Después de estar haciendo un poco de etnografía densa, investigación participante y entrevistas, he llegado al punto de sostener que uno de los componentes de la “crisis compleja” de Venezuela es lo que llamo la deconstrucción sociocultural. Tomo el término, por supuesto, del filósofo francés Jacques Derrida, pensador que extrañamente en Venezuela, donde el ambiente académico ha sido tan novelero, no tuvo la recepción de un Michel Foucault, por ejemplo, en contraste con el impacto que tuvo en países que nos influyen tanto, por razones obvias, como los Estados Unidos. De hecho, he escuchado a entusiastas liderezas feministas venezolanas hablar de “falocentrismos” y otros “centrismos”, sin percatarse de que ya su lenguaje le hacía un tributo al pensador de “El espectro de Marx”, “De la gramatología” y otros libros. Efectivamente, Derrida ha contribuido teóricamente con esos movimientos en todo el mundo.
¿Qué es una deconstrucción sociocultural como la que vivimos en este país? Con ese concepto pretendemos dar cuenta de varios fenómenos: desestructuración de organizaciones e instituciones, ruptura de regularidades y normalidades en la vida cotidiana, desplazamiento de los centros organizadores de las prácticas sociales y relevancia de las periferias (descentramiento) y desmontajes de las oposiciones significativas que organizaban discursos y prácticas. Dicho en términos más de la calle: los usos y las costumbres, así como los signos organizados en discursos, imágenes y comportamientos, están “escoñetados”. Perdonen esta transición violenta del lenguaje académico-filosófico a la grosería casera; pero precisamente de eso se trata.
Una de las figuras más representativas de esa deconstrucción es el gobernador de Carabobo, Rafael Lacava. Hay muchos otros: desde Leopoldo López, hasta Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, para sólo mencionar un puñado. En esa breve lista, se aprecia la responsabilidad activa de TODA la nata política venezolana. Pero no estoy hablando de culpa. Entiendo que esta deconstrucción es un proceso donde estamos todos y ninguno, tiene determinantes históricos y estructurales. En fin, es complejo. Pero Lacava sirve como recurso didáctico para explicar lo que quiero decir.
La supuesta “ruptura de paradigmas” (¡qué lugar común! Le prometo un artículo) comenzó desde la anterior campaña a la gobernación, cuando el líder político se presentaba en los mítines como una estrella de rock, ostentando su estupendo estado físico de deportista, quitándose su famosa franela de futbol y haciéndola girar sobre su cabeza, así como el estilo impactante (agresivas faltas de respeto, desplantes “simpáticos”, jodas cortantes) de sus respuestas a las quejas o a las simples preguntas. Como nunca, se usó el tik tok como discurso político (que de discurso sólo tenía el ladrido de algunas palabras): sale el gobernador manteniendo en el aire una pelota delante de unos flacos muchachos del sur de Valencia, o cepillándose los dientes en la intimidad de su baño, donde podría mostrar otras actividades necesarias y rutinarias, bailando, creo, una canción de Michael Jackson. También quejándose de sus recaídas en el COVID 19 o de que es muy poco el presupuesto que le llegó. Así mismo, utilizando ampliamente contra cualquiera, opositor o funcionario a quien culpabiliza por el agua, por ejemplo, aquella sabrosa palabra que alude al felatio que pertenece al diccionario de insultos favoritos del venezolano.
Pero Lacava se hizo todavía más famoso con su marca: el vampiro. El origen del uso ubicuo de este símbolo tal vez se remonta a un CD de un monólogo de Emilio Lovera que narraba los temores de un malandro ante “el carro de Drácula”. De hecho, Lacava lo usó para detener a algunos “bachaqueros” y obligarlos a hacer labores civiles, a durante su gestión como alcalde de Puerto Cabello. Al llegar a la Gobernación, haciendo contraste con la gestión obesa de Ameliach, puso una especie de señal de Batman al lado de la tradicional cruz iluminada del cerro entre el Trigal y San Diego, le puso a los camiones del aseo urbano un logo con otro animal de alas membranosas y negras, generalizó el prefijo “dracu” (“dracutrash”, por ejemplo), sembró la capital de Carabobo con plazas “Drácula” o “Transilvania”. Hasta anunció un parque de diversiones que creo llamó (por supuesto) “dracuferia”.
Esto no agradó a muchos “trasnochados” del PSUV. De hecho, la operación descentraba el imaginario chavista. Sacó del centro a los famosos “ojitos” de Chávez. Puso a Steve Jobs en lugar de Bolívar o algún prócer revolucionario, de esos más convencionales de fusil y mensajes de sacrificio y heroismo. Enfatizó las labores de ornato público. Esto se correspondía con sus planteamientos claramente dirigidos a exaltar la iniciativa privada, la inversión privada, todo privado. Pero lo que advirtieron no pocos bien intencionados trasnochados era que el discurso del dinámico y vampiresco gobernador, estaba en sintonía con los estímulos impositivos al capital trasnacional, la privatización de las empresas estatizadas, los decretos del Arco Minero, las Zonas Económicas Especiales, y demás producción legal que están marcando el viraje hacia un sistema extractivista, al servicio del capital internacional, pero con represión y desplantes de malandro viviendo en el Trigal Norte (para los caraqueños: una especie de Coqui de las urbanizaciones con nombres de santas que rodean a Prados del Este). La nueva marca del vampiro no es más que un componente más de un giro completo, cuyos otros ingredientes son el rápido y nepótico ascenso político de Nicolasito, la transformación de hábil negociante colombiano a representante del país en unas delicadas negociaciones políticas, aparte de las leyes ya señaladas, que han hecho de viejos izquierdistas resistentes a hacer señas de ruptura, aunque no se atrevan a terminar de dar el paso. Obvio: me refiero al gran Luís Britto.
Tanto fue el desagrado que hasta hubo algunos trasnochados bienintencionados y resistentes a aceptar lo que se le metía con desfachatez por los ojos, que participaron en las mal llamadas “primarias internas” del PSUV, una simple trampa tendida a sus propios militantes por parte de una dirigencia que nunca promovió ninguna señal de democracia interna en ese aparato de poder. Y se produjeron algunos desprendimientos hacia la izquierda de gente joven, lo cual es notable porque el mensaje del Drácula está dirigido precisamente a la generación “selfie” y “tik tok”.
Sea dicho de paso, la amenaza de ahorcamiento al director de Hidrocentro por parte del Drácula es un signo más del estilo típico del burócrata de este gobierno, acostumbrado a insultar y patear hacia abajo, y adular hacia arriba, esquema de “liderazgo” que algunas señoras remedan hasta a nivel de algunos CLAP. Nada de acercamiento técnico al problema del agua. No, chico, mmg (pongo las consonantes cuidando el lenguaje). Hay que mandar y ser arrecho… (bueno, en fin, hasta a la mediana burguesía le gusta ese estilo deconstructor). Una versión más deportiva de los desplantes de Pedro Carreño y otros especímenes parecidos de la simpática patanería oficial.
Lo cierto del caso es que el Drácula es la antonomasia de la deconstrucción del chavismo. Proceso que acompaña a otros aspectos de un fenómeno más general: el de la deconstrucción sociocultural que aqueja a nuestra cotidianidad llena de emergencias y urgencias, imposible de regularizarse en rutinas y hábitos estables, a nuestras instituciones que ya se disuelven en medio de un basurero o ruinas en pleno derrumbe (ver las escuelas, las universidades, las otrora ejemplares misiones, los hospitales), a nuestro Bolívar moneda que sólo puede bailar un merengue aplastante con Benjamín Franklin, a nuestras ilusiones de que desde el twitter o las redes podremos dirigir un “voto inteligente”, etc.
Pero el tema de la deconstrucción sociocultural es mucho más complejo y variopinto. En próximos artículos intentaré dar cuenta de su polifacética acción que nos deja sin centros, sin estructura, sin regularidad, sin sentido, sin ilusiones… Sólo el valor del capital que va a entrar a cambio de la extracción de las riquezas mineras y la identidad de la corrupción en el gobierno y en la oposición.
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