Dignidad, poder y corrupción



Acto de dignidad. Desde que comenzó el criminal bombardeo en Líbano por parte de Israel, me he preguntado que puede hacer la comunidad internacional para evitarlo. La experiencia de Irak, y tantas otras, nos hace desconfiar. Día tras día hemos visto como los israelíes convierten en “daños colaterales” las muertes de cientos de personas. La impunidad con la que ha actuado el Estado judío, sionista o israelí (me importa un pepino como se denomina visto su accionar) es muy parecida a la que siempre muestra Estados Unidos. Es la impunidad del “guapo y apoyado”, la impunidad del chantajista, la impunidad del poderoso, la impunidad del prevalido, la impunidad del despiadado, la impunidad del asesino. Impunidad que, por cierto, es defendida solapadamente por un sector de la sociedad venezolana.

Y es que hay varias maneras de protestar. En Venezuela hubo movilizaciones de protesta, contra los ataques a Líbano. Pero la comunidad internacional, los pacifistas del mundo, se han hecho los locos con Israel. Con Líbano. Lo ven como un “conflicto entre fundamentalistas religiosos”. Saben, “esa gente fanática”. Recuerdo las multitudinarias marchas en España para protestar contra la participación de ese país en la guerra contra Irak. Cuánta falta le hacen a los niños libaneses.

Cuando el Presidente Chávez condenó verbalmente los ataques de Israel en Líbano me sentí representada. No esperaba otra reacción. Por mucho menos que eso, por mucho menos que una vida humana, Chávez retiró al embajador de Venezuela en Perú. Y es que no era suficiente la condena verbal. Por eso aplaudo el retiro del embajador de Venezuela en Israel. Es un grito contra la impunidad, contra la barbarie. Es un acto de dignidad, que acompaña el grito de horror de los niños de Líbano.

Corrupción y poder. ¿Qué nació primero el poder o la corrupción? ¿El huevo o la gallina? El poder y la corrupción se entrelazan. Son parásitos. Uno no puede actuar sin el otro. “Si se tiene poder es para ejercerlo”. “El poder corrompe”. Hay varias clases de poderes, aparte de los que conforman los Estados. Y hay varios modos de ejercerlos. Hay una buena y una mala utilización del poder. Hay quien dice “estás en la buena porque estás en (cerca del) el poder”. Y hay que ver alrededor para buscar lo malo y lo bueno. Y veo podredumbre. Y veo claridad. Veo sinvergüenzas. Y veo espíritus puros.

Lo cierto es que el poder, el abuso del poder, se parece a la bonanza, a la impunidad, a la injusticia. Y es que para un líder político, ni qué decirlo, lo más importante es llegar al poder. Con sus ventajas y desventajas. “Si se tiene poder es para ejercerlo”. Vuelve otra vez. Para administrarlo. Para ejercerlo con humildad. Para consolidar un proyecto político.

¿Todos los poderosos son corruptos? ¿El hombre es corrupto por naturaleza? ¿Los pobres se corrompen? ¿O sólo la bonanza es sinónimo de corrupción? ¿El alma se corrompe? ¿Qué significa corromperse? ¿Tener bienes mal habidos? ¿Abusar del poder? ¿Corromper al otro? ¿El tráfico de influencias?

Y muy cerca de los poderosos están los adulantes. Esos que nunca harán algo que pueda “molestar” al jefe. Y en esa búsqueda incesante por mantenerse a flote alejan al adulado de la realidad. A veces el adulado no se da cuenta de que es tal. Tal es la habilidad del adulador. Los adulantes son poderosos, porque siempre están cerca del poder. Sólo se adula a los poderosos. Adular a un pendejo es perder el tiempo. “El poder corrompe”. Corrompe almas y conciencias. Corrompe corazones, viola ingenuidades. Poder necesario para lograr cambios. Que se use, que se ejerza. Pero que no provoque metástasis.




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Mercedes Chacín


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