Cuando un sicópata aporrea una dama, bien sea a su esposa o a su novia, es frecuente, aun cuando la agredida no se haya repuesto de los hematomas o las heridas, que el desequilibrado le ofrezca a la víctima sus disculpas. Así mismo, con una frase tan insulsa como “lo siento, me equivoqué más nunca te volveré a maltratar” pretenderá resarcir el daño ocasionado. De seguro, que pasado el tiempo, el perturbado volverá arremeter contra la fémina, sin haber acopiado en su cerebro desquiciado el recuerdo de la ofrenda del pasado arrepentimiento.
Los actos de constricción no solo son una práctica de los sicópatas y los cobardes agresores de damas, la retractación también es utilizada por los políticos y los jefes de estados para, por esta vía, pretender borrar los abusos cometidos por sus predecesores o por los presentes.
Ejemplo de lo expuesto anteriormente son numerosos. En este sentido, las disculpas más frecuentes han sido las ofrecidas por el algún papa como vocero del Vaticano. Esto tiene una razón: la Iglesia Católica tiene siglos violando los derechos humanos de millones de seres y quizás por vergüenza ajena se ve obligada a recurrir a este recurso. Veamos:
El Vaticano ha pedido perdón por la persecución y asesinatos de luteranos, evangélicos y judíos; por la quema del teólogo católico Juan Hus y Giordano Bruno; por el juicio amañado y la condena a Galileo Galilei; por los miles crímenes de la aciaga inquisición; por la mortandad de aborígenes y civilizaciones americanas arrasadas, de la cual fue corresponsable la iglesia católica, durante la conquista de América y lo más reciente, por los delitos sexuales de los curas pederastas. Los anteriores actos de contrición se podrían recibir con la indulgencia que merece todo aquel que ha cometido una infracción, siempre y cuando tales lamentables procedimientos no hayan sido los responsables de millones de muertos, torturas, vejaciones, robos y un sin número de transgresiones que nunca fueron resarcidas. Hoy por hoy existen numerosas comunidades andinas de Américas y de tribus Africanas que viven en la miseria y quizás, con la venta del oro almacenado en la catedrales y en las arcas que sigilosamente atesora el Vaticano podrían resolverse, en parte, la hambruna atávica de los herederos de aquellas víctimas. Imposible negar que la mayorías de los altares refulgentes de las iglesias europeas y americanas son producto del oro y plata robada de las entrañas del nuevo mundo. La compunción sin acciones para subsanar el daño se convierte en una habladera de sandeces.
El arrepentimiento sirve para todo, pero no para resarcir los daños ni tampoco para que los herederos beneficiarios de aquel delito paguen las deudas que dejaron aquellos ataques. De qué vale lamentar por haber sometido a la ignominiosa esclavitud a hombres, mujeres y niños de las poblaciones del África negra y a los aborígenes suramericanos, si los descendientes europeos y americanos que hoy disfrutan de una inmensa fortuna, fruto de la infamante servidumbre, no pagan la deuda contraída. Actualmente vemos como Yoshio Khatica, ministro de economía japonés se arrepiente por la tragedia de Fukushima, pero desgraciadamente este acto de pesadumbre no le devolverá la vida de cientos de muertos. En el mismo tenor, pasado varios años el gobierno alemán, en boca de su primer ministro, le pidió perdón a España por el bombardeo de Guernica y por los crímenes cometidos contra los judíos. Penosamente los millones de fallecidos no se reviven con sólo palabras y los muertos, muertos quedarán.
Sin embargo existen gobernantes, inhumanamente sinceros, que se niegan a pedir excusa por la barbarie. Es el caso de los gobiernos norteamericanos que siempre justifican las dos bombas atómicas que lanzaron sobre dos poblaciones civiles desarmadas de Japón (más de 300.000 asesinatos); de igual modo, los Turcos se hacen los locos con relación al genocidio de miles de Armenios (entre 80.000 y 300.00) y la deportación de casi dos millones de ellos (1915-1916). No hay signo de arrepentimiento. Tampoco lo muestra el gobierno japonés sobre su responsabilidad de más cien millones de chinos muertos durante la guerra de ocupación chino-japonesa. No hay contrición pero si justificación de la invasión. El gobierno sionista de Israel le importa un bledo la opinión de la ONU y la comunidad internacional, ellos continuarán masacrando el pueblo palestino sin un atisbo de remordimiento, para eso cuenta con el apoyo de la maquinaria de guerra de USA.
Quienes son veteranos de arrepentimientos y de reconocimientos de errores son los integrantes del gobierno norteamericano. Se pasan la vida arrepintiéndose, cuando no es un alto funcionario es el algún ex miembro de CIA o del FBI o de las fuerzas armadas gringas, quienes hacen público sus errores cometidos en épocas pasadas. El gobierno de EEUU reconoce que se equivocó con relación a la posesión de armas de destrucción masiva por parte del gobierno iraquí; el gobierno de USA acepta que el embargo a Cuba no dio resultado esperado; el gobierno de EEUU admite que el decreto que declara a Venezuela como un peligro para la seguridad gringa fue un error de forma; la señora Hilary está consciente que fue un “pequeño desliz” tumbar y asesinar a Gadafi; algunos veteranos de las fuerzas armadas gringas convienen en que el financiamiento, el adiestramiento y la entrega de armas al estado islámico fue un traspié del gobierno norteamericano. El reciente, el colmo de la desfachatez del emperador Obama, es ofrecer disculpa por el ataque aéreo del hospital de Médicos Sin Fronteras en Afganistán. Lo más nauseabundo de su declaración no es la procacidad de sus palabras, ni la agresión salvaje de las que fueron víctimas los médicos y los pacientes afganos, es la impudicia del engaño, cuando lo que están involucrados son dos decenas muertos y así mismo, que por la vía de la mentira intenta deslindarse de las responsabilidades que conlleva una alevosa acción de guerra contra una población civil enferma y desarmada.
El colmo de todo es el comportamiento hipócrita de los organismos internacionales como la Asamblea General de la ONU, de la comisión de los derechos humanos de la ONU, del tribunal de la Haya y de todas las ONG que pretenden actuar como vigilante del cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se hacen los ciegos, los sordos y los mudos ante los millones de cadáveres descuartizados. ¿Quién castigará a los culpables de los millones de muertos y ciudades devastadas por una simple equivocación? Una disculpa no basta. Entonces la justicia sirve para ser aplicada a unos desgraciados pero no para unos pocos de privilegiados, es el gobierno de la iniquidad y la desigualdad.
Finalmente, quién pagará por los millones de muertos, por las ciudades devastadas, por las culturas aniquiladas, por los refugiados y desplazados que huyen de la guerra, por las funestas consecuencias de los aciagos bloqueos económicos, por los lisiados secuela de los bombardeos, por los niños y jóvenes a los cuales les han arrebatado el futuro…El arrepentimiento y el reconocimiento de los errores no solventa el amargo dolor y sufrimiento de los pueblos. Esos lunáticos son como los golpeadores de damas, no se contienen ante una nueva agresión.
Lamentablemente el emperador Obama no ha derogado el decreto, por lo que Venezuela está en la mira. Quienes saben orar deberían elevar sus preces hacia el empíreo, quizás sus rezos podrían evitar que por un error los drones gringos bombardeen el Cardiológico infantil o el hospital Domingo Luciani.