Aún resuenan en mis oídos, las palabras de un hermano que recientemente, y henchido de orgullo, me dijo, para dejar bien clara su condición de antichavista, ¡Yo soy Uribista!
Profunda tristeza me causó el que una persona que amo tanto, pudiera ver con admiración y respeto a un gusano como Uribe.
Ante tamaña disociación, apenas si logre exclamar para mis adentros ¡Pobre Colombia que vive la desgracia de ver resucitado a un traidor como Santander, nada menos y nada menos que en su propio presidente, y pobre Venezuela que tiene hijos que sueñan con un Uribe en el timón de la patria!
¿Cómo puede alguien admirar a un gusano de la talla de Uribe? ¿Cómo puede alguien aspirar para su país un gobierno con la podredumbre que consume al de Bogotá?
La situación que se vive en Colombia no puede ser más humillante para la dignidad de quien se sienta verdaderamente colombiano.
Como si no fuera suficiente conque una mafia de paramilitares y narcotraficantes se apoderara de la mayoría de los estamentos del Estado; ahora el nuevo Santander renuncia a la soberanía patria y le otorga a cualquier militar norteamericano, o mercenario por ellos contratado, impunidad en todo el territorio nacional y ante todas las leyes.
Gracias a Uribe el imperio norteamericano tiene un centro de operaciones en Suramérica para intentar dominar nuestros pueblos y protección legal para sus agentes, si se les ocurriera imitar los actos inmorales y salvajes de aquellos españoles que, declarados amos de estas tierras y sus habitantes, esclavizaron a nuestros ancestros y abusaron de sus mujeres e hijos.
Doscientos años de historia, la hidalguía colombiana y la herencia de nuestros libertadores lanzados al cesto por el ídolo de mi hermano... Colombia, como dijo Fidel, ha sido anexada a los EE.UU.
Ahora, esto fue siempre una posibilidad real, pues el imperio y sus oligarquías serviles nunca cejan en la búsqueda de aquellos que sin moral, sin dignidad y sin amor están siempre prestos a venderse y vender los suyos al mejor postor. Los Judas, los Santander y los Uribe son una realidad con la que hemos vivido y contra los que siempre habrá que luchar. Es la actitud del pueblo colombiano la que nos preocupa y mueve a la reflexión.
Ese bravo pueblo no reacciona ante una mafia que ha asesinado miles de ciudadanos inocentes para inculpar a la guerrilla; ha recurrido al fraude electoral para llegar al poder; ha sobornado a parlamentarios para optar a una reelección; ha bombardeado un país hermano; ha hecho el ridículo con el “mágico computador de Reyes”; ha brindado apoyo a los gorilas que asesinan al pueblo hondureño y, como si fuera poco, se arrastra ante el gigante del norte.
Está enfermo el pueblo colombiano... está enfermo de la conciencia patria.
Esa "enfermedad" que padece Colombia es la confirmación de que las campañas mediáticas son armas que funcionan y que los gringos las utilizan con maestría. Sirven para imponer o respaldar gobiernos cipayos como el de Uribe o para desestabilizar y derrocar gobiernos como el de Hugo Chávez.
Está en marcha, de hecho, una estrategia que persigue los mismos objetivos de aquellas de 2002 y 2003 que casi acaban con la Revolución Bolivariana. Los gringos se dieron un respiro después de aquella derrota, para reimpulsar la imagen del gobierno deteriorada por Bush y maquillar su inmensa crisis financiera. Ahora están listos y vuelven por sus fueros.
Con su Premio Nobel de la Paz a la cabeza, han lanzado una ofensiva mediática destinada a garantizarse un gobierno venezolano como el que aspira mi hermano… un gobierno similar al de Uribe.
Nos apena que en Colombia el pueblo está dormido, pero nos aterra que en nuestro territorio el dormido pareciera ser el gobierno. Los operadores de la campaña actúan impunemente y se pretende combatirlos con las mismas armas, leyes, reglas y condiciones que ellos crearon para dominarnos.
ALEXIS.ARELLANO@pequiven.com