Simplemente una reflexión desbordante, comenzando mi adolescencia, me hizo vislumbrar de inmediato -y no tanto por lógica, sino más bien por un terror latente que experimentaba condimentado con algo de carencia de egoísmo vil- que era imposible que la única inteligencia habida en tamaña inmensidad fuera la de nosotros, porque eso se convertiría, de suyo, en la única y verdadera tragedia cósmica habida y por haber:
-¡Qué va, oh!- como le profería Galileo Galilei, con la astral razón que lo asistía, a quienes lo contrariaban.
¿Y si sobrevendría entonces que no estamos solos? Tal evento perturbaría de manera esencial –se sospecha- el modo en que la humanidad se entiende a sí misma… (Y si es que acaso se entiende). Por lo que se necesitaría estar prevenido para las consecuencias, como lo sugieren Martin Dominik y John C. Zarnecki.
Pero Simon Conway Morris dice que debemos prepararnos para lo peor. Y lo peor es que, si existiesen los planetarios inteligentes, habrán de verse justo como nosotros y que dada nuestra nada prestigiosa historia, deberíamos pensar… ¡Y vaya qué burda! enfatiza Conway subiéndose los espejuelos, porque nada de raro tendría que, el adelantamiento de esos mundos extraños, siga de Darwin ciertas pautas y que por tanto, la vida extraterrestre, tendría tal vez significativos parecidos con nuestra plácida vida en esta Tierra de mis suplicios. Y señala por último que, dos contingencias inversas, nos deberían hacer retemblar de miedo (y no es para menos): que los hallemos parecidos a nosotros, o que simplemente seamos los únicos en el espacio abierto e ¿infinito?
Pero no dejaría de ser decepcionante (digo yo quizás codicioso de prodigios y desconciertos) que los tales aliens resulten como nosotros, porque además de lo parecidos, que sería lo más, se le sumaría entonces que hemos convivido con ellos por largos y convulsos períodos, sin que lo supiéramos. Yo aspiraba y aspiro ver un extraterrestre anómalo, deforme, que me hiciera aumentar la frecuencia cardíaca. No a un “caimán con sueño”, por ejemplo.
Pues si, ésta última misión de parlamentarios de la Mesa de la Unidad a Washington, y dadas las reflexiones que anteceden, me ha hecho pensar que ciertamente hay extraterrestres en Venezuela. Y seguro que hay muchos más, sin duda. ¿Qué otra cosa pudiera pensar al ver al cuarteto este antes y luego de su famosa audiencia con José Miguel Insulza, quien no deja por cierto de actuar también como todo un multilateral extraterrestre de la Patria Grande?
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