¡¡¡Ya ni Job aguanta las tropelías del imperialismo!!!

Job es como un icono universal de la paciencia. ¿Se desconoce cuántos vivientes han invertido poco de su tiempo en conocer la obra y el pensamiento de tan insigne personaje y sus imprecaciones en la sagrada Biblia? Sin embargo, no pocas veces se escucha a personas decir, frente a una agobiante adversidad, lo siguiente como expresión de desespero: “Hay que ser más paciente que Job para calarse esta situación”, “Ni Job soporta esto”, “Se necesita la paciencia de Job para aguantar tantas injusticias”. Y uno que otro filósofo de la vida diaria se dice y se pregunta: “Si Job es un santo ¿qué somos los humanos que soportamos estoicamente todas las desgracias del capitalismo?

Se sabe, por ejemplo, que Quevedo, valiéndose del estoicismo sereno del icono, le compuso una poesía a una dama de la cual estaba enamorado donde, entre otras cosas, dice: “Tengo más paciencia que el Santo Job/ voy a seguir esperando a que te decidas a darme amor: tú solo dime dónde y cuando”. De acuerdo a lo que se dice en el Antiguo Testamento, Job era un hombre inmensamente rico para su tiempo, con una propiedad privada que llegaba, nada más y nada menos, a lo siguiente: 7 mil ovejas, 3 mil camellos, 50 yuntas de buey, 500 asnas y numerosos siervos. Fue padre de siete varones y tres hembras. Se tiene a Job como un personaje millonario que es verdaderamente cumplidor de los mandatos de Dios, lo cual obliga a preguntarse ¿si fue correcto o no que se enriqueciera individualmente, por lo menos, mientras había muchísimos pobres en el mundo que también creían en Dios?

Nada como la riqueza individual, es decir, la propiedad privada sobre los medios de producción, genera tanto egoísmo o envidia en la competencia por más poseer bienes particulares. Esa es la esencia que hizo posible una disputa entre Yavé y el Diablo para determinar si teniendo como fundamento la riqueza poseída por Job lo hacía -por efecto del egoísmo o ansia de más dinero o bienes- abjurar de su creencia en Dios. El Diablo, experto en créditos leoninos, sostenía que , y Yavé, maestro de la generosidad y la solidaridad, decía que no. Satanás, amo y señor del dinero y de todos los silogismos nacidos del fetiche, hizo tentación a Job. ¿Cuál fue el método para esa tentación? Tan perverso y criminal como son todos los métodos de la propiedad privada de los medios de producción cuando ya ésta deja de cumplir su papel histórico de progreso social: enfermedad criptogámica para destruir cultivos, el pillaje y quema de bienes, maltrato a las personas, asesinato de seres humanos por varias vías. De esa manera le dañaron los cultivos a Job, le robaron las burras y los camellos, le quemaron las ovejas, le hirieron a sus esclavos, le quitaron la vida a sus hijos, y para que más trágica fuese la prueba lo pusieron a padecer de una úlcera que le generaba grandes y fuertes dolores.

En esas circunstancias se hizo presente ante Job el mismito Diablo, curandero y mago infalible, a ofrecerle que lo devolvía a su anterior condición si abjuraba de Dios. La leyenda sostiene que Job se negó. Sin embargo, como humano, Job se lamentó, durante una semana completa, de su nueva situación ante un círculo reducido de amigos. Lamentos que hicieron posible se escribieran hermosas leyendas sobre tan distinguido personaje bíblico. Y como todo lo bíblico, el realismo está ausente por todos los polos cardinales para que lo mágico, lo imaginativo triunfen en todas las líneas y en todos los recodos de las narraciones fantasiosas.

Es difícil, por no decir imposible, que un creyente consciente y que tenga a Dios como creador del bien para todos los seres humanos y al Diablo como fuente del mal, pensar que el Ser Supremo vaya a complotarse con Lucifer para probar la fidelidad o no de uno de sus feligreses a través de métodos incompatibles con los derechos a la vida, la solidaridad, la justicia, la libertad y la felicidad. Sólo la imaginación fantasiosa es capaz de construir tantas leyendas que en la práctica social, si se cree realmente en la existencia de Dios, éste jamás y nunca aprobaría. Lo que sí es cierto es que la globalización capitalista, acusada por un Papa de salvaje, no necesita de imaginación ni de fantasía para aplicar métodos horrendos y atroces contra la vida humana, contra la naturaleza de la fauna y de la flora. Los genocidios, por diversos procedimientos, son una prueba nunca irrefutable de crímenes que lesionan a toda la humanidad sometida al vilipendio y escarnio del régimen capitalista de explotación y opresión de clases y del ser humano por el ser-lobo.

Pero es necesario no sólo estar consciente que ya ni Job puede soportar las tropelías de la globalización capitalista, sino, ir un poco más allá para determinar si los que se calaron los lamentos de Job serían capaces de continuar soportando no sólo las lamentaciones de un Job sino los horrores del capitalismo, sus propios sufrimientos y, seguramente, sus propias lamentaciones. Para eso es imprescindible ir a Daniel Samper quien realizó un estudio muy profundo y objetivo de la “paciencia” de Job. Samper dice que existe un grave y milenario error en creer que Job sea un modelo de paciencia, porque lo que realmente refleja es ser un modelo de impotencia. Para ello pone como ejemplo sus lamentos, entre ellos: “Perezca el día en que nací”… “Maldíganlo los que saben maldecir”… “¿Por qué no me morí al salir del seno de mi madre?”… “¿Por qué hallé pechos que me amamantaran?”… “Quisiera estar muerto al lado de los reyes en sus mausoleos”… “Ojalá no hubiera existido”… ¡Ojalá hubiera sido un aborto secreto”… “No hay para mí ayuda alguna: todo socorro se me ha sido negado”.

De allí, Samper saca una conclusión digna de tomar en consideración: “Pacientes, pacientísimos, eran los que tenían que aguantarse a Job…”, porque “… un varón que convierte su quejadera en poema está bastante alterado…”. Y se fundamenta en la definición que da el Diccionario de la Real Academia Española de paciencia: “Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. ¿Acaso los millonarios que dominan el mundo no se lamentan cuando en las bolsas de valores se produce un anuncio de bajas de sus capitales? Más de uno ha pasado del lamento al suicidio y eso no es producto de la paciencia sino de la impotencia mezclada con la desesperación de quien teniéndolo todo lo pierde en un dos por tres de tantas tracalerías que ha hecho. Claro, Job no se suicidó pero, incluso, deseó no haber nacido y eso es una expresión de suicidio mental.

Habría que preguntarse, no imaginándose sino viviendo lo que vivió Job, si son criticables o no sus lamentos. ¿Qué rico en este mundo no sería capaz de lamentarse si se le atraviesa en el camino una revolución que lo expropie de toda la riqueza que él le expropió a la humanidad y condujo a la ruina a miles de miles de personas, de seres humanos que merecen vivir en verdadera justicia social? ¿Cuántos de quienes por él fueron explotados y por cuánto tiempo se calarían sus lamentaciones? Y a una revolución proletaria muy poco le importa que un rico expropiado abjure o no del capitalismo, porque lo que importa es ¿en manos de quién se encuentran los medios de producción, cómo se distribuye la riqueza, quién y cómo y para qué la produce, cuál es la visión de mundo que debe reinar en la historia humana?

Por supuesto, que si una revolución fracasa luego de haber expropiado a los expropiadores y éstos vuelven a disfrutar del doble o del triple de lo que tenían devuelto por una contrarrevolución triunfante, los lamentos son superados por una alegría que se desborda más allá de todos los dolores vividos por el cuerpo y el alma. Job, que siguió creyendo inclaudicable en Dios, por éste fue recompensado con 14 mil ovejas, 6mil camellos, 2 mil bueyes, 1 mil asnas más 14 hijos y 3 hijas. Lo que no se sabe hasta la fecha actual con qué recompensó Dios a ese selecto círculo de amigos que durante siete días y siete noches continuadas, sin dormir, se calaron los lamentos de Job con una paciencia admirable que sobrepasó el límite del estoicismo y la resignación religiosa. ¿Quién podría creer que siendo Dios la autoridad suprema del universo para el bien de todos vaya a permitir que mueran tantos seres humanos de hambre y sed, teniendo la facultad de dotarlos de alimentos y agua?

Daniel Samper explica que actualmente Yavé y el Diablo tienen cosas mucho más importantes de que ocuparse como para estar pendientes de rebaños de ovejas o recuas de burras. Los capitales que se desplazan hoy día y que algunos le han comparado con las golondrinas que vuelan y están hoy acá y mañana allá haciendo sus agostos a costilla de la mano de obra explotada y de las materias primas saqueadas, son prácticamente incalculables por ovejas y burras y hasta por los mismos banqueros del capitalismo y los estadistas de la economía capitalista. De allí que, parafraseando a Samper, pacientes son esos pueblos que no se han rebelado contra el capitalismo y que ni siquiera son oídos ni por Dios ni por el Diablo. Ya la paciencia dejó de ser una virtud bíblica para ser una trágica realidad socioeconómica. Samper pone de ejemplo que más que úlceras, abigeato de camellos o súbita muerte de todos los familiares (y en Colombia hay pruebas irrefutables de tan cruel realidad) “… los urbanícolas del siglo XXI estamos expuestos al desdén de los burócratas, la impertinencia de los borrachos, las demoras de las aerolíneas, el abuso de las empresas particulares, los atropellos de la delincuencia común y los crímenes de la organizada, el sobrecosto del mercado, la vulgaridad de la televisión, la descortesía del prójimo y la inclemente exacción de impuestos”. Samper sostiene que paciencia, extrema paciencia, se requiere para soportar eso. Y es entonces cuando toma el concepto de paciencia expuesto por Ambrose Bierce, quien dice de aquella es la “… expresión de desesperanza disfrazada de cualidad”.

Bueno, lo que sí también es cierto que el capitalismo con sus atrocidades llega al momento en que acaba no sólo con la paciencia de los pueblos sino, igualmente, con la impotencia. Es entonces, cuando las rebeliones pugnan por romper las cadenas con que el capitalismo oprime al mundo. Samper se pregunta y seguro se lo pregunta la mayoría de la humanidad que sabe que el capitalismo ha llegado al extremo de privar al explotado de su tiempo: ¿Qué poema podría escribir Job si le tocara mamarse antesalas en el consultorio del médico, citas incumplidas, trancones en el tránsito, carameleo en toda clase de ventanillas, colas para casi todo, reparaciones defectuosas, excusas, disculpas, promesas…?

Y algo muy valioso que nos dice Daniel Samper que debemos tener en cuenta, bajo el cruel dominio de la globalización capitalista salvaje, es lo siguiente: “En nuestro tiempo el Diablo no tienta con esclavos heridos y bueyes muertos, sino con cosas mucho más prosaicas y desesperantes. Para probarnos, el Maligno ha enviado a la tierra a los que llamaré Falsos Apóstoles de la Paciencia, esos conchudos que nos torturan el sistema nervioso. A saber:

El incumplido: que nunca llega a tiempo, y cuando aparece lo hace sonriendo con la mayor frescura. El abusador: que suele ser un empleado público que sale a tomar tinto, o se va temprano, o no viene hoy a trabajar, o está ocupado, o sólo atiende los viernes de 8 a 8 y 15 de la mañana pero ya tiene llena la agenda de este mes. El indiferente: que no se mosquea con nada, ni siquiera con
nuestra justificada angustia. Casi seguramente ha de ser un carpintero o un plomero
. El irresponsable: que debía devolvernos algo que le prestamos y necesitamos con urgencia, y no lo hace. Debía acudir a una reunión clave, y no asiste. Debía llamarnos y no llama. El terco: que solo tiene paciencia cuando es a favor suyo. Decía Margaret Thatcher, típico ejemplo: “Soy muy paciente, siempre y cuando al final consiga lo que quiero”. El tonto: no se mueve, porque no entiende. El pasmado: que entiende, pero no reacciona. El lerdo: que reacciona, pero le cuesta infinito trabajo moverse. El cronófago: que nos roba nuestro tiempo contándonos su vida. El caramelero: que nos da largas, nos miente, prolonga las esperas, nos ordena volver al día siguiente”.

Para Daniel Samper esas son creaciones del Diablo, por lo cual Dios se ve obligado de tenderle trampas para favorecer a los pacientes. De esa manera elaboró algunos antimandamientos de la impaciencia: “La fila del impaciente se mueve siempre más despacio: en el banco, la autopista, el cine, el supermercado, el Seguro Social… La mesa del impaciente es siempre la última que atienden en el restaurante. La callecita por donde se mete el impaciente a la madrugada para evitar los semáforos es la misma que está recorriendo a paso de tortuga el camión de la basura.

A la silla para armar que compra el impaciente siempre le sobran o le faltan tornillos.

El avión del impaciente siempre está retrasado.

El carro del impaciente siempre se mete en el trancón.

El impaciente hace clic varias veces y congela el computador”.

Y para remate, Daniel Samper nos lega su idea sobre “El derecho a perder la paciencia”, que se puede asumir de él lo necesario, porque lo del fuego ya es responsabilidad de quien encienda el fósforo o el yesquero. Nos dice: “La paciencia, en mi nueva teoría, es un bien perecedero. Como el yogur o los tamales, tiene fecha de vencimiento. En determinadas circunstancias no solo se agota, sino que tiene derecho a agotarse. Casi diría que tiene el deber de hacerlo. Los ciudadanos que aguardan dos horas sin quejarse a que los atienda el dentista nos están perjudicando a todos. Pasado un tiempo prudencial, el paciente (por algo los llaman así los médicos) adquiere el derecho a protestar; si ese tiempo se duplica, tiene la obligación de prenderle fuego al consultorio. Y así con todo.

Según la nueva teoría de la paciencia, ésta debe guardar relación inversamente proporcional con la edad del ciudadano: a mayor edad, menor paciencia. No es lo mismo pedir media hora de espera al joven de 20 años que al viejo de 80. Tampoco puede medirse con el mismo reloj al cojo y al atleta, o a la mujer embarazada y el vago que forman en la cola. La hora del anciano, del cojo, de la mujer embarazada tiene menos minutos. Pero como también la paciencia de los lectores tiene un límite, suspendo en este preciso renglón y pido perdón por haber abusado de ella”.



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Freddy Yépez


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