La crisis actual

Civilización se deriva de civil, y el lenguaje encierra muy hondas enseñanzas.

Es fundamento de las sociedades civilizadas que nadie tiene derecho a tomarse la justicia por su mano, y menos que otros cualquiera aquellos a quienes se supone encargados de hacer cumplir, en últimas instancia, por la fuerza, los fallos de la llamada Justicia.

De todos modos, es uno de los más tristes síntomas de la anarquía que parece estar devorando a Estados Unidos, de esta anarquía desde arriba —y desde muy arriba— a que parece ha venido a parar aquella revolución, también desde arriba, que, como necesaria, proclama Donald Trump.

Conviene ponerse en guardia, desde luego, contra la especie de que la Casa Blanca sientan el patriotismo más vivamente que los demás ciudadanos, lo cual es tan false como suponer que los militares sean más patriotas que los demás. Hay que reaccionar contra la tendencia a que eso que se llama imperialismo del patriotismo asuma formas militares.

Es indudable que el imperialismo tiene dos raíces: una sentimental y otra intelectiva. Hay la patria sensitiva, la que podemos abarcar con la miradas, y que no se extiende en su origen más allá de nuestro horizonte sensible, y hay la patria intelectiva o histórica, la que se nos enseña a querer en la escuela. Son los polos del complejo sentimiento patriótico; se observa un, fenómeno de polarización, "consistente en que van creciendo paralelos el sentimiento cosmopolita de humanidad y el apego a la nación nativa.

Por de pronto podré irritarme contra el que me viene con la pretensión de salvarme, aun a mí pesar; pero luego que reflexiono, habré de agradecérselo, viendo que me considera como a hermano, y, en cambio, jamás cobraré afecto al mercader que me deja ser como yo sea y respeta hasta lo que en mí cree más pernicioso para mí mismo, con tal de explotarme y tenerme de cliente.

Hay que tener, además, en cuenta que, hasta vista la cosa egoístamente, formamos todos partes de un mismo organismo nacional, y los males de un extremo obran sobre los bienes del extremo opuesto. La mala administración, o la incultura, o el caciquismo, o la ramplonería, o la idolatría, llevan su estrago a otras naciones. Y cuando en un país anida el (coronavirus) de nada sirve acordonarse contra ella; es necesario ir allá y acabar de un modo o de otro, con la peste esa. Aunque se muera de ella.

O salvarse todos o hundirse todos. Tal es la única divisa que puede llevarnos a la salvación común. El que quiera salvarse dejando que su hermano se hunda, se hundirá también con él.

A la voz inhumana e impía de "¡salvémonos todos!" Y para ello, imponerle al prójimo su propia salvación cuando el, por si no lo conozco o la equivoque.

—Y la nación es una casa que nos ha cobijado a todos y a cuyo amparo nos hemos hecho lo que somos.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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