La paz de los imperios

La palabra paz en boca de un funcionario del Departamento de Estados de EEUU, por lo general, me causa cierto escozor en el lugar donde se guarece mi entendimiento. Esto lo afirmo dado que la experiencia vivida y la ajena (la leída) de muchos años me da la razón. Mediante un tratado de paz Estados Unidos se apoderó de los territorios de los pueblos originarios, reduciendo su población a simples reservaciones para mostrarlas a los turistas. De igual manera, por un convenio de este tipo esa misma nación se apropió de más de la mitad de México. Mediante tratado de paz los países europeos escamotearon los territorios de África y Asia. A través de la conferencia de paz en París de 1919, Francia y Gran Bretaña se repartieron las posiciones del imperio Turco y el Imperio Británico le promete a las organizaciones sionistas la cesión de parte de Palestina, constituyendo este pacto el inicio del conflicto árabe-israelí. Por esta mismo vía este imperio le sustrajo, por muchos años, Hong Kong a China, simplemente porque el gobierno chino le prohibió a Inglaterra el comercio del opio. En la conferencia de Yalta (Crimea-1945) que puso fin a la Segunda Guerra Mundial las tres grandes potencias deciden dividirse en mundo en áreas de influencia y el repartimiento de Alemania. Es decir, las conferencias de paz donde participa un imperio, casi siempre, tienen un tufo a robo de territorio, a escamoteo de materia prima, a sumisión por parte de los vencidos y a convenios con presidentes obedientes a los mandatos del gobernante imperial.

La paz que le conviene a los imperios es la paz de los camposantos, la paz del silencio, la paz de lo inmutable, la paz de la sumisión, es decir la paz de los pendejos. Por suerte, en estos casos, en la paz de los imperios, siempre renace un personaje o un pueblo que no tolera esa paz: ante la paz colonizadora de la monarquía española se alzó Bolívar, Artigas, Martí, San Martín…; ante la paz de la monarquía francesa se levantó el pueblo galo; ante la “armonía” que disfrutaba Cuba durante la dictadura de Batista (apoyado por el gobierno de los EEUU) surge Fidel; ante la “pasividad” vivida por Vietnam, durante la intervención, primera la francesa y luego, la norteamericana, destaca Ho Chi Min y ante la “paz” disfrutada por los venezolanos durante la cuarta república germinó mi comandante Hugo Chávez. Como se puede constatar en cualquier hemeroteca, la paz de los imperios es la paz de la quietud para que todo siga igual, para que las empresas ubicadas en dichas potencias hagan lo que les venga en gana en los territorios donde tienen “áreas de influencia”.

Cuando escucho hablar al funcionario de nómina del Departamento de Estado, el señor Ramón Guillermo Aveledo, sobre el diálogo de paz experimento la misma sensación expresada en los párrafos anteriores. El referido sujeto, de alta experiencia en el gobierno puntofijista (¿o putofijista?), si sabe de convenios, tratados, coaliciones, repartos, entre tantas vagabunderías que se esconden detrás de estas marramucias llamadas alianzas. No exagero cuando afirmo que el agente de la Mud es funcionario del gobierno yanqui. El nombrado pareciera actuar como traductor de la señora Roberta Jacobson (vocera del Departamento de Estado), es decir, con las mismas palabras, similares motivaciones y aspiraciones del gobierno que ambos representan.

Pareciera que para Ramón Guillermo Aveledo la frase “dialogo de paz” significa negocio, ministerios, gobernaciones, dólares de Sicad 1 y Sicad 2, PDVSA, embajadas, presidente de empresas del estado, privatización con las comisiones respectivas, entre tantos de los beneficios que de estas conversaciones suelen derivarse, según el modelo cuarto republicano. Así eran las coaliciones de AD y Copey. Y él, como un hombre de negocios sabe muy bien ventilar estos acuerdos.

Me da la impresión que el representante de la Mud, el funcionario traductor de las palabras de Roberta, no se dio cuenta que el país cambió. El diálogo de paz no se trata de un pacto, tampoco un tratado y mucho menos la posibilidad de un negocio fructífero para él ni para lo que él representa. El diálogo de paz que aspiramos los venezolanos y los no nacionales residentes, es el aporte que cada quien haga para lograr un país donde convivan en armonía de todos sus habitantes. No cabe la interrogante “¿qué te doy y qué me das?”. Lo que usted personifica no tienen nada que ofrecer, los partidos que usted representan no llegan al diez por ciento la población. Venezuela es más que Mud, más que el psuv, más que los empresarios, más que los trabajadores, más que los estudiantes, más que la iglesia, más que todos los partidos juntos. Venezuela es la reunión de todo eso, más los recursos invalorables que poseemos y que debe ser administrado por los venezolanos. Venezuela es idea, pasión, trabajo, flora, fauna, estudio, pueblo, valores, entre tantos aspectos que nos destaca como nación. Señor Aveledo, no se confunda, no pretenda condicionar la paz de un país a sus intereses y a los del Departamento de Estado. No sea descarado, yo pensaba que la estirpe de los traidores estaba agotada.

Es bueno tener presente que paz no es pasividad, no es sumisión, ni tampoco es entrega. La paz es convivencia, respeto al derecho ajeno, acatamiento a las leyes, solidaridad con el prójimo, es la coexistencia en la patria que nos entregó Bolívar, que rescató Hugo y que se mantendrá con la patriótica labor del presidente MM al lado de un gabinete revolucionario, bolivariano y chavista.

Me permito culminar con un pensamiento de nuestro egregio Bolívar: “La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan”.


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Enoc Sánchez


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