La especificidad de nuestra América, de lo que ésta es y ha sido como el amplio ámbito geográfico, cultural, sociológico, económico y político situado entre el sur del río Bravo y la Patagonia, donde se ha gestado una tradición ininterrumpida de luchas populares desde el instante que los europeos decidieron adueñarse de ella hasta la época actual, es una especificidad que ha ocupado a una gran porción de intelectuales tratando de explicarla y de darle alguna orientación que haga posible aflorar sus potencialidades como territorio de la emancipación integral humana. El Libertador Simón Bolívar al dirigirse a los diputados del Congreso de Angostura en 1819, destaca que se debe tener «presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de la Europa; pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos.
La mayor parte del indígena se ha aniquilado; el europeo se ha mezclado con el indio y con el africano. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia». Esta conclusión de Bolívar será compartida, de uno u otro modo, por una amplia gama de pensadores, algunos bajo la influencia ideológica del eurocentrismo y otros guiados por la dialéctica y el materialismo histórico, lo que le convierte en una tema de discusión que no cesa, a pesar de los siglos transcurridos. Ahora muy especialmente cuando, desde las más recientes décadas, muchos acogen la propuesta de emprender y asentar un proceso de descolonialidad del pensamiento; lo que implica entender y aceptar la realidad de otros universos culturales, tan válidos o más que el representado por el eurocentrismo.
En su ensayo «Nuestra América», el Apóstol de la independencia cubana, José Martí, recomienda que «la historia de América, de los
incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia
que no es nuestra. Nos es más necesaria». Tiempo antes, el Maestro revolucionario Simón Rodríguez, con su singular estilo, hizo una acotación similar al señalar: «¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Original han de ser sus instituciones y su Gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otro. O inventamos o erramos». Es decir, la otredad americana es una preocupación constante entre nosotros, los hijos y las hijas de nuestra América, presente en los llamados a la unidad e integración de nuestros países, especialmente frente a lo que éstos han sido bajo la hegemonía imperialista de Estados Unidos. Pero también es la comprensión (poco compartida con las clases dominantes) de cuáles podrían ser sus potencialidades en el campo económico, de forma totalmente independiente, sin aceptar tácita y sumisamente el papel de réplicas o sucursales de las metrópolis del sistema capitalista, convertidas -desde un primer momento- en simples proveedoras de materia prima y consumidoras de lo que produzcan las grandes corporaciones transnacionales.
Hace falta entender, junto con Karl Marx, que «el descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria». Gracias a ello, la Europa y los Estados Unidos alcanzaron los niveles de desarrollo que, ilusamente, algunos esperan que algunos de nuestros países puedan tener en el futuro, sin detenerse a pensar que a aquellos no les conviene que esto ocurra, por muchas reformas legislativas y económicas que se hagan, ajustándose a los esquemas neoliberales.
La sumisión pasiva a la ley capitalista ha representado un escollo formidable contra el cual se han estrellado muchos de los objetivos de emancipación trazados por teóricos y movimientos populares, impidiendo que pueda así concretarse una verdadera revolución democrática y soberana, conducida y sustentada en toda circunstancia por los pueblos de nuestra América. En este caso, la multiplicidad y la unicidad de nuestra América representan la fortaleza y el espíritu con que nuestros pueblos puedan romper el estado de explotación y de dependencia en que aún se les desea mantener indefinidamente. Esto entraña, por otra parte, una ruptura radical con la concepción del Estado-nación a la cual nos habituamos y defendemos desde 1810, basándose más en los valores que preservan la vida en un sentido generalizado que aquellos que privilegian, por encima de todo, el lucro y el interés privado. -