A quien pueda interesar

Antiguamente, con el título anterior, comenzaba la carta de recomendación emitida por una persona para ensalzar a otra que, por lo general, no conocía. En verdad, este escrito no tiene nada que ver con lo referido. Estos párrafos servirán para evocar al general norteamericano Robert J. Jackson, personaje  ignorado para mucho de nosotros. Ciertamente, el aludido fue el fiscal general cuando fue abierto, en el 1945, el proceso ante el Tribunal Militar Internacional en Núremberg. Dado la trascendencia del tema juzgo que tantos jóvenes, como adultos y personas con juventud acumulada les podrá interesar y de allí el epígrafe del comienzo.

A continuación reproduciré fielmente parte del discurso de apertura del juicio pronunciado por el fiscal general Jackson, una vez iniciado el proceso para juzgar a los criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial:

“La civilización moderna ofrece a la humanidad medios incalculables de destrucción…Buscar refugio en una guerra, sea la guerra que sea, es querer salvarse por unos medios esencialmente criminales. La guerra es irremisiblemente una cadena de muertes, de abusos, de pérdida de libertad y destrucción de bienes propios y ajenos…El sentido común exige que la justicia no se contente con castigar los delitos menores de que se hace culpable al hombre de la calle. La justicia ha de llegar hasta aquellos hombres que se arrogan el gran poder y que, basándose en el mismo y después, previa consulta entre ellos, provocan una desgracia que no deja inmune ningún hogar de este mundo…El último recurso para impedir que las guerras se repitan periódicamente y se hagan inevitables por ignorancia de las leyes internacionales, es hacer que los estadistas sean responsables ante las leyes.

Permítame que me exprese con claridad…Esta ley vamos aplicarla aquí primeramente contra los agresores alemanes, pero establece ya, si ha de servir de alguna utilidad, una enérgica condenación de los ataques que puedan desencadenar otras naciones, sin excluir a otras que se sientan aquí para juzgar”.

Leí varias veces el texto anterior y mi pensadora, con escasa materia gris desgastada de tanto elucubrar, no tuve más elección que trasladarme del año 1945 al 2014. Aprecié vientos de guerra, escuché clarines anunciado desgracias e imaginé los modernos drones rondando los cielos de Irak, Siria, Libia, Palestina, Afganistán, Pakistán y Ucrania. Estuve obligado  a sentir lástima por la humanidad cuyos dirigentes políticos no aprendieron nada de las terribles desdichas, consecuencia de las últimas conflagraciones.

Pensé que estaba dormido bajo los influjos de un sueño aterrador. En ese instante me vinieron siniestras imágenes oníricas propias de una alucinación. En verdad, estaba despierto y entre los vapores de azufre de mi imaginación surgieron imágenes diabólicas. Una vez difuminadas los efluvios azufrados apareció Obama declarando frente a la pantalla de la televisión que Estados Unidos obtuvo el apoyo de diez países islámicos para una campaña contra Estado Islámico. Es decir, Barak, el Nobel de la paz, se arrogó el derecho de bombardear a los terroristas de El que el Departamento de Estado y la OTAN armaron para derrocar los gobiernos de Irak, Siria y Libia. Detrás del presidente de los EEUU, como en un desfile en una pasarela, distinguí a Netanyahu. Lo observé con el traje impregnado con la sangre proveniente de los cuerpecitos de los niños palestinos. El séquito no había terminado, a la zaga de los anteriores caminaban alegremente, dándole vivas a Obama, los jefes de estados miembros de la OTAN.

Releí el discurso del fiscal Jackson e imploré por el despunte de un nuevo y aguerrido jurisconsulto con los testículos bien amarrados leyendo la misma perorata. Imaginé a los modernos criminales de guerra sentados en los bancos de los acusados.  Allí estaban con cara de asustados y resignados: Obama,  Netanyahu y todos los jefes de estados miembros de la OTAN en espera de una  justa sentencia.   

Para la lectura de otros artículos de un escribidor sin oficio consultar: notengodios.blogspot.es   



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Enoc Sánchez


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