Los sí y no del No al TLC

Es importante discutir qué es y qué no es el movimiento del No al TLC. Esto constituye, en parte, un ejercicio intelectual y científico, que deseablemente debería realizarse con rigor y serenidad. Pero sobre todo hay que entenderlo como un proceso de diálogo político, amplio y abierto. Y es que, desde luego, su justificación e importancia es esencialmente política, no académica. Entender quiénes somos, y por qué, cómo y hacia dónde nos movemos, es requisito importante para imprimir orientaciones más claras y contenidos más sólidos y persuasivos a nuestro esfuerzo y nuestro mensaje.

Hay cosas que este movimiento es. Y cosas que no. Pero también es un movimiento que representa, contiene o condensa posibilidades y potencialidades. Conviene reflexionar acerca de cada una de estas tres facetas.

Los si del movimiento

Primero, y obvio, este es un movimiento diverso y heterogéneo, en el cual concurren expresiones sociales variopintas. Hay ambientalistas, cooperativistas, agricultores, estudiantes, sindicatos; organizaciones de mujeres, comunales y políticas; académicos, empresarios, diversas expresiones religiosas, movimientos de diversidad sexual, organizaciones no gubernamentales...

Es perfectamente visible la invisibilización de que el movimiento es víctima en la gran prensa comercial -con el grupo Nación y Telenoticias a la cabeza- la cual se entera de que existe, tan solo cuando quiere descalificar y atacar. Ello hace manifiesta la contradicción irresoluble de esta “libertad de expresión de los dueños de la prensa”, cuando, manirrotos y entusiastas, entregan amplios espacios para interpretaciones arbitrarias y antojadizas que pretenden “rebatir” argumentos críticos que jamás fueron publicados en sus páginas.

Pero, la verdad, hay que entender que las cosas son así y difícilmente podrían ser de otra forma. Hace mucho que, perdido todo pudor y despreocupada de fingir cualquier equilibrio informativo, la prensa costarricense decidió ser vulgar propagandista del TLC. Podríamos entrar a analizar las relaciones de poder y los juegos de intereses que en esto se hacen manifiestos, pero mejor dejémoslo para otra ocasión. Desde luego, esto debe ser denunciado. Pero un elemental sentido de realidad desaconseja perder energías intentando ganar espacios de debate que jamás serán concedidos. A lo sumo se permitirán “debates” perfectamente inequitativos y sesgados. Entender esto es importante a fin de no prestarse al juego. De ahí, por otra parte, la importancia de comprender y aquilatar que este movimiento discurre por vías alternativas, de las cuales ha de sacarse máximo provecho.

Esos canales no tradicionales son variados. Primero, Internet. Segundo, el trabajo cara a cara en comunidades y ante grupos y organizaciones sociales. Tercero, e importantísimo, el trabajo de persuasión que se inventa y re-inventa en folletos, vídeos, obras de teatro, canciones, coplas, pancartas, adhesivos...

La inserción del movimiento en Internet, y el uso intensivo de esta herramienta, sintetiza la que quizá sea su característica distintiva por excelencia: somos un movimiento red o, quizá mejor, somos una red de movimientos en red. E Internet es el telar donde se están tejiendo tales redes. Estas discurren en diversas direcciones y con variados fines. Nos sirven para compartir análisis, ideas, argumentos y propuestas. Para debatir. Para coordinarse, comunicarse, apoyarse...Más allá de Internet, se despliega el trabajo en la calle, las aulas y oficinas o las comunidades. Y, de vuelta, este se alimenta, y alimenta a su vez, el entrelazamiento de ideas, esfuerzos y propuestas que discurre, día a día, por la Internet.

Esto es de una importancia difícil de exagerar. Porque este carácter nuestro como movimiento-red sintetiza, a su vez, otros rasgos clave y muchas de nuestras potencialidades más importantes. Primero, ahí se hace manifiesta la heterogeneidad del movimiento, su carácter abierto y pluralista y, en último término, la calidad profundamente democrática que le es intrínseca. Segundo, por esa vía se anudan la capacidad creativa del movimiento y la riqueza de expresiones que asume. Esto se hace visible en productos y manifestaciones de la más variada naturaleza. Igual elabora y difunde discursos académicos, políticos o estéticos que se expresa en lenguajes de raíz popular, o en la simple y directa manifestación de emociones y sentimientos.

Esta pluralidad democrática y esta riqueza expresiva confluyen en el No al TLC. Pero esta articulación no se teje desde una opción negativa sino, y todo lo contrario, crece desde un proceso de afirmación y propuesta nacido de la aspiración fundamental por un tipo de convivencia social asentado en valores y criterios éticos que el TLC niega y destruye. Así, entonces, es éste, más bien, el que deviene propuesta negativa y de destrucción, enconchada y amurallada en el discurso totalitario que asegura que no hay escapatoria a la dictadura total del mercado.

Así, el No al TLC es movimiento que se edifica desde la confluencia en ciertas aspiraciones básicas compartidas. En general, queremos un país soberano, capaz de integrarse al mundo de formas nuevas y mucha más justas y equitativas. Reclamamos igualdad y equidad. Tenemos la convicción de que salud, educación, agua, vivienda, esparcimiento y un ambiente limpio y saludable deben constituir, sin más, derechos universales. Reclamamos que la democracia sea vivencia cotidiana y participación efectiva, y no mascarada y ritual sin contenidos. Y, muy probablemente, pensamos en formas totalmente renovadas de relación con la naturaleza, donde nos reconozcamos parte de ese todo universal y no sus amos ni sus expoliadores.

En general, es muy posible que sectores importantes de este movimiento compartamos la aspiración de lograr una sociedad donde desaparezca toda forma de discriminación, cualquiera sea su origen. Y, en nuestra concepción, esto seguramente es parte de la aspiración por un mundo donde la paz sea el fruto de la justicia y no la imposición de la ley ni, menos aún, el silencio de la muerte.

Este núcleo básico de aspiraciones seguramente define lo que esencialmente somos. Pero, y por efecto de contraste, ello también nos permite reconocer lo que no somos.

Los no del movimiento

Decía en mi artículo anterior que, desde su pluralidad, el movimiento del No al TLC adquiere unidad alrededor de ciertas aspiraciones fundamentales, las cuales, en cambio, encuentran su antípoda y su total negación en ese Tratado y en los poderes e intereses económicos detrás de este. Pero no es antojadizo el hablar de “aspiraciones fundamentales”. De seguro hay ideas y propuestas de menor significación que algunos sectores sustentan, y con las cuales otros simplemente estarían en desacuerdo. Como también hay que entender que diversos grupos no perciben el alcance de algunas metas o aspiraciones, igual que otros.

Ello nos trae de vuelta a algo sobre lo que no es ocioso insistir: este es un movimiento sumamente heterogéneo. Tal característica, bien entendida y aprovechada, constituye una gran fortaleza, por la enorme capacidad creativa que desata y pone en acción. Pero, a la inversa, si no se logra entender y, sobre todo, respetar tal diversidad, esta puede devenir debilidad y, por esa vía, división y disenso.

En ese sentido, una estrategia maximalista del tipo “quiero que se llegue hasta el límite adonde yo creo que debe llegarse”, es una apuesta segura al fracaso que, al dividir, equivaldrá a entregar las armas y ponerle alfombra roja al TLC y, más allá de este, a toda la estrategia neoliberal que busca la imposición de un capitalismo inmoral, parasitario y decadente.

Reconozcamos que el movimiento del No al TLC contiene representaciones de la izquierda con más tradición, junto a otras que, autodefinidas también de izquierda, lo hacen desde una propuesta doctrinaria y discursiva y desde una praxis distintas. Poco ganaríamos -excepto debilitarnos- si los primeros descartan a los segundos como “reformistas” y estos a aquellos como “dogmáticos” (para usar, a título de ejemplo, términos que fácilmente podrían emerger). Más nos convendría identificar espacios compartidos donde confluir y trabajar.

Pero quienes nos reconocemos de izquierda, en todo caso estamos obligados a respetar el que otros grupos en el movimiento no se identifican a sí mismos como tales. La verdad es que si su praxis es progresista y democrática, la etiqueta aquí resulta perfectamente prescindible.

Así pues, es un movimiento plural y heterogéneo. Entendámoslo y aprendamos a respetarlo para que esa característica sea -como lo ha sido hasta hoy y ojalá cada vez más- fuerza aglutinadora y poder creativo y de movilización.

Si este es un movimiento red, plural, diverso y democrático, por ello mismo este no es un movimiento que pueda ser ni hegemonizado ni controlado centralmente. Y, por cierto, este es un aspecto que debería ser debatido con amplitud y analizado a profundidad. Porque, con alguna frecuencia, se expresan preocupaciones que convocan a la necesidad de algo así como una “dirección central” y un liderazgo unificado. Otra variante, igualmente nefasta, es el “llamado” a “incorporarse” a uno u otro partido, que, para el caso, es también un intento de subordinación del movimiento.

Es seguramente cierto que el mundo, y nuestra propia sociedad costarricense, han cambiado. Y uno de los aspectos principales de ese cambio se manifiesta en la creciente complejidad -por tanto diversidad y heterogeneidad- de los movimientos sociales. Esto no implica -en contra de lo que tan convenientemente proclama cierta ideología- que las clases sociales ya no existan. Bien que existen, pero insertas en un entramado social diversificado, donde los frentes de conflicto y las fuentes de reivindicación presentan una mucha mayor complejidad. Ello se visibiliza en el propio movimiento del No al TLC y, en particular, en su carácter básico como movimiento-red.

Por ello mismo es irreal, pero además peligroso, pretender establecer ninguna forma de dirección central. Por esa vía se terminará con un “líder” y un “grupo de comando”, a la cabeza de...nada. Este movimiento reclama mucha comunicación, diálogo, colaboración, coordinación. Pero estas han de desarrollarse y articularse horizontalmente. A la inversa, este movimiento no admite imposiciones verticales. Esto lo destruiría.

Entender este aspecto podría servir además para evitar -o cuanto menos moderar- una tentación muy fuerte y siempre nociva: la del divismo. Aquí cada líder debería verse como uno entre muchos más. Porque si este movimiento del No al TLC es diverso y plural, sus liderazgos son igualmente multicolores y se crean y se renuevan en la praxis de la acción social, mucho más que en procesos formales de elección o insertos en estructuras burocráticas.

En todo caso, y a mayor abundamiento, piénsese en la experiencia del movimiento contra el Combo-ICE. Aunque en un nivel incipiente, este también se gestó como un movimiento red. Pero, sobre todo, su pleno desarrollo tuvo lugar como un movimiento descentralizado, pluralista y heterogéneo. Creció desde subjetividades formadas históricamente en ciertas concepciones de justicia social y democracia, y se desplegó y creció alimentándose de la iniciativa, el fervor patriótico y el entusiasmo de una enorme diversidad de grupos sociales.

Este es el signo democrático de nuestros tiempos y ahí reside el potencial que podría lograr que otro mundo, y no el de la dictadura del mercado, también sea posible. Lo cierto es que, como producto imprevisto e indeseable para quienes lo gestaron, el TLC ha actuado como imán que cohesiona y como fuerza impulsora que hace estallar ese germen de cambio social que anida en el seno de la sociedad costarricense actual. Es el germen de una revolución profundamente democrática que, en cualquier caso, va más allá -deber ir más allá- del TLC. Tales son las potencialidades insertas en este movimiento.

Los si potenciales del movimiento


Es notable que haya sido justo este Tratado -resultado seguramente imprevisto para sus gestores- el que haya hecho eclosionar esa complejidad subyacente que, con los años, ha ido madurado en los intersticios de la sociedad costarricense. Está claro que el fenómeno se le escurre entre los dedos a la ciencia social oficial. Esta sigue pensando desde categorías teóricas carentes de toda relevancia frente a tales realidades. Por ejemplo, la de grupos de presión. Más usualmente, se dedican a narrativas carentes de toda base teórica. En general, entendamos que su bien remunerado hacer consiste en fingir solemnidad científica donde tan solo hay embriaguez ideológica.

Lo cierto es que este país nuestro, como en general las realidades sociales a nivel mundial, han ganado en complejidad. Y, progresivamente, esta complejidad va asumiendo formas visibles. En su faceta negativa o de destrucción, el proceso conlleva la subversión de las instituciones tradicionales en que se asentaban los mecanismos de socialización y dominación -destacadamente la familia patriarcal, la escuela autoritaria y la iglesia católica. Estas se desdibujan y desmoronan o, en el mejor de los casos (así acontece con la Iglesia) pierden influencia y poder intimidatorio. Pero el proceso también deja rezagados a los partidos políticos, en general tributarios todavía de viejas cosmovisiones y cada vez más subordinados al poder mediático y económico.

En su faceta progresista y de construcción, el proceso propone y va tejiendo nuevas formas de relación: entre individuos y grupos y entre nosotros, seres humanos, y la naturaleza, como todo viviente del que somos parte. La transición entre las viejas estructuras y las nuevas relaciones es complejo, y por ello contradictorio, frecuentemente traumático. Es eso lo que subyace, pero sin que lo perciban, a fenómenos como ése de la “crisis de valores”, que atormenta a las mentalidades escleróticas del conservadurismo.

En general, el proceso ha evolucionado principalmente como un movimiento subterráneo, en cuyo devenir los tejidos sociales experimentan graduales y cada vez más significativas mutaciones. Ocasionalmente se visibiliza como reivindicación que logra un sitio en las agendas de los políticos, aunque, en general, ello solo es posible desde la movilización ciudadana y popular. Y de esa movilización depende también el que, ya en las garras de las elites dominantes, no terminen en cascarón vacío y estribillo de demagogos.

En ese marco, el TLC ha tenido la insospechada virtud de hacer eclosionar fuerzas latentes, de signo profundamente progresista y democrático. Emerjan así puntos de contacto y áreas de coincidencia. Se evidencia entonces que la agenda ambientalista comparte preocupaciones con, por ejemplo, la agenda comunal, la de mujeres organizadas para la producción o la de los agricultores. E inclusive observamos cosas que hace pocos años habrían resultado insólitas: el movimiento gay-lésbico en diálogo con el sindicalismo, cosa más notable si recordamos que este arrastra una tradición machista y patriarcal. Y he de reconocer con agradecimiento que, a quienes participamos desde la academia, el movimiento nos ha proporcionado la oportunidad invaluable de aprender en contacto con la gente e inmersos en la praxis social concreta.

En su maduración el proceso gradualmente incorpora temáticas que inicialmente le eran ajenas. Por ejemplo -y como respuesta necesaria frente a la campaña de terror de los promotores del TLC- la búsqueda de alternativas de política económica y social, desde las cuales eventualmente enfrentar el síndrome de desequilibrios, fragmentaciones y asimetrías legado por veinte y tantos años de estrategia neoliberal.

El TLC ha dado ocasión a este emerger de fuerzas profundas en las que late el potencial de una revolución social, democrática y progresista. Pero para que esta sea factible, igualmente es necesario trascender este Tratado. La lucha es, en el fondo, contra la dictadura de un capitalismo inclemente, inmoral y parasitario. Pero, sobre todo, es un esfuerzo que busca recuperar la esperanza por una sociedad distinta y mejor, renovada desde sus raíces más fundamentales, o sea, desde las relaciones inter-subjetivas más básicas, tanto al nivel de la familia como de la producción.

Por sus mismas características definitorias -su pluralidad y riqueza expresiva y propositiva-, no imagino este movimiento confluyendo en un partido político, pero si actuando como matriz que promueva la emergencia de nuevas expresiones políticas y empuje hacia una amplia coalición partidaria. Y, un paso más allá, lo pienso como fuerza ciudadana y popular, autónoma y pluralista, en ejercicio permanente de control y escrutinio sobre la actuación de los partidos y las instituciones de la democracia, y participando directamente -pero no como instancia partidaria- en los procesos de toma de decisión.

Trascendiendo el ámbito propiamente político, lo avizoro en plena dinámica de su desarrollo, justo en aquellos terrenos donde ha surgido, es decir, el mundo de la praxis social y, con esta, como agente plural gestor del cambio a profundidad: nuevas formas de familia y nuevas modalidades de relaciones inter-subjetivas; nuevas modalidades educativas; nuevas formas de trabajo a nivel comunal o sectorial; nuevos mecanismos y modalidades de comunicación e información; nuevas formas de organización de la producción. Y, desde luego, una concepción radicalmente renovada de relación con el todo natural del que somos parte.

Avanzar hacia la plena realización de tales potencialidades, demanda capacidad para dar cumplimiento a ciertas condiciones necesarias. Primero, una conciencia clara de la fortaleza que nos concede nuestro carácter plural y descentralizado. Segundo, una enorme capacidad de diálogo respetuoso. También la búsqueda creativa de nuevas opciones para desarrollar lazos más sólidos para la coordinación y cooperación, y de nuevos lenguajes para llevar el mensaje hasta el pueblo. Y, en fin, la convicción de que la lucha se orienta a objetivos mucho más amplios que la sola derrota del TLC.


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Luis Paulino Vargas Solís /Argenpress


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