Saciado estoy de referirme a que el mundo, de conformidad con los versados, tiene algo así como uno 4.500 millones de años y la estadía del hombre sobre la tierra, tal como nos mostramos ahora (erectus), tendrá unos doscientos mil años. Del mismo modo, los antropólogos y los arqueólogos, según sus trabajos han descubierto que las religiones, junto con sus dioses conocidos y en concordancia con una liturgia formal, tendrán unos cinco mil años. Era la época de los antiguos sumerios y babilonios, pasando luego al mundo judío, luego al cristiano y musulmán. En cierta oportunidad una sobrina, algo precoz, me preguntó “¿Tío, qué hacían los dioses en la época de los dinosaurios cuando no existía la humanidad?”. Me pareció la interrogante muy interesante y como no tuve una respuesta cónsona para su edad sólo me quedó contestarle: “Descansaban, sólo reposaban querida sobrina”.
Como se ve, las religiones y junto con sus dioses, fueron un invento del hombre quienes junto con la nobleza y poder el militar, durante la antigüedad, sirvieron para avasallar y esclavizar a los pueblos. Lo anterior lo tengo en mente al ver con sorpresa las devociones de las etnias aborígenes y los pueblos afrodescendientes hacia los íconos religiosos de la Iglesia católica. Parece que olvidaron que la conquista de Venezuela no hubiese sido posible sin la colaboración de los frailes enviados por los Reyes Católicos y el Vaticano. Y, con relación a los hombres de piel morena, los descendientes de los esclavos no recuerdan que fue el cura dominico, Fray Bartolomé de las Casas, quien recomendó a las autoridades reales la traída hacia América de los negros africanos ignominiosamente encadenados. Era la forma aliviar del trabajo duro a los nacidos en los pueblos originarios, no por misericordia del vicario de Dios, sino para obtener mejores rendimientos mediante la esclavitud de los nuevos tiranizados, mucho más fornidos que nuestros naturales.
Cuando observo con estupor la celebración del día de San Juan por parte de las comunidades afrodescendientes, un revoltijo de sentimientos, que va de la ira, la hilaridad y la perplejidad, se me atora en el lugar de la mollera donde se suscitan tales impresiones. Un par de preguntas afloran en mi mente con la certeza que de seguro nadie me dará respuestas: ¿Sabía san Juan en el siglo I d.C, pregonando el evangelio cristiano durante sus caminatas, de la existencia de una tierra llamada América, esclavizada por los ricos, blancos y cristianos españoles catorce siglos después? ¿Acaso San Juan hablaba español para darle aliento a los millones negros que fueron traídos como esclavos, por sus patrocinantes (la Iglesia Católica), a esta tierra de gracia? Si mis lecturas de la historia se corresponde con la verdad, entonces era cierto los tambores sonaban no para halagar a los clérigos bellacos y sinvergüenzas, ni a san Juan guaricongo, sino una forma de protesta contra la ignominiosa esclavitud. Pasado miles de años, una vez enterrados los dioses aborígenes y sepultados los traídos por los africanos a nuestra tierra, los curas se paran frente al púlpito para pregonar que tales manifestaciones espirituales pertenecen a las tradiciones de este pueblo… ¡Que bolas!... Mayor hipocresía no puede existir en la mente de un sacerdote mendaz, quien está al tanto que la religión católica en América se impuso a sangre y fuego y cuyo resultado fue el genocidio de más de de cien millones de aborígenes y africanos negros.
Como se ve, por la explicación anterior, algunas de lo que nosotros llamamos “tradiciones autóctonas” no son más que la imposición a la fuerza de una manera de pensar y de vivir. Con el tiempo, lamentablemente, esta manera de cavilar y de comportarse (a lo cristiano) se asocia al gentilicio de una población que ignora la razón de su forma de conducirse y de reflexionar.
En la actualidad las cosas no han cambiado mucho, se nos sigue imponiendo una manera de pensar y de actuar (el sentido común) sin que seamos capaces de saber por qué lo
hacemos. Los europeos hicieron un buen trabajo en América y en África para instaurar el fútbol; de esta manera lo argentinos y los brasileños y otros países de Cono Sur se enorgullecen de su “tradición futbolística”. Así mismo, las compañías petrolera gringas hicieron lo suyo para imponernos a los venezolanos el béisbol y actualmente hablamos de nuestra “tradición beisbolística” y dentro de poco, “la futbolística”. Así fue que nos encasquetaron el pesebre navideño, el pino de navidad chisporroteado de algo parecido a la nieve para convencernos que nuestras navidades son frías, el pan de jamón en un país donde no hay trigo, la hallaca aderezada con aceitunas, pasas, alcaparras cultivadas al otro lado del charco y el whisky como la bebida nacional.
Hasta no hace mucho nos referíamos a AD y COPEY como los “partidos tradicionales” de Venezuela. Si le preguntábamos a algún viejo adeco sobre su militancia en el partido, el apasionado afirmaba: “soy adeco porque mi abuelo y mi papá también lo fueron. Soy adeco hasta que muera”. Era la usanza y por tal razón la corrupción, la vagabundería y la flojera militante pasó a ser parte de la tradición, dado el desvergonzado comportamiento de sus altos dirigentes. Análogamente ocurre con los magallaneros y los caraquistas aficionados a la pelota: son devotos de un club de beisbol que le genera fabulosas ganancias a los dueños del club y a los peloteros profesionales, quizás es una tradición ancestral. Hasta de nuestros fanáticos suspiran por ver un juego entre los Yanquis de N.Y y los Medias Rojas de Boston y las damas de la clase media alta, suspiran por los reportajes de la revista Hola. Es pura tradición autóctona.
Como afirmé anteriormente, la mayoría de las tradiciones nos fueron impuestas por lo que hay que ser muy cuidadoso, no sea que dentro de pronto el intolerante fascismo se muestre como parte de nuestro modo de comportarnos. Da la impresión que, para algunos electores, la corrupción se corresponde con nuestra tradición y un vagabundo con veinte cuentas bancarias no les sorprende o, mirar el bochornoso espectáculo de un diputado recibiendo dinero mal habido atañe a nuestra conducta vernácula. “Todos somos Mardo”. Es la tradición.
Es importante propiciar la conducta socialista de tal manera que ésta se convierta, por lo que resta de nuestra República, como una forma de comportarse y de sentir los venezolanos (buen sentido), es decir, como parte de nuestra tradición. Las comunas deben asociarse al ser socialista, de tal forma que nadie se sorprenda que todos los miembros de la sociedad tengan acceso por igual a los medios de producción comunitarios. Así mismo, que cada uno de los miembros de la comunidad, sin restricción y sin privilegios, sin otra excepción que las derivadas de la capacidad física para la faena, participe de la repartición igualitaria de los productos finales del trabajo.
Debemos sacudirnos de la tiranía de las tradiciones milenarias y centenarias que lo único que han logrado es convertirnos en seres serviles a Instituciones religiosas, políticas, deportivas y financieras para que sus capitales se les acreciente, a costa de una devoción inventada por unos avaros, sólo para mantenernos sojuzgado. Debemos inventar nuestra propia tradición y la más sensata, es la socialista contemplada en plan de la patria de nuestro comandante Chávez y continuada por su hijo, el presidente chavista MM.