La perspectiva para la marcha de un próspero gobierno en la República de la Gran Colombia era esplendorosa, casi podría decirse que había adquirido la vitalidad moral y de sabiduría de su arquitecto, de su creador, el Libertador Simón Bolívar. Sus ejércitos la habían colmado de gloria y el mundo entero lo sabía, estaba a la cabeza de las naciones esplendorosas y revestidas del más alto reconocimiento; todo hacía ver que la Gran Colombia tendría un porvenir hermoso. El general Santander le dedicaba a Bolívar las mayores lisonjas, no perdía ocasión para hacerle llegar sus más elogiosas palabras, unas de éstas, “¡Cuántos monumentos deja usted de admiración a los siglos venideros! Cada paso de usted en estos quince años es una obra maestra de su actuación, de su genio, de su amor a la libertad. ¡Cuánto honor nos resulta a los que hemos sido coetáneos, compañeros y aún más, amigos de usted! Lea usted en la Gaceta de hoy la brillante función que he dado el día de San Simón. Ésta es la expresión de amistad y de la más profunda gratitud”
Al abrir el Congreso sus sesiones el 10 de enero de 1825, en cuyo recinto se encontraban diputados de todas las provincias y departamentos, los cumplidos para el Libertador eran en exceso y se veía en sus procederes y en el sentimiento que les dominaba la certeza de ser Colombia digna de la libertad que había conseguido. Pero lo cierto era disimuladamente trabajaba la envidia y el odio en algunos congresistas pertenecientes a la burguesía bogotana, quienes por intermedio de emisarios, al viajar éstos al exterior, les ordenan difundir mentiras y la perversión sobre actos atroces ejecutados por el gobierno presido por el General Simón Bolívar, tiránico y caudillista, y manejado sin otorgar el más mínimo goce de una democracia. Bolívar sabiendo de la posición intransigente de los oligarcas en el Congreso, responsables de que le suspendieran las facultades extraordinarias, decide presentar su renuncia a la Presidencia aduciendo que se sentía cansado de que se le llamara tirano, y siéndole imposible convencer a esa gente de que su voluntad no era otra cosa que la necesidad imperiosa de asegurar la libertad y la paz en el territorio de la Gran Colombia, él prefería retirarse de la conducción de la patria. Es el 8 de febrero de 1825 cuando se reúne el Congreso para decidir sobre aquella materia, la renuncia a la Presidencia del Libertador Simón Bolívar. Después de leído el documento de renuncia, reinó en la sala el más profundo silencio y transcurren algunos minutos sin que nadie se atreva a romper el silencio, hasta que el presidente del Senado, Luis Andrés Baralt Sánchez, llama a votación el punto tratado y por unanimidad se niega la admisión de la renuncia. Los vivas repetidas al Congreso y al Libertador se oyen en todo el recinto y tales duran por varios minutos. ¡Pero cuán fingido en un número alto de legisladores fue aquel voto que en si no permitió el Libertador realizar su meditado plan de ausentarse de la patria! Su gloria, que había llegado al mayor apogeo, no se habría menoscabado con los sucesos posteriores. Es de creerse que el Libertador tuvo pensamientos encontrados, pues aunque sabía que algunos congresistas lo odiaba, habían otros que efectivamente lo quería y deseaba siguiera al frente de los destinos de la patria. Por lo que siempre habrá que pensar que Simón Bolívar, el Libertador ciertamente fue “El Hombre de las Dificultades”, como él se definía. Muchos brindis hizo el General Santander proclamando entre amigos del Libertador que éste tenía el más grande éxito político que hombre alguno podría alcanzar.
Hasta el primer trimestre de 1826 Santander esconde sus malas intenciones y acciones contra Bolívar, porque en esos días se debía escoger los delegados que asistirían al Congreso de Panamá y él debía nombrar los suyos, por lo que tenía que chocar de frente con los deseos del Libertador. Ya Santander por fin se vio obligado a, como se dice hoy, salir del closet y mostrarse tal como era, cobarde, traidor y deshonesto, ya que no tenía otra que cumplir con su compromiso con los yanquis de sabotear el triunfo que esperaba Bolívar del Congreso de Panamá. Santander había acordado con el grupo que representaba la política extranjera de Tomás Jefferson, Monroe y Henry Clay. En realidad Santander viene a ser el padre de lo que ahora se conoce por Panamericanismo, pues ya el diplomático estadounidense Richard C. Anderson traía sus órdenes dadas por el Presidente de los Estados Unidos “absorber las colonias españolas pedazo a pedazo” tal como sucedió cuando le arrebatan a Méjico, con la llamada Guerra de Texas, un territorio de 1 millón 500 mil kilómetros cuadrados, es decir, el territorio que hoy ocupan los estados de Texas, California, Arizona, Nevada, Utah, Nuevo México y Colorado.