Está suficientemente demostrado que el afán de poder y de dominación del imperialismo estadounidense no tiene fin, es insaciable; aún cuando es derrotado (Corea, Cuba, Vietnam, Chile cuando Allende,) persiste en sus objetivos de sometimiento y dominación de países; pareciera que no se diera por enterado de los rechazos y derrotas que le manifiestan y propinan los pueblos; esta condición es concupiscente con su naturaleza avariciosa y, por demás, prepotente. En buen criollo, es terco como una mula, por ello no aprende y nunca aprenderá.
Por supuesto, esta terquedad, responde, a la internalización, bien profunda y perversa, que tiene la clase dirigente estadounidense, de ser acreedora de un supuesto mandato divino, el del destino manifiesto, que lalleva a erigirse en guía conductora del mundo, particularmente, de América Latina y el Caribe, considerada, históricamente, como su patio trasero. He allí un ingrediente fundamental de la avasallante ideología estadounidense, que impregna el desarrollo capitalista imperialista de esa nación.
Como cualquier guapo de barrio
En los casos arriba mencionados, se hace ostensible como: en 1953, los yanquis, tuvieron que salir atropelladamente de lo que es hoy Corea del Norte para acantonarse en la región sur de la península coreana, para desde allí acosar durante más de 60 años al pueblo norcoreano; en 1961 fue derrotada la invasión a Cuba, por Bahía de Cochinos, organizada por la CIA, y como respuesta mantienen un criminal bloqueo al pueblo cubano, desde hace 52 años, repudiado por el mundo entero; en Vietnam, a comienzos de los años setenta, recibieron la derrota militar y política más vergonzante que se le haya infringido a los EEUU en su derrotero imperial, pero ahí están, en la región indochina, tratando de doblegar, por otros medios, al pueblo vietnamita; y en, Chile, en 1970, fue derrotada electoralmente la política proestadounidense por la Unidad Popular, liderada por el Compañero Presidente Salvador Allende, al cual acosaron, desde el primer día hasta terminar derrocándolo, llevándolo al máximo sacrificio, en septiembre de 1973. Es decir, estos yanquis, prevalidos de la fuerza, sea política, militar o económica, nunca cejan en su empeño de querer doblegar a los gobiernos que no le son afectos y de someter a los pueblos que se resisten a sus designios; para lo cual siempre cuentan con apoyo de lacayos de cada país que se prestan para la mayor de las felonías: la traición a la Patria.
Así como estos, son numerosos los casos, en el mundo entero, en los que habiendo sido derrotada la política imperial estadounidense, los gobiernos que la encarnan en los diferentes momentos, desconocen el sentir de los pueblos, y proceden, violentando los más elementales principios del derecho internacional y de convivencia entre las naciones, a tratar de imponer sus intereses y pareceres por encima de cualquier otra consideración. Cuántos golpes de estado, anexiones, invasiones y tropelías de toda índole no han ejecutado en nuestro Continente a lo largo de los últimos 170 años; en cada etapa histórica, inventan razones o forjan argumentos con los cuales sustentar sus desmanes y atropellos, como cualquier desaprensivo guapo de barrio.
15 años de derrotas
En Venezuela, en los cuarenta años precedentes al período chavista, el imperialismo no tuvo necesidad de activar ningún mecanismo desestabilizador en contra de los ocho gobiernos puntofijistas, porque estos, fielmente enmarcados dentro de los lineamientos trazados desde Washington, actuaban comprometiendo la soberanía nacional, situando las riquezas del país, particularmente, las energéticas bajo la esfera de las compañías transnacionales, con lo cual, las ganancias generadas por la explotación petrolera antes que estar al servicio de las necesidades del pueblo venezolano servían para engrosar las arcas imperiales.
Por supuesto, tal conducta imperial cambió radicalmente con el advenimiento del proceso bolivariano y el ascenso del Comandante Chávez a la dirección del país; prácticamente desde el primer día, el imperialismo, se impuso como objetivo el derrocamiento del Proyecto Político Chavista, cuando quedó suficientemente claro el propósito definidamente revolucionario de quienes con Chávez a la cabeza, inspirados en el pensamiento y la acción de Simón Bolívar, venían a reivindicar la soberanía de la nación venezolana, los intereses del pueblo excluido y a fomentar la integración nuestroamericana como condicionante para la conformación de una nueva correlación de fuerzas a nivel continental, capaz de contener la voracidad imperial.
Han sido 15 años, primeros con Chávez ahora con Nicolás Maduro, durante los cuales el imperialismo estadounidense apelando a múltiples recursos ha intentado truncar este esfuerzo liberador del pueblo venezolano. Guerra económica, guerra mediática, guerra psicológica, guarimbas, golpes de estado, planes de magnicidios, cerco militar desde países vecinos y otras acciones desquiciadas, están contempladas en el baremo desestabilizador de la élite estadounidense, que han utilizado en otras latitudes, contando con la complicidad de los grupos apátridas desesperados que, incompetentes para ganarse la voluntad popular por la vía democrática, se prestan para ponerse al servicio de una potencia extranjera.
Han sido 15 años, y los que faltan, de derrotas del imperialismo en nuestro país, tanto en el campo electoral como en el subversivo; elocuente tozudez en la que ratifica su incapacidad genética para aprender. Aún no capta el imperialismo que el mundo, en este siglo XXI, está cambiando, que sus propias posibilidades de reproducción se están agotando, que se está levantando una nueva correlación de fuerzas a nivel continental y mundial; y, lo que es decisivo, no asimilan estos anglosajones que nuestro pueblo, que nuestros pueblos, están determinados a ser libres.