basándose en algunas experiencias de fracaso como el derrumbe de lo que fue la Unión Soviética, para vendernos –creyendo que la compramos como una mercancía de primera necesidad teórica- la idea que el socialismo perdió todos sus encantos, que el comunismo demostró demasiada monstruosidad para que sea aceptado por la humanidad y que el marxismo, definitivamente, ya no tiene nada que buscar en la palestra pública. Desconocen que la lucha continúa, que las nuevas generaciones no se conforman con lo establecido y lo que les brinda –como justicia y oportunidades- el capitalismo. Actualmente, profesar el marxismo o comunismo es como una herejía. Aún persisten en decirnos que el mundo no depende de la lucha de clases sino de Dios, de las misericordias de éste y, por lo tanto, no somos los seres humanos quienes podemos salvarlo. Los gnósticos dicen que desean el bien y nosotros también. En eso no nos diferenciamos.
Nosotros, por ejemplo, no concebimos que la revolución sea irreconciliable con la reforma y que, más bien, de manera perfecta el marxismo les concilia sin dejar de reconocer que entre ambas existe contradicción. No sabemos qué dirán los gnósticos al respecto. Nosotros creemos que Trotsky tiene razón cuando dice que todavía “… el proceso del desarrollo social es una cosa mucho más confusa que teórica en el dominio del puro pensamiento.
La paz de este mundo no depende de la reconciliación o de los buenos oficios de los diplomáticos, de homilías sacerdotales ni de acciones caritativas de sectas que invocan el sufrimiento del cuerpo en la Tierra para que así pueda el alma ser feliz en el reino del Cielo. No, depende, esencialmente, de las victorias de un proletariado que se decida unirse sin establecerse fronteras que delimiten su pensamiento y su lucha. Y ese deber del proletariado debe romper con el esquema de la táctica de larga espera y con esa estrategia que se fundamenta en la fe agnóstica de que el enemigo se desgasta y se desmorona por sí solo. Ya ha habido demasiado tiempo gobernando los pocos sobre los muchos, explotando los pocos a los muchos y oprimiendo los pocos a los muchos. Cada día se ve y se siente incrementar la pobreza y el dolor para los muchos como la riqueza y el privilegio para los pocos. Es la hora de romper con los silencios que han estado atravesados en las gargantas de los pueblos como rocas en los cañones de los ríos. Es hora de los gritos y los andares, de los desafíos y los peligros, de los rompimientos de tabúes y los vencimientos de obstáculos, de hacer brillar las esperanzas en los campos de batalla de la lucha de clases. Es la hora del protagonismo histórico del proletariado y de los pueblos. La emancipación de todo vestigio de esclavitud y superstición, los premiará.
No vamos a crearnos los fantasmas que nos mistifiquen. El marxismo nos va educando no en el socialismo de la utopía sino en el de la ciencia, porque ésta emancipa al ser humano a través de la Revolución. Creemos y queremos, pensamos y luchamos, por un desarrollo que atienda a las inquietudes y necesidades del ser humano siendo éste protagonista de su historia. Ese debe ser el fin principal del desarrollo histórico-social. Por eso, la paz tiene que ser sin hambre, sin dolor, sin necesidades apremiantes, sin injusticias, sin desigualdades, donde toda la humanidad tenga acceso a los más excelsos niveles de la cultura y del arte, siempre abrazada a la alegría, al amor, a la ternura, a la solidaridad.
Queremos que el espejo de la lucha de clases sea roto un día y para siempre para que el mundo sea la memoria de la humanidad y el grandioso museo de todos los logros y conquistas de las ciencias y de la tecnología, que serán las victorias de los hombres y mujeres que lo habiten, todos y todas disfrutando de elevados niveles de cultura y de formación científica. Por eso nosotros pensamos que la locura de un pueblo, en determinadas circunstancias históricas, es la razón que triunfa sobre la sinrazón de quienes gobiernan para los pocos en contra de las mayorías. En fin, por eso y siendo marxistas que creemos en los poderes creadores del pueblo (anunciado por Aquiles Nazoa), en la tremenda lucha de la alegría y la vida contra la tristeza y la muerte (anunciado por Julius Fucik y popularizado por Argimiro Gabaldón) y en el arduo combate de la ternura y la solidaridad contra el desprecio y el egoísmo (anunciado por el EPA), nos hacemos eco de esa sabia de don Quijote que dice: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Seguiremos andando, seguiremos haciendo camino al andar.