Juan
Manuel Santos, casi saltaba en un solo pie cuando el alto mando de las
FARC reconoció el fallecimiento de su máximo jefe. Como un conde Drácula
pidiendo efusión de sangre, Santos exigió al grupo guerrillero la
entrega del cadáver de Marulanda para hacerle una autopsia con la finalidad
de demostrarle al mundo que la muerte del líder máximo de las FARC-EP,
al igual que la de Raúl Reyes, también debe anotarse a la larga cuenta
necrofílica de Uribe. Muertos que se van sumando a la familia psíquica
Uribe-Santos-Bush.
“¿Dónde está la certificación médica para decir que Marulanda murió de un paro cardiaco?” -preguntó Santos ante los periodistas. “Ese muerto es de Uribe. Mejor dicho, es mío solito” -dijo dándose un golpe en el pecho y sonriendo de manera sarcástica, en demostración de una extraordinaria crueldad y su odio eterno hacia las FARC.
“Muy
pronto mostraré el video para que vean realmente cómo murió Marulanda”
–dijo Santos con los ojos incendiarios de quien asume a conciencia
ser modelo del género del terrorismo de Estado, el único autor del
final feliz del colorín colorado sangriento.
Por
su aspecto amenazador y la posibilidad de que a Santos le saliera gotas
de sangre por la boca, ante el latente peligro que corría sus vidas,
los aterrorizados periodistas abandonaron presurosos y a toda carrera
la sala donde estaban reunidos con el Ministro de Defensa colombiano.
“Quiero ver el cadáver de Marulanda” -dijo sin ningún escrúpulo alguno Juan Manuel Santos, como si se refiriera a una mosca aplastada contra el vidrio.
Luego
se puso su capa negra manchada de sangre y –enroscando en el mantón
su figura de miseria humana- se retiró fríamente a las tenebrosas
mazmorras del Palacio de Nariño.
Poco
a poco, el tiempo va poniendo a todo el mundo en su sitio. Muchos han
llegado a una pequeña conclusión: El Conde Drácula resucitó en Colombia
con un tsunami de sangre y un huracán de perversidad.