La ira balurda y magnificente de un rey won

Por tener que pasármela haciendo cruces, no dejo de recordar a La Topoya cada día que deslízaseme.

No hay nada más rehalilitador para el tedio crónico de un viejo como yo, que vivir una revolución bonita. Y el adjetivo le calza tanto, que ya no podría más. No hay albor de un nuevo día en que se abran estos ojos muy escépticos -y en apagándoseles el brillo-, que no lo hagan con los rayos energizantes de un sabroso peo nuevo, pero además –y sobre todo- ordenador de todas las cosas, como debe ser.

Pero es que es tan dinámica la cosa batallarosa aquí, que incluso cuando me levanto a orinar de madrugada con los espejuelos casi siempre traspapelados, y que gracias a que lo conozco tanto ya con sorprendente tino puedo pescuecearlo hasta en la más espesa oscuridad, prendo el televisor de regreso del baño no vaya a ser que me esté perdiendo la escena en vivo donde Chávez, vestido de monje cartujo para respetar el protocolo, le esté requiriendo al Papa la necesidad de elegir al próximo democráticamente para beneficio de lo que debe ser la democracia global “mesma”, y el Sumo Bendito, con cara de pichón de borbón desfigurada por la arrechera divina, gritándole muy seguido estuviera: ¡callate hereje del coño! y lanzándole además continuas bendiciones de esas que se utilizan para casos de graves emergencias heréticas.

Alabados sean por tanto los días pues que vivo en mi amada Venezuela, donde seguro que habré de morir sonriendo. ¡Y los que faltan -conviejos alegrados-, que serán los mejores!

Desmedida razón tiene entonces Ken Livingston –el alcalde de Londres-, cuando aprecia que no halla país más sabroso para vivir que Venezuela.

Así por tanto que me resulte casi imposible no hacer crónica de lo que presencio, porque de ninguna manera acepto hacerlo como simple mirón de palo…

Pues no hemos salido aún los venezolanos y venezolanas del mediático y won Yon, para caer ahora en otro no menos won, pero además borbón… ¡Y vaya cómo rima el fascismo!

Lo que se conoce como la monarquía europea, surge en la Edad Media luego de la evolución de las instituciones políticas que devendrían caído el Imperio Romano. Una anarquía hubo de presentarse entonces de seguidas y de forma paulatina, que ameritó al fin y al cabo la necesidad de proteger y sentirse protegido. El feudalismo, que fue la concepción o sistema que privara durante la Edad Media, se basaría justo sobre la idea patriarcal y hasta familiar entre protectores y protegidos con instituciones intermedias como serían los señores feudales y demás figuras caballerescas; y, el feudo, no era más que la contribución que pagaba el vasallo al gran señor para que lo protegiera. De allí pues que, llegara con la evolución a ser el monarca una forma de Estado, bien bajo la monarquía absoluta (el “Estado soy yo”, afamada expresión de Luis XIV en Francia que la definiría) o las limitadas, como es el caso de la española hoy, donde Juan Carlos es parte del Estado sólo como representante de él -y algunas veces para joder- nada más… Vale decir, sin poder político alguno (presumible) en lo que ha terminado denominándose, ya en la etapa contemporánea, monarquía parlamentaria.

Pero no hay que perder de vista que “rey es rey manque tenga cochocho” dado sobre todo que, cuando iniciáramos en estas tierras americanas las guerras de independencia, Fernando VII era por cierto el último rey absolutista de España, pero absolutismo del que pareciera que Juan Carlos padece a título como de atavismo fernandino…

El “te puedes callar” de Santiago, dicho con semejante cara de enratonado, pienso que lo confirma. Y cuando Chávez lo intima a que diga si sabía del golpe de estado de su protegido Aznar contra él, pienso que lo hace de manera muy procedente, por cuanto su pariente Fernando VII habría de ascender al trono de la España habiendo mediado -previa y justamente- el denominado Motín de Aranjuez, una conjurilla aristocrática manifestada en marchas violentas y donde los marchistas terminarían asaltando el palacio de gobierno de Manuel Godoy, al que le hacían responsable de todo y al que estuvieran a punto de linchar. Y fraguado todo a favor de Fernando VII, que se babeaba por reinar, Carlos IV tendría entonces que abdicar en su beneficio. Más o menos -y guardando las diferencias históricas- lo que Juan Carlos y su compinche Aznar pretendían que hiciera Chávez en beneficio de Carmona Estanga aquel 11 de abril, y que Chávez, por cierto -¡y por fortuna!- no hiciera para gloria de Venezuela.

Ahora, sobre Juan Carlos de Borbón se dicen muchas cosas malas y penosas que yo creo que son ciertas todas. Y lo creo porque si en una cumbre de jefes de Estado y de gobiernos, y ante planteamientos tan bien fundamentados de un indio caribe, reacciona en vivo y en directo como todo (o peor) que un guapo de barrio o compadrito a punto de hacer relucir el puñal, ¿cómo tendría que suponer entonces que reacciona ante la pobre reina con unos palos encima dentro de las mil paredes de sus palacios, descubierto en uno de sus frecuentes encornudamientos, y además, con uno que otro de sus buenos negocios profesionales que se le hubiera caído para impedirle aumentar su fortuna ya forbesiana?

Y así, sucesivamente.

Pienso por último que esta crónica ha podido ser la más breve que hubiera podido escribir en mi vida, diciendo sólo, y de manera no tan monterrosiana, por supuesto:

Cuando América Latina volvió a despertar doscientos años después, Fernando VII aún estaba allí…


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Raúl Betancourt López


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