La orden ejecutiva de Barack Obama al considerar a Venezuela como una amenaza a la seguridad nacional de su país ha logrado que gran parte de la población se pronuncie en su contra, plenando calles y plazas, tal como lo solicitara el Presidente Maduro. Esta nueva acción del imperialismo gringo en contra del proceso revolucionario bolivariano viene a ser un estímulo para el reagrupamiento y reavivamiento de las fuerzas patrióticas y revolucionarias, ocupadas en su mayoría en obtener dividendos electorales y no en anticipar situaciones como las planteadas en el presente por la administración belicista de Obama.
De igual forma, ha tenido sus repercusiones en el bando opositor, especialmente en cuanto a sus posibilidades de triunfo en los comicios parlamentarios de este año, considerando que los factores chavistas estarían en desventaja ante la supuesta disminución del porcentaje de aceptación popular que tendría (según la propaganda opositora) el gobierno de Maduro. Esto ha provocado que mucha gente descontenta con el chavismo en algunos casos haya entendido que la estrategia enemiga está en correspondencia con los planes imperialistas del norte, los cuales contemplan, entre otras cosas, el control directo de los yacimientos petrolíferos de Venezuela y la instauración de un régimen socialdemócrata más dócil a los dictados de la Casa Blanca, lo que serviría de efecto dominó para acabar también con todo el proceso de integración y de unión latinoamericana y caribeña impulsada desde Caracas durante la presidencia de Hugo Chávez. El gran sueño de los jerarcas del complejo político-militar-empresarial gringo que aspiran contar con una enorme reserva de recursos naturales a su entera disposición en nuestra América.
Aparte de lo anterior, la equivocación de Obama le cierra -de momento- cualquier posibilidad a los fines desestabilizadores de los grupos de la oposición, al querer envolver al pueblo venezolano en una “transición” extraconstitucional que sólo existe en sus mentes disociadas, permitiendo -en su lugar- una recuperación de la iniciativa por parte del gobierno y de las fuerzas chavistas. Todo esto obliga a plantearse el inicio de una nueva fase de construcción y afianzamiento del proceso revolucionario bolivariano, con un contenido y una práctica que terminen de definir el carácter clasista y revolucionario del socialismo que se viene planteando en el país bajo el liderazgo de Chávez; cuestión que podría eliminar todas las amenazas y estrategias desestabilizadoras que provengan de Washington y sean replicadas servilmente por la derecha en Venezuela.