El poder supranacional encarnado por Estados Unidos no es producto del azar, ni el “destino manifiesto” decretado por alguna deidad, como algunos lo creen, sino la consecuencia de un bien ponderado y prolongado trabajo de think-tanks que tiene su principal base de sustentación a las oligarquías financieras, las fundaciones “democráticas” y los grupos elitistas políticos; todo lo cual se ha traducido en un consenso generalizado que legitima e, incluso, justifica cualquier acción imperialista gringa, aún cuando ello sea una deliberada violación de la autodeterminación de los pueblos y de los principios del derecho internacional, basada en una campaña sistemática de mentiras y de manipulación de noticias. Cosa que, indudablemente, beneficia los intereses capitalistas de una minoría, cuya influencia es activa aún respecto a aquellos gobiernos que son nominalmente anticapitalistas y antiimperialistas, obligados como están a mantenerse dentro del círculo de la economía internacional que ésta maneja a su antojo, actuando en un teatro de operaciones mundial, sin dependencia de ningún poder constituido.
Para tener una visión definitiva, o global, del gobierno mundial que estaría ya imponiéndonos Estados Unidos, bastaría echar una simple ojeada al mapamundi y ubicar dónde están funcionando sus comandos y bases militares, cercando poco a poco a sus potenciales enemigos económicos, políticos y militares, cual si fuera un jugador de ajedrez moviendo sus fichas antes del jaque mate, provocando crisis e incidentes que desemboquen en un conflicto de mayores magnitudes. Así, en lo que respecta a nuestra América, su última adquisición o movida es Costa Rica, cuyo gobierno les autorizó el desembarco de soldados y el uso de su territorio, amparado en un acuerdo bilateral de lucha contra el “terrorismo” y el “narcotráfico”, a usanza de otros en esta vasta región.
A diferencia de sus auspiciadores, a Estados Unidos le resulta altamente conveniente la constitución de continentes políticos o uniones regionales, como la Unión Europea, la Unasur, la Comunidad Económica Euro-Asiática, el Sistema de Integración Centro-Americana, la Unión Africana, el Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico, y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, entre otras, ya que cada una de ellas está enmarcada en la consecución de un sistema económico globalizado o único que, justamente, manejan las transnacionales estadounidenses y sus socios del G-8, irrigado por una sola fuente financiera. De este modo, Estados Unidos se aseguraría de que se instaure -en nombre del desarrollo económico- una limitación aceptada de las soberanías nacionales, con el traspaso de leyes y de los poderes nacionales a tales sistemas de integración regionales, además de la creación de una fuerza armada supranacional, bajo el comando -evidentemente- de los generales estadounidenses.
Entonces, ¿se podrá negar ahora la pretensión hegemónica estadounidense a escala mundial cuando todos sus movimientos lo evidencian así cada vez más?