¡Viva la verdad!

Atrapados en la mentira cuyo núcleo construyeron cuando avizoraron que con Chávez comenzaba a movérseles la tierra bajo los pies, la oligarquía vernácula y sus mandantes de Washington no encuentran otro camino que seguir chapoteando en ese fango, sobre el cual no es dable construir nada sólido y en el que lucen destinados a hundirse definitivamente. La única salida posible se ha tornado para ellos, hoy por hoy, casi imposible, pues arde en un fuego de dignidad que les quema las manos. Se trata, por supuesto, de la verdad. ¿Podrán quienes niegan todo, volver sobre sus pasos? No se vislumbra en el horizonte grupo ni personaje con coraje, integridad y sindéresis suficientes para eso. Por el contrario, la mentira condiciona la mentira en espiral interminable, y Chávez es “un dictador marxista brutal” y su gobierno “no ha hecho nada en siete años”.

Pero, para empezar, ¿cómo es que ahora se encuentran en el limbo, perdida buena parte de sus privilegios y la capacidad de manejar el Estado y los recursos del país? ¿Es que basta gritar fraude para desaparecer la realidad de nueve contundentes victorias electorales? ¿Es que el pueblo, su inmensa mayoría de masas empobrecidas y excluidas por el sistema que ellos gerenciaron, no se ha pronunciado meridianamente, con los votos en las oportunidades del caso, con la firmeza de sus multitudes resistiendo golpes, sabotajes, guarimbas, payasadas trágicas, bombazos, asesinatos y otras lindezas del arsenal de la CIA las veces que ha tenido que enfrentar la agresión? Ha resistido apoyando al gobierno que ha creado y sin que éste haya suspendido una sola garantía constitucional, a diferencia, por ejemplo, del señor Betancourt, ese “padre de democracia” que gobernó cinco años sin garantías y acuñó y practicó dos frases de insólita estirpe fascista: “las calles son de la policía” y “disparar primero y averiguar después”. Quienes lo sucedieron, sus adláteres del pacto puntofijista, tradujeron cada letra de ellas en sangre y dolor del pueblo.

El apoyo popular obedece a hechos reales, no a embelecos ni artificios, no a engaños ni manipulaciones mediáticas, como ellos hicieron en otros tiempos --y cuánta iracundia porque ya no pueden hacerlo--; obedece a que por vez primera los pobres, los humildes, los humillados y ofendidos (decir de Dostoievski) se sienten incluidos en un proyecto de patria, tienen asentados sus derechos soberanos en una Constitución y son llamados por un líder en que creen a convertir en carne de realidad esos derechos. Y ese proyecto de inclusión, que se materializa por una parte en las misiones sociales --salud, educación, trabajo, vivienda, cultura, identidad y más en proceso de siembra y desarrollo--, y por otra en organización y conciencia para que nadie se las arrebate de nuevo, ese proyecto se adelanta sin excluir a nadie en el goce del derecho legítimo que pudiere tener. ¿No lo reconocen algunos de los incluidos? La terquedad de los hechos les estará obligando a darse cabezazos.

Y si bien imperialistas y dependientes (gentes enfermas de desamor a Venezuela, absolutamente desnacionalizadas) insisten en negar la realidad y convocan a ententes internacionales contra la Revolución Bolivariana, los pueblos de Latinoamérica y del mundo y muchos de sus exponentes más lúcidos y nobles en funciones dirigentes ven esa realidad, le ofrecen su apoyo entusiasta y condenan y llaman a la cordura a los obcecados. Véase, verbigracia, la posición británica profunda, la de Harold Pinter, Premio Nobel; la de Tony Benn y Ken Livingstone, líderes históricos; la de setenta y ocho miembros de la Cámara de los Comunes; la del Congreso General de Trabajadores Británicos; la de la Facultad de Leyes de la Universidad de Oxford. “Venezuela es uno de los países más democráticos del mundo”; “el problema de Bush (...) es que el resultado del proceso democrático venezolano le ha dado el poder al pueblo...” . Claridad de diana, como la que llevará a la gran victoria decamillonaria de diciembre, rumbo al socialismo del siglo XXI. ¡Viva la verdad!


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Freddy J. Melo


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