Realidad y perversidad política del imperialismo yanqui

La profusa y continuada campaña de falsedades emprendida por el gobierno de George Walker Bush en contra de aquellos gobiernos y naciones a los cuales ha englobado en el llamado “eje del mal” ahora tiene como destino a Venezuela, según se puede constatar por lo dicho en fechas recientes por algunos de los principales representantes del gobierno estadounidense, incluyendo al mismo Bush. Todo esto repite el esquema de ablandamiento de la opinión pública mundial, tal como se hizo en los casos de Panamá e Irak, a fin de neutralizar cualquier reacción negativa y así justificar las acciones militares que regularmente ha protagonizado Estados Unidos en defensa de sus intereses particulares, por encima del Derecho internacional y ejemplificando el terrorismo de Estado. De igual manera, se busca precipitar planes semejantes a los aplicados en Chile, bajo la presidencia de Salvador Allende, Ucrania, Georgia, Lituania y Serbia, en una combinación de elementos económicos, políticos, diplomáticos y militares que desestabilicen y desemboquen finalmente en el derrocamiento del gobierno de Hugo Chávez, dando así al traste con su ensayo revolucionario y al desafío que representa su prédica bolivariana, integracionista y nacionalista a la hegemonía gringa al sur del Río Bravo.

Pero, aparte de ello, esto obedece también a la situación de crisis que padece Estados Unidos en el presente. Según James Petras, “considerando la crecida europea, la dependencia de Estados Unidos de la extracción de superávit cada vez mayores de América Latina ante las crisis internas, y los lazos estrechos entre la administración estadounidense y el gran capital, particularmente en los sectores extractivos, la única solución para Washington es militarizar y reforzar su control, aunque polarice y radicalice a América Latina”. Precisamente, ésta es la estrategia escogida por la Casa Blanca, expresada en el documento de Santa Fe IV, el ALCA y los diversos planes militares que envuelven a nuestro continente, desde México hasta el corazón de la América del sur, en una cruzada neocolonialista que se quiere hacer ver como de lucha contra el terrorismo y por el aseguramiento de las libertades democráticas de estos pueblos; teniendo en el Plan Colombia la punta de lanza de la injerencia yanqui en sus asuntos internos con la complicidad antinacional de los grupos políticos y económicos conservadores que ven en riesgo inminente sus privilegios de élite dominante. Para lograr el éxito de esta estrategia, el régimen de Bush no ha escatimado esfuerzo alguno y ha explotado hasta la saciedad el sospechoso ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, atribuyéndolo a grupos terroristas árabes, logrando convertir la ignorancia, los temores y los prejuicios del pueblo estadounidense en los principales soportes de su Acta Patriótica y de su doctrina de guerra preventiva, contando para ello con el apoyo incondicional de las grandes cadenas informativas conectadas a nivel mundial, de forma tal que solo se cuenta con una información sesgada, totalmente favorable a lo que dicta Washington, desconociéndose su contraparte.

Para muchos, resulta inverosímil la realidad y la perversidad política del imperialismo yanqui, aunque se observen y se sientan sus efectos en muchas latitudes del planeta. Esto le ha permitido a la CIA y a otros organismos de seguridad estadounidenses el diseño y la implementación de programas desestabilización e injerencia encubiertas en algunas naciones, sin que se pueda culpar de ello a su gobierno, aunque se descubran sus conexiones y financiamiento de partidos políticos y ONG`s a través de la National Endowment for Democracy (NED), como ocurre en Venezuela. De este modo, en palabras de Thierry Meyssan, “la no violencia, que se admite como buena en sí misma y se asimila a la democracia, da un aspecto presentable a acciones secretas intrínsecamente antidemocráticas”. Esto, acompañado de una campaña masiva de desinformación, de captación de “disidentes” y de reconocimiento oficial de personeros de oposición, en medio de amenazas veladas, y no tan veladas, de intervención militar, sea por propia mano o por intermediarios como Colombia. Es así que todo ello se hace con la más absoluta impunidad y con la complicidad ingenua de quienes niegan la realidad y la perversidad política del imperialismo, un vocablo aparentemente desfasado, perteneciente a los círculos marxistas-leninistas. Sin embargo, es necesario desenmascararlo, ya que -tal como lo advierte Petras- “el nuevo imperialismo no sólo esclaviza los cuerpos de sus súbditos sino que, además, trata de inculcar servilismo en sus mentes. La nueva barbarie imperial lo impregna todo de tal manera que necesita estarse negando a cada momento, ser racionalizada y justificada”. Frente al mismo, no resta sino oponerle, de forma consciente, la resistencia cultural e histórica de los pueblos que pugnan por liberarse del yugo imperialista al cual se les quiere uncir. Es más ardua, pero es el arma disponible más eficaz.



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Homar Garcés


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