La historia no es un destino, una casualidad, una suerte, es el desenvolvimiento de las contradicciones de clases de una sociedad saturada de múltiples antagonismos. Nada de mesías, de súper hombres. Hombres de carne y hueso, de pueblo llano, que saben interpretar la realidad concreta y han decido cambiarlo todo, son los que hacen las revoluciones. Causalidades y no casualidades mueven la historia.
Los países que tienen materias primas estratégicas para la producción industrial y no tienen capacidad para protegerlas, les queda una de dos opciones: ceder a las condiciones infames que le imponen los países mal llamados industriales (su deuda es superior a su PIB), o las defenderlas, haciendo valer su soberanía. Para el primer caso, el capitalismo trasnacional, ha conformado una clase nacional, totalmente arrodillada a sus pies, cuyo servilismo llega a niveles insospechados y su práctica apátrida no tiene límites. El capital trasnacional no acepta burguesías nacionalistas. Por esto son apátridas. En el segundo caso, el camino es defender con valentía patriotismo y cojones, nuestras riquezas. El pueblo es por naturaleza revolucionario.
Somos uno de los países más ricos del mundo, por esto, estamos en el ojo de la hiena. Somos un país rentista y nuestros hábitos se corresponden con este perfil. He aquí la clave de nuestra tragedia. Nuestra izquierda atomizada. La unidad cívico–militar, es un músculo fundamental, no sabemos por cuánto tiempo. El gobierno comete el peligroso equivoco, de tener a la burguesía por aliada. La unión latinoamericana es muy importante, pero la mayor parte de sus gobiernos no son confiables. La ausencia de ciencia y tecnología es notoria.
Acostumbrados a importar, producimos poco. Lo electoral se ha convertido en lo estratégico, cuando debería ser lo táctico. La formación política de nuestro pueblo es pírrica. Nuestro PsuV, es sólo maquinaria electoral. La corrupción está destruyendo las bases morales y éticas de la política. La impunidad enfurece a los venezolanos. La abstención puede crecer. El burocratismo y la ineficiencia campean.
De ser cierta la frase bíblica de que “por sus obras los conoceréis”, la labor del capitalismo está a la vista y no necesita anteojos: más de mil quinientos millones de personas en pobreza; no tienen agua potable, ni medicina, ni alimentos, ni trabajo, ni seguridad social, ni vivienda, su vida es el tránsito ignominioso de la miseria al infierno. La naturaleza está siendo diezmada por el interés del capital. La falacia del progreso, el desarrollo y la civilización, sirve para despolitizar a los pueblos, postergando sus derechos. Estas inhumanas asimetrías sociales, el capital suele hacerlas aparecer, como normales, inevitables y necesarias, porque siempre habrá ricos y pobres. Los pobres llegan a cree, que ellos son los culpables de su pobreza.
El pensador Egipcio Sami Amin, habla de cinco monopolios: El de la tecnología, el de los flujos financieros, de los recursos naturales, de los medios de comunicación y el de las armas de destrucción masiva. Yo incorporaría con mucha fuerza y espacio: la cultura. La alienación, la enajenación, el fetichismo y la ideología cumplen el papel de ocultadores de sus máculas y reproductor del sistema.
Malthus se encargó de justificar esta barbarie diferencial: Hay mucha gente y poca comida, por lo tanto Dios que es piadoso y magnánimo, envía las enfermedades, las guerras y las pestes, para que acaban con los que menos pueden comer, así se podrá igualar la relación población-alimentos, y habrá “paz social”. La “evolución de las especies” de Darwin, se usa para justificar la presencia de hombres y pueblos superiores. Se sospecha con fundamentos, que algunas enfermedades como el SIDA, la gripe Aviar y el Ebola, son creadas en laboratorios privados, con el propósito maltusiano de mermar la población.
Detrás vendrán las guerras para masificar y acelerar el exterminio humano. Se dirá que los “inferiores” deben morir, pues nacieron para los infortunios.
El capitalismo morirá en este siglo, y no será ni de vejez ni de muerte natural. La tremenda crisis estructural del sistema capitalista, son claras muestras del agotamiento del modelo. La naturaleza del capitalismo amenaza todas las formas de vida, y su lógica de acumulación, pone de manifiesto la decisión de la banca mundial de hacerse más parasitaria (prestamista) que productiva. El blanqueo de dólares y otras monedas, provenientes de diversos delitos, ya no sólo se hace en “paraísos fiscales”, se está haciendo en las Bolsas de Valores de Nueva York, Londres, Paris, Ámsterdam o Tokio.
Los grandes bancos son casinos, donde se apuesta el sudor de millones de trabajadores. Los banqueros son verdaderas y poderosas mafias. El primer caso explica la cruel y permanente guerra que el capital ha desatado en todo el oriente medio, que además de ser una región geoestratégica para el comercio, poseen cuantiosas reservas de productos fundamentales. El segundo caso, explica la agobiante deuda pública a la que ha sometido la banca alemana y francesa a Europa. Mafias bancarias que controlan países completos, le prestan dinero inorgánico, le cobrar fuertes intereses sobre intereses, con intereses móviles, y “sin aviso y ni protesta”, están comprando bienes públicos europeos a precio de “gallina flaca”. El euro y el dólar, tienen sus años contados.
El fantasma del fascismo asoma los dientes asesinos en Europa. Si los fascistas tuvieran éxito, la culpa sería de los gobiernos socialdemócratas. Una crisis mayor puede amenazar con una Tercera Guerra Mundial. “La cuarta será a piedra y a palo” señaló Albert Einstein.
La integración del capital, desintegra a los pueblos. Organismos como el FMI, el BM, o BID, trabajan para integrar la racionalidad del capital. El colonialismo de los siglos XVI al XX, arrasó con cuantas materias primas pudo. Hoy, están sacando lo que queda hasta de las piedras (petróleo). Son las consecuencias de la expansión del capitalismo por todo el planeta. La militarización de la política con su terrible costo de sangre, es como “se le tuerce el brazo”, a los que no quieren ser sometidos.