El
mundo contemporáneo es, sin duda alguna, víctima de una expoliación
global planificada, cuyos antecedentes se pueden rastrear en la última
década del siglo pasado, teniendo como primer escenario las naciones
endeudadas de nuestra América. Desde entonces, los grandes centros de
poder -manejados por quienes integran las grandes corporaciones
transnacionales, siendo el caso más representativo el gobierno de George
W. Bush, cuyos miembros provenían de las nóminas de algunas empresas
petroleras- han impuesto sus condiciones a casi la totalidad del
planeta, en un juego que pretende salvar las economías en crisis a
cambio de concesiones que, en la práctica, significan hipotecar la
soberanía y el futuro de muchos países. En todo
ello, los grandes ganadores son las transnacionales, a tal punto que se
han dado el lujo de colocar directamente en el poder en algunos países
de Europa a personeros formados bajo sus directrices.
Esta
situación coloca al planeta en un escenario de alta conflictividad
social, como ha quedado evidenciado suficientemente con el movimiento de
los indignados, tanto en Europa como en Estados Unidos, lo que da
cuenta de las consecuencias desfavorables que tienen en las personas las
medidas adoptadas por sus gobiernos en beneficio de los intereses de
las grandes corporaciones. En este caso, ya poca gente da cuenta de los
beneficios inherentes al capitalismo, pero tal cosa no significa que
exista aún una conciencia revolucionaria que postule al socialismo como
su contrapartida. Quizás ello pueda derivar más tarde en una lucha
social que vaya transformando en política, cuestión ésta que pretende
minimizarse alegando que son ajustes
necesarios que se deben implementar para rescatar y consolidar las
economías nacionales en bancarrota, quedándole a los ciudadanos la
amarga convicción de ser manipulados por los grupos empresariales en
connivencia con el estamento gobernante.
Ya
en nuestra América la experiencia neoliberal demostró que a los
empresarios sólo les importa disponer de mecanismos flexibles para la
obtención segura y a corto plazo de mayores ganancias, dejando en la
intemperie -literalmente- a familias enteras, cuyos ingresos económicos
rozan los niveles de sobrevivencia. Esto se ha extendido a otros
continentes, siendo ya una situación común en todo el mundo, asignando
al sector privado de la economía un papel destacado como agente del
desarrollo de cada país en llave con sus gobiernos, en lo que algunos
han llamado capitalismo inclusivo, capitalismo real y, hasta,
capitalismo popular, buscando hacer menos visible el carácter
depredatorio y anti-ecológico de tal sistema. Como lo hace ver
C.K. Prahalad, en su libro La fortuna en la base de la pirámide: Cómo crear una vida digna y aumentar las opciones mediante el mercado, “el
compromiso activo de las empresas privadas con la base de la pirámide
es un elemento esencial para la creación de un capitalismo incluyente en
la medida en que la competencia del sector privado por dicho mercado
fomenta la atención hacia los pobres como consumidores y crea opciones
para ellos”. Ésta es la esencia real de tal preocupación empresarial:
disponer de un mercado de consumo. Allí no entra ninguna otra
consideración, así se esté a las puertas de un gran cataclismo
mundial, como parecen estar animadas a provocarlo las transnacionales
que controlan la economía global, en su empeño por tener en sus manos
los recursos estratégicos de cada nación y obtener grandes ganancias,
como lo han estado haciendo en los países árabes invadidos por el
imperialismo gringo y sus aliados en las últimas décadas.-
mandingacaribe@yahoo.es
*Maestro ambulante.
¡¡¡REBELDE Y REVOLUCIONARIO!!!
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!