Aznar: tonto de destrucción masiva

Hace unas semanas la esposa de Aznar se manifestaba por las calles de Madrid «por el derecho a la vida», en una manifestación contra el aborto. Rara paradoja la de manifestarse por los derechos de aquellos que aún no han nacido y dormir con Aznar, que también «sufrió» manifestaciones masivas en el Estado español a favor de la paz y el derecho a la vida de más de 1.200.000 iraquíes que hoy ya no están en este mundo.

Detrás de muchos políticos hay psicopatologías propias de personas que en situaciones normales no harían ningún daño. Aznar es uno de esos psicópatas que alimentó su egolatría autocondecorándose con los impuestos de los españoles, con la medalla del Congreso de Estados Unidos, dando «cursos» en la Universidad de Georgetown con la voz del oso Yogi y poniendo los pies en la mesa en la Casa Blanca.

¿Tendría que responder Aznar por la masacre del pueblo iraquí? Sí, el Código Penal español, en su artículo 28, dice expresamente que son autores de un delito «quienes realizan el hecho por sí solos, conjuntamente o por medio de otro del que se sirven como instrumento» y los que «cooperan a su ejecución», con un acto sin el cual el delito no existiría.

Muchos basan la culpabilidad de Aznar en la no existencia de armas de destrucción masiva en Irak, razón que sirvió de excusa para el genocidio iraquí. Pero incluso la existencia de armas de destrucción masiva no justificaría ese genocidio pues, según esa lógica, estaría más que justificado el ataque y desaparición de los Estados Unidos, principal poseedor de armas y peligrosísimo agente desestabilizador de la paz en el mundo mediante ataques indiscriminados, asesinatos masivos, manipulación de noticias, espionaje generalizado y, por último, impunidad penal internacional.

A Saddam Hussein lo asesinaron por muchos menos muertos que Aznar, pero Saddam no hablaba como el oso Yogi y no era tonto. La dignidad con la que enfrentó su asesinato señala claramente quiénes son en esta película macabra los buenos y los malos… y el tonto.



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Xurxo Martiz Crespo

Vivió 30 años en América Latina. Académico del exilio económico y político gallego

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