Los Predestinados

Es designio divino, mandato del supremo, que los Estados Unidos de
América estén a la cabeza del mundo, e impongan de cualquier manera el
“American Way”, y ahí de aquel que pretenda no adherirse a esta
premisa, será sometido de la peor manera.

Sin ir muy lejos, el pre-candidato del partido republicano de apellido
Keenam, y que según los últimos sondeos encabeza las preferencias
dentro de su partido, se expresaba recientemente en los términos
arriba descritos. Y no es cuestión de liberales o conservadores, de
halcones o palomas, en general la maquinaria corporativa y mediática
se ha encargado de hacer ver a la comunidad gringa y a buena parte del
mundo que es un hecho natural e imprescindible que sus gobiernos hagan
lo que les venga en gana, invadan, asesinen, engañen, pongan y quiten,
que decidan que el que fue bueno hasta ayer desde hoy es el malo, y
que por supuesto todo eso ocurra en nombre de la democracia y los más
sublimes sentimientos.

Este esquema de pensamiento y acción tiene sus sucursales y seguidores
en todas partes, y aquí o allá fueron bien caracterizados en el siglo
XIX como “pitiyanquis”, acepción cónsona con esa conducta tan servil
de pretender que la meta de un país es llegar a ser como USA, sin
entender que la única manera que tienen ellos de mantener lo que son
es explotando y reventando a los demás, llegando a la ceguera y el
convencimiento de que “desarrollo” es sinónimo de la sociedad
norteamericana, la que ellos nos venden por televisión internet y
cine, almibarada con figurones y héroes fabulados.

Este esquema de pensamiento implica la negación de la cultura y
valores propios, la descalificación de lo nuestro, al punto de
llegar a una profunda alienación de la que todos somos víctimas en
mayor o menor grado, querámoslo o no. El despertar de la conciencia
política comienza por reconocer esta realidad, pero de allí a lograr
la consolidación de una cultura y un modelo propio el trecho no es
solo largo sino lleno de obstáculos, dadas las influencias ejercidas
en nuestra sociedad desde hace siglos, que imponen la sumisión y la
dependencia y que por mucho tiempo se ha asumido como el orden
natural, es decir, no solo es que los gringos se proclamen y se crean
la tapa del frasco por mandato de Dios, es que los pueblos oprimidos
han sido preparados para ser obedientes y sumisos ante el poder, la
eterna historia de la Espada y la Cruz como mecanismo de dominación.

Por eso es que despierta tanto escozor cuando pueblos y naciones se
atreven a desafiar el orden establecido, a reclamar su derecho a ser y
a convivir en calidad de iguales con el resto de la humanidad, a
desafiar a un sistema fatigado, podrido y humillante de la condición
humana que después de 600 años no solo no ha logrado el bienestar de
la raza humana sino que al contrario, aumenta cada día más la brecha
entre unos pocos que tienen mucho, muchísimo, y una gran mayoría que
tiene muy poco o nada, una verdadera vergüenza que es ventilada en la
vitrina de la ONU año tras año, discursos van y vienen, pero de
cambiar a otra cosa, a otra realidad más justa y solidaria, nada que
ver.

Ya ni siquiera se cuidan las formas, ahora las invasiones se pagan con
presupuestos de organismos multilaterales y los invadidos y asesinados
tienen que además pagarle al agresor por toda la destrucción y miseria
que este le deja en el camino, todo enmarcado en el ámbito de la
“justicia internacional”.

Son los predestinados, los omnipotentes, los que gozan de inmunidad en
cuanta cochinada se meten. Pero como toda acción genera una reacción,
a estos predestinados les salieron al paso, regados por todo el mundo
y hasta en el corazón de su imperio, unos que fueron bautizados como
los indignados. No Fukuyama, el fin de la historia está lejos, muy
lejos todavía.


cogorno1@gmail.com



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Arnaldo Cogorno M.


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