A veces, los tenderos de nuestro barrio, utilizaban diferentes artimañas y trucos, para captar las compras diarias que nosotros hacíamos en los diferentes abastos de nuestra comunidad. Era como una especie de soborno que lograba que muchos buscáramos las mejores ofertas de regalos, o comisión en los diferentes negocios de nuestras calles.
Había ñapas de caramelos, de descuento, de pedazos panela hasta llegó a institucionalizarse una, con un sobrenombre puesto a algún joven adicto a los productos lácteos, “Ñapa´e queso”. Buscábamos las mejores ofertas de tenderos. Portugueses, andinos, guajiros, italianos colombianos, esas eran las diferentes procedencias de nuestros ilustres comerciantes minoristas.
Todos y todas, competíamos por hacer el favor de los mandados de cada una de las casas de nuestra comunidad. Por cada cinco bolívares comprados nos daban un caramelo o un pedazo de panela. A veces, algunos de nosotros visitábamos las casas de nuestros vecinos bien temprano, para ofrecer nuestros servicios de mandaderos gratis o por una propina minima.
A alguien se le ocurrió el brillante invento, las ñapas de maíz u otros granos, estos se depositaban en unos frascos amarrados cerca de las cajas registradoras o de las gavetas en las cuales se guardaba el dinero de todas las transacciones. Por cada cien granos nos ganábamos un bolívar en efectivo o en mercancía, toda una fortuna.
Julio, Plácida, Urbano, Batista, Miguel, Ana, Manuel, Carmen, Emma, Juana, Charles, Enrique, Efraín, Benito, Jesús, eran los nombres los característicos de estos personajes. Siempre esos nombres iban acompañados de un infaltable trato de señor o señora.
Todos unos personajes, quedaron grabados en nuestra mente de manera permanente. Eran comerciantes, consejeros, financistas y filántropos. Siempre tenían una historia que contar y una información por pedir. De verdad se las ingeniaban para llegar a conocer todo lo que ocurría en nuestro barrio.
Las ñapas de maíz o granos, desplazaron a las otras modalidades de ñapas. Eran, más duraderas, que el simple disfrute momentáneo de un caramelo, de un pedazo de papelón o queso. Ellas nos enseñaron a poner nuestra confianza en las cosas permanentes y trascendentes y no en las cosas pasajeras y perecederas.
A veces, lográbamos reunir con paciencia una buena cantidad de dinero, entre cinco y diez bolívares. Todos esos bolívares, pulsados y ganados con gran sacrificio representaban unos cuantos viajes a las diferentes tiendas de nuestro barrio.
Las ñapas, nos hicieron mejores personas, más serviciales y más atentos con las necesidades de algunas personas, especialmente los enfermos, viejitos o viejitas de nuestro barrio. Todos ellos y ellas, contaban con nosotros para comprar las mercancías necesarias en los diferentes abastos de nuestra vecindad.
Siempre había demanda de los infaltables cigarrillos, Sal de frutas, Optalidones o cafenoles, tan necesarios para los dolores de cabeza o para los enratonamientos de algún pasado de palo la noche anterior.
A veces, o casi siempre, recibíamos doble gratificación. Nos pagaban las personas a quienes les hacíamos los mandados. Recibíamos, además, las ñapas de parte del tendero, era el negocio perfecto.
Así aprendimos algunos muchachos del barrio, a ser comerciantes y a tener nuestros propios negocios que todavía perduran en nuestras calles, esos negocios son la base de nuestra economía popular.
Un día, uno de los muchachos inventó un método para hacer rendir las ñapas de maíz o de granos, había atinado casi perfectamente la puntería. En la tienda La Campeona, este compañero se paraba frente al mostrador con los bolsillos llenos de maiz. En nuestras casas se criaban gallinas, patos, pavos, palomas y gallos de pelea, en cada casa había maiz.
Había calculado perfectamente la distancia del frasco de Mayonesa en el cual estaban sus granos. Ubicado estratégicamente en el mostrador, lanzaba los granos con gran precisión, en muchas ocasiones fallaba, en otras acertaba y a veces uno que otro grano caía en otros frascos. Seis o Diez granos diarios, eran metidos en el frasco con fina precisión por nuestro amigo.
Los granos de maíz que quedaban en el piso, cerca de saco, el señor Enrique consideraba que se habían caído de sus manos al momento de introducirlos en los frascos de nuestras ñapas, o al momento de vender el maíz, el cual costaba un real el litro.
Es de hacer notar, que el compañero en cuestión, se convirtió con el tiempo en uno de los mejores encestadores del equipo de Basquetbol de nuestra escuela y de nuestro liceo. Todos esos años de cálculo y tiros perfectos al frasco, le dieron cierta cualidad de gran encestador. Lastima que no llegó a la liga profesional de basquetbol venezolano, quizás un embarazo precoz de alguna novia, frenó su carrera ascendente al éxito y a la fama.
Muchos de nosotros seguimos creyendo, después de tantos años, que las ñapas nos hicieron mejores comerciantes, mejores ciudadanos, deportistas, personas y ciudadanos más solidarios.
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