Lo vimos avanzar y vacilar. Detenido y como esperando una orden, una ayuda, un consejo que tal vez debía llegarle por un celular. “No te inmoles”, le dirían algunos, “si entraste Mel, tendrás que llegar hasta el final”, le dirían otros. El pobre miraba al horizonte, contestaba docenas de llamadas, respondía a los periodistas, se detenía como implorando verdaderamente una solidaridad más sólida, más fuerte para seguir su marcha. Habla de la Hillary Clinton, de la Cristina Kitchner, de lo que debía hacer Obama, y esperaba esa luz que no veía por ningún lado. Su familia se acercaba a la frontera al tiempo que caía la tarde, y todo el mundo se preguntaba: “y… luego qué”; hablaba su señora madre pidiendo que los militares golpistas se llevaran la mano al corazón y pensaran en su patria, en su deberes para con la Constitución. Nada con un Micheletti fuertemente apoyado por Washington nada de aflojar el poder.
Y nosotros frente al televisor angustiados, pensando en ese pueblo que se estaba movilizando para acudir a la frontera o que le esperaba para que de una vez retomara el poder. Temíamos que fuera a detenerse, que al llegar la noche lo mataran o detuvieran. Aquel, su gesto, no estuvo bien. No fue bien pensado, porque se vio era lo previsible. Otra cosa grandiosa hubiese sido si los mandatarios de América Latina se hubiesen trasladado a la frontera para acompañarlo en su entrada a Honduras, porque una vez que pisase suelo hondureño ya estaba en su patria y tenía forzosamente que convertirse nuevamente en el presidente constitucional de su país, y por lo tanto disponer de la entrada a su nación de cuantos mandatarios él dispusiese. Pero no, fue sólo y pasó lo que tenía que pasar. Aquella soledad era penosa y triste, por esa enorme masa de pueblo que se vio horriblemente frustrada. Porque al tiempo que esto pasaba veíamos el grito triunfal de la maldita derecha en el mundo entero que aplaudía su retroceso y el declarado apoyo de Insulza, de Oscar Arias, de los medios gachupines españoles (El País, El Mundo, ABC) y el Departamento de Estado, a todos los golpistas. Es decir, Micheletti con todo el apoyo de su ejército represivo no estuvo solo. Todos estos canallas a coro declarando que era una irresponsabilidad o una pantomima lo de Zelaya el pretender entrar a Honduras.
Y en política, en verdad, que los pasos deben darse con sumo cuidado. Y no puede ser que mientras Zelaya avanza desarmado, el ejército asesino de Honduras fustigue inmisericorde al pueblo con balas y bombas. Micheletti no se irá del poder sencillamente porque EE UU le apoya, y porque ya se está confeccionando un grupo de naciones que bajo cuerda lo reconocen: EE UU, Canadá, Perú, Panamá, Colombia, Alemania, Italia y Francia. Qué más. Si Micheletti no contara con el apoyo de varias naciones poderosas ya habría abandonado hace tiempo el poder. Por otro lado, el Alto Mando de la Fuerzas Armadas de Honduras recibió varios millones de dólares. No hubo tiempo para Zelaya de organizar una milicia, un frente popular para la resistencia en caso de que los yanquis tirasen su paradita. El retroceso de Zelaya ha sido un golpe mortal para el pueblo hondureño que lleva casi un mes de manifestaciones y huelgas.
Hoy, a ese mundo que se llama democrático y que anda hablando de moral, de respeto a las leyes y de derechos humanos y libertad de expresión; a ese mundo cínico y pervertido se le cayeron todas sus miles de máscaras. Se han vuelto a cagar en lo que todos los días le viven exigiendo a los países pobres y débiles.
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