Noticia divulgada por Prensa del Sur el pasado 13 de octubre: “Afamado programa musical venezolano empieza a captar niños, incluso antes de nacer”, donde Diego Oré, narra como un recién nacido “apenas lloró… empezó a seguir la melodía de un dúo de arpistas que tocaba Canción de Cuna de Brahms en un hospital público en Venezuela”.
Boquiabierta, tratando de entender qué hacía el par de músicos en una sala partos, seguí leyendo y me enteré que forman parte de “uno de los 9 proyectos de El Sistema, que busca captar bebés, incluso desde el vientre, para empaparlos con música clásica y arrancarlos de la pobreza y delincuencia en Venezuela, considerado por Naciones Unidas como el segundo país más violento del mundo”. En ese momento mi sorpresa se transformó en rabia.
En rabia contra la burocracia de la ONU que busca cualquier excusa para difamar a Venezuela y a los países progresistas incómodos para la hegemonía del gran capital, sabiendo perfectamente que ni Venezuela ni ninguno de los otros tienen la intención de usurpar los primeros puestos en materia de violencia a EEUU, Israel, Colombia y demás países que ejercen o acompañan el terrorismo allende sus fronteras.
En rabia contra un Sistema que además de aceptar la imagen mal intencionada de su país se vale de cualquier mecanismo para mantenerse en la palestra internacional. ¿De dónde sacaron qué la Canción de Cuna de Brahms puede contribuir a erradicar la pobreza y la delincuencia en Venezuela? O es que se trata de internacionalizar a los bebes criollitos separándolos de sus raíces y de su entorno familiar y comunitario.
Además ¿Por qué no alguna canción de cuna de por aquí? Será que “Duerme mi tripón” de Otilio Galíndez, Arrunango de Antonio Estévez, la popular Duérmete mi Niño o Drume Drume Negrita de Eliseo Grenet, interpretada por Bola de Nieve, no dan lustre a la versión musical venezolana de la Sociedad del Espectáculo magistralmente retratada por Guy Debord.
En justicia con los músicos y la música venezolana, sería conveniente ponerle coto a un Sistema que tiene sus méritos, pero no el derecho de monopolizar los recursos, la formación, ni la difusión musical de Venezuela, y menos aún el de invadir la intimidad de madres y de pequeños venezolanitos que apenas asoman a este mundo.