La huída del cobarde

La historia política venezolana está marcada profundamente por las huellas de la violencia irracional y la lucha incesante por el poder. En medio de esas turbulencias y remolinos violentos se fueron configurando y desconfigurando los liderazgos, bien para saquear los dineros del Estado y pintar la careta de un nuevo tiempo.

Con ese relampagueo intenso, de avances y retrocesos se fue trazando el camino de la cultura de la corrupción que se insertó en las neuronas de los dirigentes de la derecha. A partir de esos destellos, se construyó un sistema político-corrupto con fachada de democracia representativa, que vista desde un punto real sólo alcanzó a representar los intereses de las poderosas elites políticas, económicas y religiosas que se habían adueñado de todos los espacios de poder para saquear las arcas del tesoro nacional y repartirse el botín, donde las grandes mayorías quedaron excluidas de la participación.

Con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1998, esas mayorías excluidas lograron la oportunidad para avanzar hacia otros espacios, con lo cual también alcanzaron un mayor protagonismo. Las puertas que impedían el acceso hacia los patios interiores de la democracia fueron derribadas. Fue ese cambio brusco el que dislocó a las elites venezolanas, que súbitamente vieron reducidos sus espacios de privilegios.

Sin argumentos posibles para reaccionar y mucho menos para dar la batalla política, los sectores elitescos, particularmente las cúpulas de los partidos tradicionales se rindieron. Tal vez, por descuido o un exceso de confianza no permitió ver que los corruptos de la derecha comenzaban organizarse y no precisamente para la revancha electoral.

Venían era a robar. Los triunfos en gobernaciones y alcaldías era para corromper el ejercicio de gobierno A partir de sus allí ruedan las caretas y los sectores opositores dejan ver claramente sus intenciones.

Las fuerzas opositoras se organizan en bandas. Se produce la ruptura con la moral. De una manera descarada comienza el éxodo del dinero del erario público hacia las cuentas bancarias personales de dirigentes opositores. Y cuando la justicia toca las puertas de su casa, huyen de la manera más burda sin ni siquiera dar la cara por los actos de traición a la patria. Eso se llama cobardía.

Entre esos figura un pobre hombre, llamado el filósofo del Zulia, quien durante meses y años se mostró desafiante, guapetón de un nuevo tiempo, pero que huyó cobardemente. Desesperado quizás sintió en sus manos el frío de los barrotes de la celda que le esperaba. No obstante pudiera ser que le faltó el valor y espíritu para asumir sus propios errores. Esa inconsistencia es la que ha caracterizado a esta clase política opositora, cuyo discurso reivindicativo no encaja en el molde de la realidad presente. Si observamos, por un lado hablan de la lucha por la defensa de la libertad, la democracia y la justicia, momentos cuando hay ejercicio pleno de la libertad y una práctica de la democracia como nunca antes; y por el otro esconden, protegen y se vuelven cómplices del filósofo que huyó cobardemente.

*Politólogo
eduardojm51@yahoo.es


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Eduardo Marapacuto (*)


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