Cuando destacamos el carácter antiimperialista del proceso de luchas revolucionarias que tiene lugar en el vasto escenario de nuestra América no lo hacemos simplemente porque a sus máximos representantes se les ocurrió la «loca» idea de enfrentar el poderío hegemónico de Estados Unidos o porque ello es parte de la tradición latinoamericana de izquierda. Lo hacemos porque sobre este tema son contados los revolucionarios y gente progresista que sabrían explicar con detalles y claridad ideológica lo que este representa en la actualidad, cuáles son sus características y en qué medida ha podido mutar, a la luz de los diferentes cambios políticos y geopolíticos que se han producido en estos últimos cuarenta años de historia mundial. También porque hay quienes dudan que éste pueda subsistir, o sea aún posible, incluso que se anime a propiciar acciones violentas encubiertas dentro de las fronteras de algunas naciones, cuyos gobiernos resultan incómodos para el gobierno estadounidense, o se atreva a auspiciar una invasión militar, contando para ello con sus socios de la Organización de las Naciones Unidas, de la Organización de Estados Americanos y, en un primer plano, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (su caballito de batalla frente a Rusia en Ucrania).
No obstante, al margen de estas apreciaciones, mucha gente está tomando consciencia de la grave amenaza que encarna el imperialismo yanqui. Ya no simplemente por efecto de la propaganda desplegada tradicionalmente por los diferentes partidos de izquierda que todavía pudieran existir de este lado del planeta. Ahora hay cierta identidad –no profundizada, por supuesto- con la lucha antiimperialista que ya a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX germinara en nuestra América, víctima inicialmente de las apetencias territoriales y de recursos de las potencias occidentales de Europa y, más tarde, de la potencia emergente del Tío Sam. Este último elemento de comprensión de la historia común latinoamericana se está reivindicando de modo acelerado, a lo largo y ancho del Continente mediante un proceso de decolonialidad que reivindica la cultura y la historia de luchas de resistencia de nuestros pueblos. De manera que ya las nuevas generaciones de nuestra América ya comienzan a interpretar en qué línea de acción y motivaciones reales se inserta la lucha antiimperialista de nuestro tiempo y en qué medida se podrá nutrir con los aportes de aquellos primeros luchadores que confrontaron al incipiente imperialismo de los anglosajones del norte, entre ellos, en un primer lugar, Simón Bolívar.
Es inevitable que esto sea así. La misma dinámica de la historia contemporánea, caracterizada por el abismo profundo que separa las ocho naciones más poderosas económicamente del resto depauperado y subdesarrollado del planeta impone una nueva visión humanista que nos haga entender que todas nuestras diferencias sociales y políticas tienen una raíz en común: el capitalismo y, con él, el imperialismo desarrollado por los países europeos y Estados Unidos. Ello nos hará entender el por qué, siendo tan ricos en recursos naturales, nuestros mercados siguen dominados por las metrópolis capitalistas y por qué, cuando se busca defender la soberanía nacional, somos víctimas de golpes de Estado, asesinatos selectivos de líderes sociales y políticos o invasiones militares, tal como ocurriera con República Dominicana, Chile, Grenada, Panamá, Haití, Vietnam, Afganistán, Irak, Libia y Siria. Por eso, cuánta razón tuvo Simón Bolívar al sentenciar: «Jamás conducta alguna ha sido más infame para con nosotros que la de los norteamericanos»; lo que será complementado con su otra afirmación famosa: «Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad».
Acá se ha olvidado, quizás por ignorancia o comodidad, que si hay la intención de construir una sociedad socialista se tendrá que desconstruir forzosamente lo armado por el capitalismo durante ya más de dos siglos, así como lidiar con el imperialismo, definido por Lenin como su fase superior. No se puede pretender que uno no esté conectado directa o proporcionalmente con el otro. Esto sería una seria contradicción que, a la larga, podría perjudicar por completo cualquier proceso revolucionario en potencia. Por eso el debate que comienza a darse en Venezuela y otras naciones de nuestra América no puede eludir tal realidad porque ella forma parte de la historia de nuestra América y ya se sabe lo que ocurre cuando se olvida la historia.-
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!
¡Para nosotros la Patria es América!
¡Otro mundo es posible y necesario!