No estaba constituido por más de treinta casas el urbanismo del Guamo, decorado, además, por una ventajosa espesura. La desigualdad arquitectónica, entre todas ellas, era llamativa, pero no plurivalente. Todas servían por tanto de cobijo a familias de clase media, salvo una que llameaba por su dispar riqueza. Quizás la que le seguía en el ranking -y muy lejos- era una de parca clase media, pero con ambiciones no disimuladas, por la influencia inequívoca que sufría, de la primera, al mantener con ella una rara y estrecha relación hasta lo carnal comprometida. Eran padre, madre y tres hermanos, donde el menor, Sugfrido, trataba de ocultar hasta donde podía su repulsa por la ostentación, lo que era traducido por el resto de su familia como un encubierto rechazo contra esa familia más buchona del Guamo, y, de paso, contra las apetencias materiales de ella misma como familia. Y sería tanto el hostigamiento y marginación soportados con tanta humildad y paciencia por Sugfrido, que no le quedaría otra que la de huir de su casa una madrugada de sollozos e insomnio para él, con el fin de poder echar todos los cuentos donde fuera, lo que interpretaría su cepa como un taimado ataque a su bondad y prestigio social y político.
Antes de internarse en el bosque, iría Sugfrido al establo y se llevaría amarrada a un aro colocado en su nariz a la vaca Dora, una Girolando de 300 litros que, todas las alboradas, daba una leche para todo su clan espumosa y muy vitaminada.
Pero Sugfrido había venido disponiendo siempre de un buen amigo, que, buscándolo luego de su huída con notable empeño, habría de localizarlo al cabo de seis meses en uno de los parajes más intrincados de aquella selva que le servía de tan apropiado entorno a esa comarca. Pero esa vez no se percataría de que, el hermano mayor de Sugfrido, lo había seguido para confirmar el presumible objetivo de su afán. Ambos distanciados, pero en fila india, sorprenderían al rebelde acostado en un cambuche a cuyo lado hallábase la vaca Dora rumiando con la ubre a detonar. El hermano mayor, que era obeso, saltó de pronto sobre ambos, pero con tal violencia de comando, que alcanzaría darlos de baja al no calcular lo letal que podía resultar el impacto de su desmesurada humanidad. Dejaría sin compasión, tirado entonces, el cuerpo inerte del amigo, y se llevaría al pueblo a la vaca Dora, en cuyo rostro se mantenía reflejada la inocencia cuando el cuerpo de Sugfrido, sobre su lomo, llevaba. Al estar ya de vuelta en el Guamo, dejaría a Sugfrido en su casa, y, luego a la vaca Dora con su ubre a reventar, bajo buen recaudo forense del jefe policial de nombre Paco Mientes, quien, además de ser un afamado marramusero, era experto –siempre lo afirmaba- en leer la borra del café y otras esencias.
Al día siguiente, este jefe policial Mientes convocaría un cabildo en la plaza para denunciar que, habiendo leído algunos archivos de leche preliminares obtenidos de la ubre de la vaca Dora que, al parecer computaba, había descubierto tenebrosas complicidades y actos condenables del rebelde Sugfrido, comprometiendo en ellos a otros vecinos y vecinas de manera demasiado pesada. Y, para que no quedara duda alguna de la autenticidad de su prueba, enviaría a la vaca Dora, aún con la ubre a reventar, a la homologación de un imparcial superpolicía gringo, natural de Wichita, y de origen oriental, cuyo nombre era: Bien Web On Es. Al cabo de un tiempo, se aparecería el superpolicía con un séquito de coautores y un informe; y, un discursillo proemial en adición, que anunciaba sus conclusiones personales y no las cabales del informe principal. Allí explayaría, con grave actitud y show mediático de por medio -y con su consabida neutralidad- lo siguiente:
1.- Que se quedaba patitieso de la eficiencia, de la honestidad, y de la honorabilidad, sobre todo, del jefe policial del Guamo, Paco Mientes.
2.- Que no se pronunciaba sobre el contenido de los archivos de leche leídos por el útil policía Paco Mientes con su arte, pero que, dejaba constancia expresa de lo indubitable que la ubre prodigiosa, que habíasele sometido a su sabio escrutinio forense, era de la vaca Dora, ubre en nada por cierto manipulada o modificada y que, a su vez, era propiedad indiscutible de Sugfrido y que, los de marras archivos de leche hallados, muy bien leídos habían sido por Mientes.
3.- Que, en base a todo ese esfuerzo intelectual y de pesquisa realizado, había arribado a la conclusión imparcial -de lo que incluso debía estarse muy seguro- que Sugfrido era un muérgano del carajo y que estaba bien muerto por eso.
En fin de cuentas, como también decía la Topoya, habría de quedar bien marcado en la consciencia de todos los asistentes a ese plató noticioso, que, sus dos grandes personajes, no disimularon nunca, pero nunca ser, coño, un Mientes y un Web On.
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