Pobre Iglesia, la de hoy en Estados Unidos. ¿Dónde está la alegría de los años 60 del siglo pasado, cuando por primera vez uno de sus hijos, el presidente Kennedy, llegaba a la más alta función nacional? ¿Dónde está la pujanza y fogosidad de la Conferencia Episcopal que, en los años 70 y 80, se daba el lujo de escribir cartas de corte francamente progresista, temidas por los representantes de los grandes partidos, contra el armamento y por la justicia social? Hoy, lamentablemente, esta Iglesia está hundida en el excremento de la pedofilia: el abuso sexual de los sacerdotes maltratando a más de cinco mil niños o jóvenes a lo largo de numerosos años...
La propia agencia pontificia de noticias revela la amplitud del desastre. Más de cinco mil víctimas. Los obispos de las diócesis implicadas tuvieron que pagar más de dos mil millones de dólares (!) por daños y perjuicios.
Por tal motivo, cinco diócesis están en quiebra económica.
Setecientas parroquias han tenido que cerrar sus templos... "Me da vergüenza -dijo el Papa. Y me resulta difícil entender cómo tantos sacerdotes han podido traicionar su servicio de esta manera".
Las consecuencias de esta situación son graves desde todo punto de vista. Ante todo las víctimas, por supuesto. Pero la propia Iglesia paga también un inmenso precio moral: tiene la autoestima por el suelo. Frente a la debacle económica de EEUU, frente a la frivolidad que ha invadido tanto la vida privada como el dominio público, frente a la moral fundamentalista y estrecha de tantos grupos religiosos, frente a las aventuras militares catastróficas de la Unión, frente a la amenaza fascista que envuelve lentamente este gran país, la clase política y la presidencia no encuentran ningún contrapeso de tipo ético y profético.
La Iglesia Católica debía, teóricamente, desempeñar ese rol crítico y cuestionador. Pero su descrédito moral actual no se lo permite. Con razón, pues, el Papa visita esta Iglesia hermana (mucho más que el poder político), con el objeto de levantarla de su postración.
Juzguemos las cosas con humildad y realismo. Mirémonos en este espejo. Si preguntáramos a "los de abajo" por el prestigio de la Iglesia en nuestro país, quién sabe si saldríamos mucho mejor parados.
Sacerdote de Petare