¡Por el perro! fue una interjección que Sócrates usaba. Los eruditos no saben qué significa, mucho menos yo. Si sabes algo, avisa. Pero cuando Perro Pablo Kuczyński se admite can, la exclamación se termina entendiendo. Hasta yo.
Tenemos tropiezos con los perros. Los declaramos nuestros mejores amigos, leales, inteligentes y valientes. Los metemos en casa, jugamos con ellos, nos cuidan, nos ayudan, nos acompañan, nos aman, ignoran nuestros defectos, como Blondi, la pastora alemana de Hitler, quien la hizo envenenar para probar el cianuro con que él se suicidó luego. Ya ves la clase de amor que le profesaba Adolfo, que hasta se la llevó a su Führerbunker. Dormía en la habitación del Führer, en una alfombrita.
La filosofía de Diógenes era cínica porque resolvió vivir como un perro.
Pero por otra parte hablamos de vida de perros, tratamos como un perro a quien malandreamos. Las palabras perro y perra son insultos. En el MAS hubo unos perros. Sí, vale, un partiducho que hubo aquí. Me dijeron que ya no existe, pero haz memoria.
Hubo un buen cantaor flamenco llamado El Perro de Paterna, porque comenzó su carrera en un bar llamado El Perro, en Paterna, España.
Van al Cielo, donde hay un Can Mayor y un Can Menor.
Siendo animal sólito, ha colonizado el lenguaje. Morir como un perro. O vivir como tal, aunque hay unos que dan envidia. Perro que come manteca mete su lengua en tapara. Perro huevero ni que le quemen el morro. Hay quien mata la perra cuando gana la Asamblea Nacional pero la pierde por panfiladas. No sé cuál es esa pobre perra que matan. ¿Será Blondi?
Hay perros rabiosos, como cierto general estadounidense, que tiene ese expresivo mote, no sé por qué, pero por si acaso si llego a cruzármelo en una calle —cosa bien improbable— cambiaré de acera. Esos generales gringos devastan países enteros, imagina lo que harían con un pobre sudaca impróvido.
Hay historias entrañables como la Dama y el Vagabundo. O Pulgoso, de risa contagiosa, que ya me estoy desternillando de solo recordarla. Hay asimismo Huckleberry Hound, parodia del magistral Huckleberry Finn, de Mark Twain. Tribilín es un perro, amigo de un pato y de un ratón que es amo de otro perro, Pluto, en una ciudad de patos. Después hablan de surrealismo.
Pues bien, ¡por el perro!, Perro Pablo mató la perra.