Aquí, en los últimos momentos de dicha en este paraíso…(Dedicado al amigo Esteban Rojas)

3-5-23: Cuando uno emprende viaje de Mérida a los Pueblos del Sur, y toma por la vía de Estanques, luego de cuatro horas de camino viene y se encuentra el pueblo El Molino. Aquí está uno en la vecindad de dos enormes cuencas, la de El Chama y la de Uribante-Caparo. A partir de El Molino en dirección a Canaguá, se inicia uno de los tramos más destrozados y golpeados de toda la geografía de los Pueblos del Sur. No sé si llamar, con lo que nos vamos encontrando, terrenos tomados por la agricultura extensiva, intensiva, DESERTIVA, devastadora o lunar (por los inmensos cráteres que va dejando). Espacios cruelmente desolados, arrasados. ¿Pero quién se atreve a controlar a las poderosas empresas que se asientan en estos lugares, las que después de cometer toda clase desmanes, destruyendo cientos de fuentes de agua y bosques, van y encubren sus crímenes ecológicos diciendo que están produciendo? Luego van a asentarse como angelitos en otro lugar del Estado para provocar los mismos crímenes. Rotándose, de una loma a otra, dejan los desgarros inmensos donde asientan sus garras. En otros tiempos, cuando me topaba con estas desgracias, enfrentaba directamente a estos miserables, me les metía en sus terrenos y tomaba fotos que luego publicaba en la prensa, y en las décadas de los ochenta y noventa los denuncié insistentemente ante los fiscales de Ministerio Público (inútiles) o del Ministerio del Ambiente (otra mierda). Lo hacía casi siempre solo. Me metí en docenas de luchas y campañas para defender los ríos Mucujún, Chama, Albarregas, Motatán, cuántas veces fuimos amenazados de muerte, y muchas veces fui demandado. Recuerdo en estas luchas al profesor Carlos Castillo, hace poco fallecido, y ahora cuando paso por estos lugares entre El Molino y Canaguá, recuerdo aquel Sant Roz que ya no existe, que pareciera que se auto-excluyó de aquellos, sus delirios justicialistas y denunciantes, su obsesivo guerrear contra tantas perversiones. Recuerdo aquel bregar incesante, y no deja de asombrarme el modo, no sé si filosófico (o desganófico), como ahora paso y los veo, y no salgo ya a indignarme. ¡A quién coño le puede importar toda esta mierda!, me digo y sigo avanzando. ¿Será que todas las obsesivas manías acaban por calmarse, que hasta las locuras de Don Quijote, quien, a la final, vino a embarcar a todo el mundo haciéndose cuerdo? De persistir en ellas, yo creo que mis camaradas hoy no dejarían de decir: "¡Qué riñones, las de este loco del Sant Roz!, quien en plena revolución bolivariana, la que lleva veinte años en DEFENSA DEL AMBIENTE, puede él pretender darnos lecciones y atacar además a la gente que produce y a la gente que se parte el lomo llevándole la papa a McDonald!". Voy conduciendo y discurriendo, mirando a mi lado los estragos infinitos, quién sabe si ya irrecuperables, lugares que fueron hermosos parajes, y será por ello que me estalla por dentro una sonrisa diabólica, por lo que procuro pensar en otra cosa para evitar estrellarme de nuevo como el viejo e iluso Don Quijote. Coño, ¿acaso me estaré volviendo cuerdo? Y eso que, yo toda la vida le he tenido endiablada arrechera a los c(u)erdos.

De El Molino, pues, en dirección a Canagüa, en un punto llamado Las Mesas, se encuentra un fundo que en el pasado fue criadero de toros de raza. Ahora es un vertedero de muerte, muladar o infernal chiquero. Eso lo adquirió un empresario que se cansó de arrasar bosques cerca de Mucurubá y por los lados de El valle del Mocotíes, en su afán por producir cientos de miles de toneladas de papas. Siendo dueño de Las Mesas, este bandido desforestó miles de hectáreas, de modo que de la noche a la mañana, hermosas montañas, relucientes de esplendoroso verdor, nos las encontramos ahora pelonas, sin un árbol, con ese color crema propia de haber pasado por allí las plagas bíblicas de unas modernas y descomunales devastadoras máquinas. Sin planificación de ningún tipo, consecuentemente, pues, cada vez que pasamos por allí somos testigos mudos y cómplices de un bestial ecocidio. La geografía y los caminos, la carretera principal están horriblemente inutilizados por descomunales cárcavas, y por los cuales corre ahora una lava asquerosa, sucia, venenosa: millones de toneladas de sedimentos se mezclan incontrolables con todos los detritus de la destrucción ambiental, de la extinción de cientos de especies a los que su hábitat se aniquiló, espacios que hace poco eran, insisto, virginales bosques. Ahora, una lava negra va sepultando cientos de caños, pequeños fundos, caseríos y sobre todo las sagradas fuentes de agua, los más dulcísimos veneros. Aquí uno comprueba que nunca ha existido gobierno alguno al que le duelan estos descomunales crímenes, y Sant Roz se ha vuelto un pendejo que ni pío dice. Y tanta gente que me consigo me lo reclama, "-¿Por qué usted ahora anda tan callado?". ¡Cómo! Yo recuerdo, que espantado de lo que veía en esos lugares, y en un último intento por coger de nuevo la adarga del demonio, me presenté ante la oficina de un Secretario General del Gobierno de Mérida, para denunciar este esguace ambiental. El orondo funcionario, un analista muy profundo de la situación internacional, simpático, locuaz, del modo más aburrido me espetó: "-Pues, ¿qué puedo hacer yo? Tómele unas fotos y lléveselas a la prensa". Lo menos que podía esperar de aquel tritonante líder, siendo uno de los "revolucionarios" más comecandelas de aquella hora, era que ordenase un escuadrón de radicales defensores del ambiente, un pelotón de muy bien formados jóvenes, radicales, una comisión para investigar tan bestial crimen. Pero a él lo que le interesaba era hacer una disección semántica de las poses de Lilian Tintori. Ahora, ahí están las consecuencias y todo el mundo se lleva las manos a la cabeza cuando Mérida presenta destrozos ambientales pavorosos en cientos de puntos de los Pueblos del Sur. Por cierto, y perdonen la digresión, este connotado líder, para más señas, provenía de las huestes de Rafael Ramírez en PDVSA, rechoncho de alma y de cacumen, que por cierto descubrió que yo en el fondo era antichavista y me cogió una profunda arrechera (no llegando a tratarme más nunca) porque en un artículo mandé al carajo al fulano Toby Valderrama… todo esto lo pienso desde la hamaca de mi troja…

Nos informan que en Mérida tembló como a las 9:30. Aquí no sentimos nada, aunque Ángel dice que a él sí le llegó el fuerte ramalazo.

Se producen fuertes ráfagas de viento. Son bocanadas de las tierras calientes, de Barinas, que llegan hasta estas montañas. Otros dicen que se trata del veranillo de mayo. Vuelan hojas y mariposas, se sacuden riendo a carcajadas las hojas de cambur y las de plátano, bailotean los periquillos y las perdices enloquecidas por entre las ramas del guamo. Todo eso lo estoy viendo desde el nicho de la troja, echado aquí en la hamaca como un soberbio don nadie.

Nos visita por la tarde el señor Corsino y su hijo Ángel. Salgo a preparar un té de menta. Tenemos en casa un verdadero árbol de menta, toda una rareza. Departimos en el porche y comemos torta de auyama hecha por Yameri.

Vaca horra o en "pausa", es aquella que no está dando leche, me entero. Así está la vaca que en este momento tiene Neptalí, por ejemplo. Entonces le digo al señor Corsino que yo tengo rebaños de vacas horras en esta parcelita.

Ángel reporta que en el sitio Los Giros, casi llegando a Estanques, se ha producido un gran corrimiento de tierra que ha afectado totalmente el tránsito vehicular. Es tal el desastre que el daño se presenta como irreparable por muchos meses, o quizás años, de modo que, para regresarnos a Mérida tendremos que hacerlo por Mucutuy, por la horrenda vía de San Isidro o por Guaraque. Coger por la vía de Guaraque implicaría tener que comprar gasolina extra (a los bachaqueros), y además tener que abastecernos de nuevo en Tovar. Todos estos caminos están del todo intransitables, y la plata que se aspiraba recibir, producto de los diálogos de México, para precisamente atender este tipo de males (como escuché que lo harían), como que tendrá que pasar primero por las horcas caudinas de los protervos norteños. La pura y triste realidad es que cada cual tendrá que ver cómo se las arreglas si tiene que viajar, y que Satanás lo coja confesado. Porque aquí, en Venezuela, algunos han tratado de dejar de lado esta cruenta realidad, por lo que todo lo malo que nos ocurre es (y así ha sido siempre desde Bolívar), culpa del gobierno, pero hay tantas culpas y desmanes en empresarios que se mueven arteros por estos caminos con camiones de diez, veinte y treinta toneladas, y que no le aportan al bien público ni una locha. Es por ello por lo que algunos piensan, que en cambiando al gobierno seremos prósperos y felices. Esa es una funesta costumbre, la de achacarle a otros los males que nos destrozan, y que en gran parte nosotros también tenemos sobrada culpa, mucho de nuestra indolencia e inconsciencia. Qué vaina…

A las seis de la tarde se produce un parpadeo feo en las bombillas y poco después se va la luz. Vamos quedando en tinieblas. Salgo a caminar y me encuentro en el camino a Evencio y a Avenildo: "-Aquí. Cogiendo fresco". Sigo cuesta arriba y me saludan desde la casa de los Mora. Me acerco. Están en el corredor, Manuel Ovidio, Javier y su compañera María Fernanda, Enrique y el señor Corsino. Manuel Ovidio atribuye el apagón al racionamiento de luz en momentos de sequía, pero Javier se preocupa por la forma extraña en que se fue yendo la luz, argumenta: "-Alguna torre o algún cableado se vino abajo". Por aquí la gente es muy lista para analizar los hechos, y así deben ser también para estudiar la conducta de las personas, pienso.

Ya a oscuras vuelvo a casa, nos ponemos en el patio a ver la potente luna llena. Poco después se nos une Ángel. Hablamos de lirios y cayenas, de ciotes, pavas y perdices, de constelaciones y estrellas fugaces. María Eugenia nos trae torta de auyama. "-El mundo es mejor sin luz", susurra Chespirito, quien se une a la conversa, y yo agrego que lo mejor es tirarse a la lona o a la tendida para repasar un poco cuántas emociones y experiencias hemos vivido estos luminosos días, principalmente el admirable trabajo de limpieza en nuestra parcelita, considerando que a lo mejor sean éstos los últimos momentos de dicha en este paraíso…

(El buen amigo Esteban Rojas conoció a mi hermano Argenis Rodríguez. Él dice que Argenis nunca le mencionó a un tal Sant Roz. Bueno, es que la verdad qué he hecho, digno de que alguien, como mi hermano (que fue un gran escritor) se tomara la molestia de mentarme por algo. Esteban tiene encontronazos con el pensamiento, según veo, tales como los que uno enfrenta en esta edad cargada de experiencias, dolores y gloriosas vacuidades, indeterminadas y sin nombre todavía. Lo saludo desde el extremo de estas estribaciones andinas, desde Los Pueblos del Sur, donde aún se puede conseguir no pensar en nada desde una hamaca en una troja. Mis solidarios abrazos, estimado Esteban)



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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