Hay -sin duda alguna- un choque tácito entre la realidad del capitalismo y la realidad de la democracia, siendo comprobable en todo momento y en cualquiera nación. Esto se ve reflejado en la multiplicidad de acontecimientos que han derivado en crisis económicas sufridas en diversidad de naciones (incluido el paladín universal del capitalismo, Estados Unidos), algunas apenas paliadas por los gobernantes de turno, las mismas que han causado una depreciación significativa del poder adquisitivo de las personas mientras se incrementan los niveles de protestas populares, desempleo, pobreza y desigualdad social en cada nación afectada.
Los usufructuarios de los grandes capitales asociados buscan acelerar la reconfiguración de un mundo totalmente ajustado a sus intereses. Así, desde la era en que Ronald Reagan y Margaret Thatcher impusieron su visión política neoconservadora, políticos y empresarios forjaron una dupla encargada de establecer gobiernos y políticas públicas que beneficiaran altamente el modelo capitalista neoliberal a nivel mundial a costa de los recursos, bienes y los logros de los pueblos, tal como ocurriera en gran parte de nuestra América bajo gobiernos y dictaduras al servicio, primordialmente, de Estados Unidos. Para alcanzar sus propósitos, las grandes corporaciones multinacionales (a través de la OTAN, el Pentágono y el Departamento de Estado gringo) han promovido la desestabilización y derrocamiento de regímenes considerados como hostiles a los mismos, así como guerras imperialistas bajo la excusa de defender la democracia y los derechos humanos, pero que tienen un objetivo bien claro: apoderarse de las riquezas existentes en sus países.
Durante tres décadas consecutivas, el capitalismo globalizado se ha dirigido a conseguir el control de la población mundial por medio de una estrategia de propaganda, caos y terror que induzca a las personas a sacrificar su libertad y sus derechos democráticos por un clima de seguridad, en una especie de esclavitud pactada; así esto produzca la criminalización de los reclamos populares, la aplicación de leyes como la Ley Patriota, la guerra antiterrorista y aberraciones como la detención arbitraria de supuestos extremistas islámicos en la base naval de Guantánamo, ocupada ilegítimamente por Estados Unidos. Esto se refuerza a diario gracias a la industria ideológica, la cual contribuye a afianzar los valores que distinguen el modelo civilizatorio estadounidense-europeo mientras se empequeñecen, desvirtúan y ridiculizan aquellos pertenecientes a culturas y pueblos periféricos; desconociendo frontalmente cualquier tentativa por instaurar un mundo pluricéntrico y pluripolar, respetuoso del derecho internacional y toda soberanía. Por tanto, la columna vertebral de la arremetida del capital contra los pueblos está conformada, principalmente, por esta industria ideológica, cuyas expresiones más visibles son la industria cinematográfica y de entretenimiento general, que influyen notablemente en la imposición de modas y consumo de drogas de todo tipo, sobre todo al nivel juvenil. Además de ello, las corporaciones cuentan con ejércitos privados, facultados para fiscalizar y ejecutar operaciones militares que normalmente estarían a cargo de los ejércitos regulares, una cuestión adecuada a los gobiernos que actúan a su favor para eludir las normas que restringen y penan la violación de los derechos humanos (casos de Afganistán e Iraq).
En palabras de Michael Löwy y Samuel González (El capitalismo contra la democracia en Europa y América Latina, revista Memoria, México), “hay una necesidad apremiante de profundizar la democracia mediante la construcción de poder popular; un ejemplo muy significativo al respecto son las comunas generadas en Venezuela desde 2009. Es importante remodelar los Estados desde una visión que sobrepase y rompa con los designios de la democracia liberal y los dictados del gran capital. Las experiencias conquistadas en las asambleas constituyentes resultan fundamentales, sin perder de vista la necesidad de construir poder popular más allá de sus formas estatales, generando un puente y vínculo entre lo democrático y lo comunitario, como demuestran diversas experiencias en la actualidad, para repensar los horizontes anticapitalistas y comunistas de nuestro siglo”.
Esto nos coloca a los seres humanos en una disyuntiva muy importante para la sobrevivencia, la paz y la libertad de toda la humanidad. Ello implica emprender movilizaciones, nuevas formas de organización popular y una lucha sostenida contra las pretensiones del capital corporativo, echando mano al mismo desarrollo tecnológico e informático que éste ha promovido, de forma que exista una democratización comunicacional que trascienda las fronteras nacionales y permita el desenmascaramiento de la estrategia utilizada por los capitalistas en contra de los intereses de los sectores populares. La principal línea de combate sería, entonces, en el rango ideológico-cultural, precisando modos nuevos de comprensión, desalienación y educación que fomenten, en primera instancia, un sentido de pertenencia en las personas y, en una segunda instancia, la firme convicción de poder resistir y vencer las ambiciones del capital corporativo de apoderarse de todo.