Cuando el periodista Juancho Marcano, vio pasar a su amigo Evaristo con su azadón (escardilla) al hombro, se recordó de su tío Giño, que cuando miraba un campesino con su instrumento de labranza rumbo al conuco, le decía: ¿Para dónde vas tú con esa pluma Parker?, y así mismo le dijo a su compañero, quien le contestó, con la letra de la canción de Simón Guerra: Yo voy para mi conuco/ porque ese será mi cruz/.
Ambos hombres se detuvieron a hablar sobre el trabajo fuerte que es jalar azadón, aunque muchas familias en el pasado en la Tacarigua de Margarita, vivieron gracias a ese utensilio agrícola que permite limpiar, arar y hacer los surcos para sembrar el maíz. Sin embargo otros no lo pueden ver y por eso dice, un señor, que gracias a eso estudiaron, pues los padres antes le decían a los muchachos: ¿qué prefieres tú jalar azadón o estudiar? Y los jóvenes ni cortos ni perezosos, preferían lo último sabiendo lo forzado que es trabajar con el azadón, de ahí que son muchos los profesionales universitarios que tiene Tacarigua.
Evaristo que sin soltar el azadón, le comentó al periodista que iba al conuco para aprovechar de sembrar unos cuantos hoyos de maíz para aprovechar la lluvia, pues tiene la esperanza de que va a seguir lloviendo y porque además esa siembra la carga la tierra y él no pierde nada y puede ganar en el futuro de comerse unas ricas cachapas que les prepara su esposa.
Una vez que terminaron de conversar los dos hombres, Evaristo siguió su camino y Juancho Marcano, empezó a podar las ixoras del jardín, junto a su perro Pipo que lo observaba y cuando más o menos pensó que era conveniente, le preguntó al periodista porqué la gente le tenía como rabia al azadón. "Porque es un trabajo muy fuerte y agotador, Pipo, tan es así que me cuentan que una vez aquí se robaron un azadón en un conuco y al saberlo Juan Guerra, exclamó: "El brío, el que se roba un azadón, se roba la muerte". Aquí se entiende que el señor Guerra, no le tenía ningún aprecio ni agradecimiento al azadón", dijo el reportero.
Pipo hizo como unas muecas de risa y dejó que Juancho Marcano siguiera en su tarea, pues con esa poda y las lluvias, las ixoras se ponían bellas y florecían alegremente.