En una conversación informal con el doctor y amigo José Padrón, le expresaba lo difícil que se le iba haciendo la experiencia académica en la medida que uno se profesionalizaba más y se adentraba en ese laberinto infinito de ir aprendiendo la “razón lógica del conocimiento”. Cuando ya se pasa esa frontera todo cuanto digas se puede creer o simplemente ignorar; dejas de ser referencia académica y pasas a ser la “molestia”, el “tipo ese que a todo le busca un lado débil”. Y no es así, uno lo que aspira, por lo menos yo que no soy mezquino con el conocimiento, es coadyuvar a que los investigadores de nueva generación tengan las ideas más claras y racionalmente mejor hilvanadas que como las tuvo uno con todas las grandes limitaciones y las experiencias contrariadas de docentes que estaban allí para obstaculizar y no para permitir el florecimiento del talento y creatividad.
Se va haciendo alrededor de uno, una especie de barrera invisible en la que el académico se mantiene gracias a la buena fe de algunos estudiantes, que ven autenticidad en los argumentos, y en alguno que otro colega que está en concordancia con esos avances epistémicos conque día a día se alimenta el docente universitario. Pero el problema no es ir creciendo en saberes, sino que creces tu solo y eso te aísla, te condena; y cuando hay vestigios de envidia y de revanchismos, el aislamiento es mayor y, a veces, para siempre. Pero cuando mueres, al pasar unos años y ese grupo social nivelarse con lo que tú ya habías aprendido y digerido, entonces te nombrar con honor y le dan tu nombre a un aula de clase o a un auditórium, como un homenaje a quien en vida, a pesar de incomprendido, tenía razón.
Otro aspecto triste de ser avanzado en ese corredor intelectual de la academia, donde hay de todo y se mete de todo, es cuando tienes el defecto de escribir mucho y compulsivamente. En estos tiempos de manejo digital de la información y de hipertextos, y de software que persiguen plagios y demás fantasías de quienes nunca han producido nada y creen producirlo todo persiguiendo a la gente, te enfrentas a un problema mayúsculo que no está en los instructivos de uso de esos software: la trayectoria del escribiente.
No es lo mismo identificar textos coincidentes en el escrito de una persona académica que nunca ha publicado, que en una persona que tiene veinte y hasta treinta años, produciendo ensayística, literatura o crónica. Nombro estos tres géneros porque son en los que se dan con mayor fuerza y cantidad, elementos escriturales que van de estructura, estilo y mensaje. Son géneros en los cuales un escribiente activo va hilvanando ideas y estableciendo nuevas estructuras, sin percatarse que al ser publicadas caen en el orificio del hipervínculo y de allí a una figura de identificación o llamado que el software de plagio tiende a identificar como potencial fraude de un escritor. Y dado que dicho software no entiende de trayectoria humana ni calificación de autoridad de quien escribe, guiarse por la hoja de chequeo de estos instrumentos no es solamente un acto de ignorancia extrema, sino de demagogia académica. Lean, aprendan a leer paradigmáticamente y verán cómo detectan, sin humillar ni ofender la condición humana de nadie, un texto que sea construido desde el vacío del intelecto.
El asunto se complica para el escribiente cuando lanza sus ideas en la web, sobre todo en la web, aunque hay escribientes que publican en formato de libro pero igual le copian ideas y se las colocan en la web (cito el caso del maestro Ángel Cappelletti, 1925-1997, quien el 2004, tomé una cita de su libro “La Idea de Libertad desde el Renacimiento”, y cuando pasaron mi ensayo por el plagio 2.0., dio que dicha cita pertenecía a Wikipedia, situación absurda porque ese escrito lo leí comenzando la década de los noventa y sé que era de Cappelletti porque tuve acceso a sus fechas de lectura); el escribiente está en indefensión porque los árbitros de las revistas académicas no están utilizando la revisión tradicional, minuciosa, seria, responsable, sino que, quiero pensar que sin mala intención sino que por comodidad, prefieren pasar por un software que emitirá una opinión de coincidencia no de tránsfuga o de fraude intelectual, porque para ello debo valorar otras variables como la trayectoria del escribiente y la autoridad intelectual del mismo.
Lo cierto del caso, es que se regresan trabajos arbitrados partiendo no de la “duda razonable”, sino del juicio absoluto y certero de que se está frente a un fraude, a un plagio de ideas. Esta situación, que ya desde el aspecto jurídico he hecho observaciones puntuales en otros artículos, crea en el escribiente una inmensa soledad, porque ya ataca el único espacio en el cual puede él desenvolverse con relativa paz y seguridad, para estar ahora atento a que sus ideas no sean copiadas por alguien que luego se transforme en un hipervínculo que afecte la originalidad de su producción creativa.
En una palabra, cuando estaba de veinte llegué a pensar que ser un escribiente activo me daría un lugar privilegiado en la vida y en la experiencia académica; hoy, con algo de canas y con la experiencia como regalo de la vida, veo como un desagravio ser un escribiente, por los efectos colaterales que le da a quien cree que a través del saber y la palabra, podrá ser entendido en una sociedad líquida que está perdiendo sus pequeños destellos de luz en manos de la docta ignorancia…