El socialismo, cierre de la frontera y Carta de Jamaica
Eligio Damas
Eso que Juan Pablo Pérez Alfonzo llamó el excremento del diablo, el petróleo, fue un señuelo que la naturaleza puso a las clases gobernantes de Venezuela, como también a las colombianas, pues les tocó un espacio con enormes potenciales que ninguna de ellas han sabido sacarle provecho, dicho esto pensando en el interés del pueblo colombiano todo, por el modelo que a unas y otras ató al de Estados Unidos. De esa manera el “Creador” las expuso tal como son, gente que sólo sabe vivir de la ganancia fácil, incompetente para crear nada y menos para construir una economía portentosa y sólida a partir de aquellos recursos inimaginables que hasta antes sirvieron para apalancar el capitalismo europeo. Cuando hablamos de “sacarle provecho”, en el caso venezolano me refiero a lo que hemos hecho en lo relativo a aquella vieja frase del año 1936, “sembrar el petróleo”, que no es más que romper con la atadura del rentismo derivado del hidrocarburo.
Por eso, sin saberlo a ciencia cierta, Aureliano Buendía, aunque si entonces el Gabo, ya en su retiro y elaborando pescaditos de metal, preguntó un día de pesadumbre y depresión a su compadre y compañero de correrías guerrilleras, Gerinaldo Márquez:
-“¿Compadre, por qué hemos luchado?”
A lo que respondió el interrogado:
-“¿Por qué va a ser compadre? Por el gran partido liberal”.
Buendía, sin dejar de manipular el pescadito que estaba por terminar de bruñir, frunció el rostro, pensó un breve tiempo y respondió:
-“Dichoso usted compadre que sabe por qué luchó”.
El legendario general de Macondo, a esa altura de su vida, estaba convencido que había sido utilizado y sus sacrificios inútiles.
Han sido tantos los errores pero más las inconsecuencias con estos pueblos que, pasados los años, aún están pendientes las tareas más elementales para cumplir con los sueños de los libertadores. Hablando de consecuencia con nuestra historia y pueblos, hasta el mismo “Gabo”, llegado a la gloria, optó por refugiarse y mantener intactas amistades tan dispares como jefes de Estado gringos y Fidel Castro, para pasar inmaculada aquella aureola por todos los lados y rincones.
Bolívar si supo bien los motivos de sus luchas. Basta leer la “Carta de Jamaica”, documento que ahora en septiembre cumple 200 años, para entender la lucidez y capacidad del genial caraqueño para mirar mucho más allá del horizonte. Pero lo más importante aún, nos señaló el camino a transitar para construir un área próspera, en paz y capacidad para defenderse de las agresiones futuras que intuyó.
Aprovecho la oportunidad para invitarles a leer mi trabajo “La Carta de Jamaica por sus 200 años, siguiendo los links: http://deeligiodamas.blogspot.com/2015/05/la-carta-de-jamaica-por-sus-200-anos.html o http://www.aporrea.org/actualidad/a209836.html.
La derrota del proyecto de Bolívar, que lo fue también de aquel a quien suelen llamar el caraqueño universal, Sebastián Francisco de Miranda, el arraigo en las clases dominantes internas de lo que fue la Gran Colombia del proyecto del norte, no sólo rompió lo que se había unido sino que logró ellas aceptaran gustosas jugar el rol de segundonas y parasitarias. La cultura y el modelo español impuesto en nuestro espacio en buena medida abonaron para aquello. Ya España nos había estructurado, de conformidad al orden mismo establecido allá, como espacios separados unos de otros. Pese la creación de la Capitanía General de Venezuela, bastante avanzado el siglo XVIII, nos mantuvieron divididos en provincias que no se conocían ni reconocían unas a otras. Éramos una economía agraria, pastoril, exportadora de materia prima y precaria importadora de lo elaborado en otros espacios. Para aquellas clases, no había nada que cambiar como demandaba el proyecto del “loco” Bolívar, sino sólo de patrón, EEUU por España, bajo un régimen que creyeron independiente, o eso quisieron verlo así. Las oligarquías representadas por Santander en la antigua Nueva Granada y Páez en Venezuela, fragmentaron lo que Bolívar había unido, para provecho de aquellas y estos, circunstancia que como previó y temió El Libertador, favoreció el posterior dominio y control de los capitales imperialistas, estableciendo un nuevo sistema de control también político que anuló los avances independentistas.
Hubo otro proyecto, distinto al de Bolívar y también al de las clases dominantes de América Latina, relacionado este con la expansión capitalista mundial, sobre todo la de EEUU e Inglaterra. Aquél, que también fracasó, se refiere al de Gaspar Rodríguez Francia en el Paraguay.
Leamos lo que sobre aquel proyecto y gobierno que va de 1814 a 1840, cuando muere Rodríguez Francia, sin dejar de pensar en el espacio y tiempo, dice en “Las Venas Abiertas de América Latina”, Eduardo Galeano:
“Paraguay se erguía como una excepción en América Latina;
la única nación que el capital extranjero no había deformado.
El largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Ro-
dríguez Francia (1814-1840) había incubado, en la matriz del
aislamiento, un desarrollo económico autónomo y sostenido.
El Estado, omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una
burguesía nacional que no existía, en la tarea de organizar la
nación y orientar sus recursos y destino. Francia se había
apoyado en las masas campesinas para aplastar la oligarquía
paraguaya y había conquistado la paz interior en las masas
campesinas tendiendo un estricto cordón sanitario frente a los
restantes países del antiguo Virreinato del norte de La Plata.” (1)
Más adelante, el mismo autor, para caracterizar mejor a aquel régimen, agrega lo que sigue:
“No había grandes fortunas privadas cuando Francia murió; y
Paraguay era e l único país de América Latina que no tenía
mendigos, hambrientos ni ladrones. El agente norteamericano
Hopkins informaba en 1845 a su gobierno que en Paraguay no
hay niño que no sepa leer y escribir.”(2)
Todavía para 1864, cuando se desencadena la llamada “Guerra de la Triple Alianza”, formada esta última por Argentina, Brasil y Uruguay, contra Paraguay, la prosperidad reinaba en este último país, el cual entre otras cosas, perdió parte del territorio y entre el 50 y 85 % de la población masculina adulta.
Bolívar en alguna parte, recuerdo haberlo leído pero ahora no sé dónde, en cuál documento, se manifestó contrario al proyecto paraguayo. Y eso no fue extraño si tomamos en cuenta que mientras el venezolano planteó la unificación de nuestros pueblos y mercados para crear un bloque inmenso con posibilidades de competir, Rodríguez Francia optó por lo contrario. Pero en todo caso, lo que vale la pena resaltar, aparte de los logros del gobierno paraguayo, es lo que dice Galeano que fue esa, en su época, la única economía que el capital internacional no había deformado.
La aparición o descubrimiento del “oro negro”, que con prontitud pusieron en manos de los capitales imperialistas, ingleses y norteamericanos, permitió a nuestros gobiernos, desde Gómez hasta ahora, contar con una renta “fácil” y expedita para importar toda cuanta mercancía considerasen necesaria. Siendo así, aquellos gobernantes y propietarios se preguntaron y, más que eso, asumieron la respuesta que ya tenían elaborada: ¿Para qué trabajar? ¿Para qué producir si todo está hecho? Basta con importar lo que haga falta que el petróleo paga. El país entonces se volvió un espacio desolado donde los parásitos montaron su madriguera o para mejor decirlo construyeron su colonia, se entregaron al goce y la genuflexión ante el inversionista extranjero y los suministradores de baratijas. En Colombia la vieja clase se apoderó de los recursos cuantiosos de la naturaleza y se asoció con el inversionista extranjero para constituir un modelo donde las mayorías quedaron excluidas y la materia prima, sin agregarle valor alguno por el trabajo se iba a alimentar el aparato industrial extranjero.
Con posterioridad al fin de la segunda guerra mundial, a partir de la década del cincuenta del siglo XX, el capitalismo norteamericano, redefinió sus relaciones con Venezuela. Bajo el gobierno de Betancourt y con el celestinaje de éste, nos meten el “paquete chileno”, con perdón de los compatriotas sureños, también víctimas de lo mismo, del programa conocido como de sustitución de importaciones. Se trató de una trampa que se vendió como una forma de “sembrar el petróleo”, llenando al país de “industrias” pero del capital norteamericano, para ensamblar aquí las partes que allá u otro sitio elaboraban y así mantener intacto el canal por donde regresarían completas, a EEUU, los dólares de la renta petrolera. Pero aparte de generar una muy baja cifra de empleo en el área industrial, en relación con los volúmenes de inversión y retorno, atornillaron más al país a la condición de importador de la producción externa y ahora más o peor, convertida Venezuela en una cautiva de partes y tecnología del sector apadrinado por el gobierno venezolano de entonces. Por supuesto, aparte del reacomodo poblacional, el abandono definitivo del área agrícola, el ingreso petrolero generó una intensa y amplia economía de servicios y enorme capacidad de consumo. Venezuela fue entonces La Meca de los pobres del sur del continente, sin negar que el Caribe y parte de Centro América, más orientada a la “quimera” del norte, también fijaron su mirada y jugaron su destino por Venezuela.
Pero el discurso de Bolívar no murió con él; tampoco pudieron los mercaderes y sus amanuenses gobernantes borrarlo de la memoria colectiva y la inteligencia nacional. Por eso, como nadie en América, los venezolanos hemos sido amantes y líderes de la unidad continental. Hasta los gobernantes de derecha, sobre todo a partir de la década del sesenta, asumieron la idea que todos los latinoamericanos, sobre todo nuestros vecinos fronterizos, tenían en esta patria de Bolívar un espacio donde se les recibía con bondad y demasiada amplitud. En Venezuela cabíamos todos y nuestra población comenzó a crecer con prontitud. Con Chávez, y su bello discurso bolivariano, aquella conducta del venezolano, aquel sentimiento de hermandad, se desbordó. No sólo había coherencia con el pensamiento y proyecto bolivariano de construir un bloque para evitar ser engullido por el tiburón del norte sino mucho más con su sueño de hacer de la nuestra una sociedad socialista.
Cómo no entender ese sentimiento que se expresa con una cifra enorme, de cerca de seis millones de colombianos, sin contar los descendientes de estos y sin dejar de advertir que hablamos de cifras oficiales, sujetas a registro, viviendo en Venezuela con la libertad que la Constitución otorga a quienes aquí viven, gozando de los beneficios derivados de las políticas implementadas por el gobierno contempladas en las diferentes misiones y ahora mismo hasta compartiendo las calamidades.
Pero esa cifra es mucho mayor si a ella se le suma la correspondiente a los nacionales de otros países de sur, centro América, el Caribe y del mundo entero. No olvidemos que durante el desarrollo de la guerra civil española y la II mundial, Venezuela fue igualmente puerto y puerta abierta a los ciudadanos que por miles se venían de Europa huyendo por los horrores de la guerra y el temor al fascismo.
¿Con ese historial bello, generoso y heroico, cómo proponerse construir en nuestro país el socialismo, contando con una renta petrolera que había sobrepasado la barrera de los cien dólares el barril, mientras nuestros vecinos, particularmente Colombia y en las islas del Caribe, una inmensa población carecía de lo más elemental para la subsistencia? ¿Cómo iniciar el cambio sin pagar la deuda social con los venezolanos y extranjeros hacinados en ranchos y hasta como secuestrados en los empinados cerros caraqueños?
¿Si antes que Chávez naciese, nuestro país, por aquello del discurso bolivariano, intereses, pragmatismos y hasta chanchullos de las clases dominantes en lo político y económico, habían venido asumiendo el pasivo social de nuestros vecinos, cuando éramos un país de pocos habitantes; cómo pensar que el socialismo cerrase sus fronteras y se negase a compartir la abundancia con sus hermanos? Eso pensó Chávez y viéndolo o leyéndolo como un poema, es por demás hermoso. Los extranjeros que se hallaban en Venezuela cuando Chávez, aun indocumentados, lejos de expulsárseles, se les dotó de documentación de residentes y hasta se les incluyó, en muchos casos, bastantes por cierto, en los planes de la GMVV y se les dotó de cómodos apartamentos o casas.
Antes de la revolución bolivariana por la renta petrolera, nuestro país estaba en ventaja con respecto a la casi totalidad de sus vecinos. Nos volvimos el generoso espacio donde todos los pobres y marginados del área acudían a residenciarse y hasta de paso para resolver algún importante problema como dar a luz, someterse a alguna operación complicada y hasta sin costo alguno. Con la revolución bolivariana, por el hermoso discurso presidencial del “gran capitán”, aquella tendencia aumentó considerablemente y todos los latinoamericanos sintieron que en Venezuela tenían otra patria.
Aquel gesto abierto, de excelente anfitrión que ha sido el venezolano quizás tuvo su origen como ya dijimos en el discurso de Bolívar, que asumimos como una obligación. Fue este el pueblo, compuesto por hombres originarios de la costa oriental, del inmenso y abierto llano, de la Guayana exuberante y misteriosa, los andes y toda esa inmensa región que va de Caracas hasta el Zulia alegre y generosa, quien salió de su espacio a crear repúblicas, formar hombres libres y proponer la unión para preservar nuestro futuro. Pero también pudo, la riqueza azarosa y abundante derivada del petróleo, contribuir a forjar en nosotros ese profundo sentimiento de solidaridad con toda la América Latina.
Toda esa bella herencia y admirable historia se vincula al proyecto socialista que con audacia formula Hugo Chávez.
Por toda esa gloriosa historia y la abundancia que ofreció el petróleo hasta hace dos años, de Venezuela salió rejuvenecida la propuesta bolivariana de la unidad del continente para entrar en proceso de intercambio para lo cual siempre habrá tiempo y oportunidad. De ella surgieron el Alba, CELAC y Petrocaribe.
Pero ahora, en medio de una profunda crisis derivada de la general que azota al capitalismo mundial, a los presuntos errores en el diseño y ejecución del modelo que algunos llaman humanista, para diferenciarle de la descalificante connotación de populismo, las agresiones del imperialismo para recuperar sus ventajas y beneficios mantenidos durante la IV República, de las clases dominantes a lo interno, que se distribuían egoístamente la renta petrolera con la complicidad de la “meritocracia” del negocio y de los gobernantes a cambio de algún mendrugo, dejando sólo migajas a la población venezolana, caída vertiginosa de los precios del hidrocarburo, los abusos, excesos, paramilitarismo, delincuencia desmedida, contrabando exorbitante de productos básicos subsidiados por el gobierno al pueblo venezolano para revender con especulación en el vecino país, en lo que habría que destacar la gasolina mediante la cual Colombia, y no precisamente a favor de las mayorías y los pobres, se apropia de una renta cuantiosa que es de Venezuela, las agresiones contra nuestra política monetaria, el gobierno se ha visto obligado a tomar unas medidas que afectan la vida de la zona fronteriza con Colombia, incluyendo sectores humildes, pero fundamentalmente a contrabandistas, estafadores, empresarios parásitos y políticos venales al servicio del Pentágono, quienes se valen del paramilitarismo para agredir a Venezuela y hacer fracasar el modelo generoso que inició Hugo Chávez.
Ahora, llegado aquí cabe hacerse varias interrogantes:
¿Tales medidas de excepción coliden con la tradicional condición amistosa y de excelente anfitrión del venezolano? ¿Son contrarias al proyecto de unidad bolivariano y chavista? ¿Están en contradicción con el modelo socialista del siglo XXI del cual habló aquel hermoso soñador de Sabaneta?
Estas preguntas llevan a otras. ¿Es sustentable, realizable un proyecto socialista en un solo país, además rodeado de espacios fronterizos donde abunda la miseria y gobiernan las viejas clases que se opusieron al proyecto bolivariano, están insertas sin ningún ánimo crítico al modelo imperante del capitalismo y particularmente al norteamericano, prolifera el vandalismo, paramilitarismo y hasta se multiplican las bases militares estadounidenses? ¿Dónde la derecha u oposición como por inercia o una solidaridad mal entendida se está volviendo cómplice de vándalos, asesinos y militantes sin moral ni principios, salvo al relativo apropiarse de lo que el gobierno intenta distribuir generosamente entre los venezolanos, sobre todos los más necesitados de ayuda? ¿Quién contrabandea de Venezuela a Colombia, es acaso un Robin Hood que lleva esos productos para beneficiar a los más débiles?
Ahora mismo, en el lado contrario de la frontera colombiana, donde ese país se estrecha al Ecuador de Rafael Correa, se produce también un hecho curioso. Ecuador utiliza como signo monetario el dólar. Es una realidad que Correa heredó al asumir el gobierno. En efecto, el entonces presidente Jamil Mahuad, dolarizó la economía ecuatoriana.
Esa circunstancia crea a ese lado de la frontera un fenómeno a la inversa. La enorme diferencia cambiaria entre la moneda que usa el Ecuador y el peso colombiano, ofrece a los naturales ecuatorianos una ventaja enorme comprar del lado colombiano. Tal hecho ha llevado al presidente Correa hacer un llamado a sus compatriotas se abstengan de tal práctica, pues aparte de provocar una inusitada fuga de divisas, en un momento también crítico para la industria petrolera de su país, está provocando una seria crisis en el sector productivo interno que ve como disminuye la demanda de sus mercancías en el mercado interno.
Lo anterior, el cúmulo de problemas entre distintas naciones y sobre todo en las zonas fronterizas, y aquello del socialismo, piensa uno debería llevar a una redefinición y, sobre todo, a la elaboración de acuerdos fronterizos que atiendan esas dificultades y favorezcan la prosperidad y la paz.
Pero a todas estas, del lado de Colombia, en este momento, en lugar de aceptarse a dialogar y más que esto, con posterioridad, a reunir grupos de trabajo de gente calificada para abordar los problemas de la frontera y las calamidades que allí se generan que afectan tanto a venezolanos como colombianos, se asume una postura, fundamentada en mentiras y supuestos que nada tienen que ver con la historia y lo que hemos hablado de Venezuela, destinada a agravar el problema y hasta alentar lo que el Pentágono quiere; es decir que todo lo que se ha avanzado en el continente, en conformidad con la gesta bolivariana, lo expuesto en la “Carta de Jamaica” y el enorme aporte y empujón de Hugo Chávez, se desate una guerra entre hermanos, como lo han logrado en otros espacios, se detenga el proceso unitario, hasta se destruya el estado defensivo que hemos creado e incluso hacer imposible que cada país y su pueblo se dé el gobierno y el orden social que crea conveniente sin que quienes dominan en el norte se entrometan para imponer su voluntad y sobre todo sus intereses.
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